FESTIVAL DE CANNES
‘El Gran Gatsby’, un espectáculo sin emoción en la apertura de Cannes
Los fuegos artificiales son un bello espectáculo, que a veces, sobre todo a los niños, deja boquiabiertos. Puede ser que algunos reivindiquen ese aspecto para un cine que cada vez tiene más difícil convocar al público a las salas, pero otros siguen -seguimos- pensando que el cine debe tratar de contar una historia, que seduzca, emocione, divierta, conquiste... Si a eso le ponemos adornos de todo tipo, sean efectos digitales o una banda sonora tan anacrónica como impactante, perfecto, pero cuando falla lo primero, ahí ni siquiera el barroquismo esteticista de Baz Luhrmann es capaz de ganarse el aplauso. Su versión de El Gran Gastby, que llegó con todo el esplendor de su elenco a la primaveral Cannes, y que ha inaugurado hoy su 66 edición, generó la misma división de opiniones que en su previo estreno norteamericano del pasado fin de semana. Mucho ruído y poca sustancia...
Sería también importante señalar el elemento de la originalidad. No la del tratamiento de la historia, sino el de la propia historia para un espectador con ciertos conocimientos y experiencia cinematográficas. La creada por Francis Scott Fitzgerald, un clásico de la literatura estadounidense del pasado siglo, que la mayoría identificamos en la pantalla con la versión protagonizada por Robert Redford hace casi 40 años, aunque hubo otros previas, nos la sabemos. Somos conscientes de que -con permiso del culebrón latinoamericano- "los ricos también lloran", y al menos algunos viven tan insatisfechos y afectados por el mal de amores como el común de los mortales. De ahí tal vez que un director en el siglo XXI pretenda aportar pluses. Luhrmann los regala a espuertas, pero se olvida de que hay algo llamado guion, que por mucho que lo adornes con 3D, virtuosos movimientos de cámara, multiplicadores efectos digitales, un elenco de primera y música hip-hop, si es endeble no hay quien te perdone.
Bueno, me dirán que esto no es nuevo en la obra del amanerado cineasta australiano, que ya antes demostró con Shakespeare o Moulin Rouge su nulo respeto por el pasado y la esencia, y es verdad. Lo que da Luhrmann en El Gran Gatsby (que se estrena este viernes en España) lo esperábamos, y aceptada la traición, la infidelidad a la fuente, sólo hubiéramos deseado ver a seres de carne y hueso, sentimientos contagiosos, pasiones familiares y emotivas, pero poco de eso hay en la cinta que abrió Cannes espectacularmente, dejando un regusto amargo, de insastisfacción, en la mayoría.
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Imaginamos que alguien con el ego del cineasta australiano no es capaz, por mucho que en este caso haya requerido a un colaborador (Craig Pearce) en la escritura del guión, poner su talento visual, que lo tiene y a mansalva, al servicio de algo sólido, de un texto de verdad ajeno, en lugar de frivolizar y simplificar. Con tanto poder es difícil entender que no todos servimos para todo, y la escritura no es precisamente la mejor de las múltiples virtudes de este cineasta.
A Cannes ha llegado tras un primer fin de semana bueno en los cines norteamericanos, gracias al gancho de Leo DiCaprio como Gatsby,gancho y la intención de promocionar todo lo que pueda su película de cara al lanzamiento en el resto del mundo. Ya que el certamen galo ha cedido esta vez en algo tan importante para él como es la primicia (el estreno mundial), al menos le han compensado con glamour, gracias a la compañía de sus tres principales protagonistas, Leonardo Di Caprio, Carey Mulligan y Tobey Maguire, todo un relumbrón para sus "marches" (peldaños) enmoquetadas en rojo.
En rueda de prensa, el cineasta autor también del fracaso comercial Australia, reconocía que para él Fitzgerald había sido "sobre todo inspiración, para verla de otra manera". La sinceridad le honra.