LA CRISIS DE LA CULTURA
Ideas entre las ruinas de la cultura
Aun a riesgo de resultar reiterativos, insistimos: a día de hoy la cultura española es un enfermo a punto de entrar en fase terminal. Insiste, en este caso, el catedrático experto en industrias culturales Enrique Bustamante, que a través de la plataforma brindada por la Fundación Alternativas acaba de publicar el informe España: la cultura en tiempos de crisis. Fuentes financieras y políticas públicas. El escrito, de medio centenar de páginas, encierra en sí dos conclusiones. Para deshacernos primero de la mala: la situación actual es, simplemente, desastrosa. La buena: que soluciones, haylas. El paciente puede recuperarse. En el proceso de curación, eso sí, deberá superar diferentes fases.
Señores: tenemos que hablar
Antes que cualquier otra, la premisa básica es reconocer la enfermedad y hablar de ella. Hacer un diagnóstico. “No se ha planteado un debate serio ni en los medios, ni entre los ciudadanos, ni en el Parlamento”, se lamenta Bustamante en conversación con infoLibre. “Es una situación sorprendente: se exponen puntos de vista pero no se debaten, se dan sin explicaciones”. Ante lo que se presenta como una situación “caótica”, su informe viene así a proporcionar “orientaciones de lo que se debería investigar y debatir, sobre todo en términos de lo que se quiere hacer tanto desde el Estado como desde la sociedad”.
Los males de la cultura, huelga decirlo, están ligados a los de la crisis económica. “Pero es que más allá se contempla la retirada del Estado en el apoyo a la Cultura”, enfatiza el experto, que recuerda que este amparo institucional no es fruto del capricho, sino que se trata de un derecho recogido en diferentes cartas, empezando por la Constitución. En la España de hoy, sin embargo, no solo ha dejado de funcionar el sistema público sino que, por mucho que el Gobierno lo anuncie y lo promueva en sus discursos nunca materializados, tampoco se potencia la entrada del sector privado.
Ni lo público, ni lo privado
El “penoso” andamiaje de políticas públicas que se ha ido levantando en estas décadas de democracia, amenaza hoy con desplomarse y con él, hacer caer el edificio de la cultura. Bustamante divide las diferentes intervenciones en cuatro apartados: las subvenciones estatales (recortadas en un 60% con respecto a 2009); las ayudas de Comunidades Autónomas y Ayuntamientos (que han recibido un hachazo del 70% en el mismo periodo); el IVA cultural al 21% (que ha subido un 162% con respecto a 2012, una medida que “penaliza la cultura y aumenta el efecto de la crisis sobre el consumo” y que está a años luz de distancia del resto de Europa); y las subvenciones cruzadas, como el apoyo de las televisiones al cine, que se ha revelado “imposible” por factores diversos, desde “los fallos en la regulación a la resistencia de las grandes cadenas”.
La ley de mecenazgo que supuestamente vendría a paliar la retirada de las ayudas públicas, de tanto mentarse y nunca verse realizada va camino de convertirse en leyenda urbana. Además, como explica Bustamante en su informe, la diferencia entre la idea de mecenazgo y la de patrocinio nunca ha llegado a clarificarse del todo. “La frontera nunca se ha establecido claramente: ambos han estado siempre muy unidos”, señala Bustamante. “Y la experiencia en países como EEUU o Reino Unido demuestra que tiene su precio: el mecenazgo va para las grandes obras, los grandes museos, los grandes espectáculos, pero difícilmente repercute en la innovación o en la creatividad cultural”. Para que funcionara, no solo el mecenazgo, sino todo incentivo fiscal, debería enfocarse pues en una dirección: la de la diversidad.
No es lo mismo cultura que industria cultural
La tendencia a nivelar la idea de cultura con la de mercancía, aunque exponenciada por el neoliberalismo, hunde en España sus raíces en los años noventa de un socialismo cuyo pensamiento, dice Bustamante, se ha ido contaminando a lo largo del tiempo por lo económico. “Hay una confusión creciente entre la cultura como derecho y la cultura como recurso. Ejemplo de ello es el sistema actual de ayudas al cine, en el que el 70% van a para los que tienen más éxito y el 30% para la diversidad cultural”, subraya. “Se ha perdido el saber por qué apoyamos la cultura, que son los factores de rentabilidad social y de diversidad. La perspectiva, sin embargo, es cada vez más económica, y muchos expertos ya han dado la voz de alarma”.
Entonces, ¿qué hacemos?
Una vez resuelto el entuerto teórico (¿Qué es la cultura? ¿Qué queremos que sea la cultura? ¿Qué nos aporta la cultura?), quedaría aplicar las soluciones en la práctica. Bustamante lanza una serie de propuestas, divididas en “dos grandes abanicos”. En el primero entrarían: la bajada del IVA (“el ideal sería cero, pero al menos como estaba antes”); extender esa rebaja al mundo de lo digital y articular y reforzar el apoyo del Estado a través de un Consejo sectorial que actúe “en toda España, no cada autonomía por su cuenta”. En el segundo apartado entrarían dos grandes políticas: un Plan Estratégico para la cultura “de varios años, estable y con el objetivo de apoyar la diversidad”; y un Plan Industrial “que se enfrente a la transición digital, ambos con catálogos de buenas prácticas para que el Estado no meta las manos” en cuestiones como el contenido, la forma o el mensaje de las obras.
Los remedios, en resumen, se hallan en herramientas “que ya existen”, pero que siguen sin aplicarse. Instrumentos que, además, ya han demostrado su eficacia o inconveniencia en otros países, de los que se pueden extraer ejemplos. Con un Gobierno que se guía por “criterios absolutamente ideológicos, no de eficacia”; en un lugar donde “muchos directores de museos están nombrados a dedo” o “las comisiones que conceden subvenciones tienen unas concomitancias escandalosas con los políticos”, queda aún sin embargo un largo camino por recorrer. Cuanto antes se comience a andarlo, más y mejor se sortearán los peligros, que en ningún caso incluyen la desaparición total de la cultura, inherente a la inquietud humana. Sí los del “empobrecimiento de la oferta; la discriminación de los ciudadanos, que depende de donde vivan podrán acceder o no a la cultura; o el hecho de que generaciones enteras no lleguen a poder poner en práctica su creatividad, lo que restará riqueza y diversidad”.