GloriaJulio Martínez MesanzaRialpMadrid2016Gloria
Con apenas cuatro títulos de poesía publicados, uno por década –aunque el primero, Europa (1983) ha conocido sucesivas ediciones ampliadas–, Julio Martínez Mesanza (Madrid, 1955) se ha convertido en una de las voces verdaderamente inconfundibles del panorama poético actual. Aquel primer libro, en efecto, navegaba contra corriente y ponía en valor un universo poético que muchos consideraban ya ajeno a la sensibilidad contemporánea: el mundo de la heroicidad, de lo épico histórico y legendario, gobernado por un sistema de valores que aunaba la moral guerrera y los referentes cristianos. Era su manera peculiar y quizá irónica de arrojar luz sobre la despojada condición del hombre de hoy; y de reivindicar para la poesía el derecho a construir su propio sistema de referencias, no necesariamente vinculado a la realidad contemporánea, aunque sí destinado a contrastarla y someterla a examen.
Gloria, publicado en 2016 y ganador del Premio Nacional de Poesía de 2017, conserva vestigios de ese universo simbólico: en poemas como “Jan Sobieski”, en efecto, el poeta se pone en la piel de los soldados polacos que lucharon contra los turcos en Viena, aun asumiendo, al adoptar ese punto de vista, que “a la muchedumbre no le import[a] / que Europa valga poco y crea en nada / o se hiele eclipsada por la luna”. Pero lo que verdaderamente caracteriza el tono del nuevo poemario no son estos referentes épicos, sino la interiorización de los mismos en una especie de mito personal, aunque de raíz cristiana, por el que el poeta opone a “el no del que no puedo decir nada” y a “los días de desinterés intenso” su renovada fe en “los símbolos cansados”.
Llama la atención esta fugaz alusión a la cotidianidad del yo poético en contrapunto al resonante prestigio de los hechos heroicos que proporcionan esa simbología. Abundan en este libro las trasposiciones metafóricas de esa peculiar tierra baldía del desánimo y la negatividad: desde “la landa indiferente y sola” del poema casi homónimo hasta “los infinitos descampados”, “el valle del tiempo” o el “páramo sombrío” que encontramos en otros. Y el mito personal al que aludíamos no es otro que el que apela a una misteriosa presencia femenina –que puede ser la Virgen María, pero también el Eterno Femenino de la tradición poética occidental e incluso la Amada por excelencia– para que le sirva de inspiración y guía.
Lo que el poeta parece decirnos –más allá de la lectura unilateral de su libro que propone la nota editorial en la solapa– es que la poesía cumple esa función salvífica: poner en evidencia nuestra pertenencia a un mundo simbólico que opera a distintos niveles y aporta sentido y “luz para ver tanto desorden”. El resto lo hace la fuerza de convicción que emana de la exigente factura de estos poemas entre discursivos y salmódicos, impecablemente escritos y por ello doblemente efectivos, por más que apelen a un lector que quizá no sea fácil de encontrar. Pero eso es lo de menos.
*José Manuel Benítez Ariza es escritor. Sus últimos libros, Nosotros los de entonces (La Isla de Siltolá, 2015) y Efémera (Takara, 2016).
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