Ana R. Cañil recorre España en 'Los amantes extranjeros': "No somos un país de mierda"

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España, en toda su diversidad, ha sido a lo largo de los siglos y sigue siendo en este desconcertante presente un destino inabarcable para el extranjero, que cambia su mirada y su percepción según el lugar y el momento. Porque, ¿qué puede tener de remotamente parecido visitar la Alhambra de Granada en la primera mitad del romántico siglo XIX, como Washington Irving, comparando con la convulsionada Barcelona de la Guerra Civil que conocieron corresponsales como George Orwell

Son dos ejemplos deliberada y diametralmente opuestos, reunidos en estas líneas por obra y gracia de la labor viajera e historicista de Ana R. Cañil en Los amantes extranjeros (Espasa, 2022). Un volumen repleto de autores foráneos que recorrieron nuestro país durante los siglos XIX y XX, y que nos ofrecen desde la perspectiva del tiempo y su mirada ajena una visión diferente de nosotros mismos. 

"España es brutal, anárquica, egocéntrica, cruel. Es un amor para toda la vida, nunca termina de sorprenderte", escribió el hispanista neerlandés Cees Nooteboom en su emblemático El desvío a Santiago (1992). Un sentimiento que nada tiene que ver con el del escritor danés de los grandes cuentos infantiles, Hans Christian Andersen, para quien el Madrid del siglo XIX es "un camello derrumbado en el desierto", una impresión similar a la del también hispanista, en este caso británico, Richard Ford, quien dejó escrito que la capital "de un país de anomalías no tiene catedral ni obispo".

Son estos algunos de los viajeros, escritores y periodistas que nos llevan de la mano a recorrer esta España nuestra en el libro "de viajes y de historia" de Cañil, según resume a infoLibre la propia autora, quien ha disfrutado de su itinerario de excursiones recientes con la jugosa compañía de obras de, además de los citados, Julio Verne, Ernest Hemingway, Edith Wharton, Gabriel García Márquez, Stefan Zweig, George Borrow, Jan Morris, Théophile Gautier… Todos con miradas personales que aún hoy siguen revelando visiones inéditas de la Alhambra, el Paseo del Prado, El Escorial, la Maragatería, Vigo o Sevilla. Porque todos nos siguen hablando. 

"Los que viajan por todo el país destacan la enorme diversidad cultural que tenemos. Cuando pasas por Oviedo o por Euskadi y bajas a Andalucía, ves que son tierras absolutamente diferentes, dos países que no tienen nada que ver pero tienen la suerte de convivir en esa mezcla. Esa una fascinación que tenemos para ellos", remarca Cañil quien traza una diferenciación muy clara entre los románticos del siglo XIX y los corresponsales del siglo XX. "Los segundos son otra historia, alejada de la displicencia y el desprecio de los primeros", apunta.

Son dos etapas bien diferentes, pues los viajeros del siglo XIX se encuentran una España "arrasada y destrozada" después de la Guerra de la Independencia y de las Guerras Carlistas. "Venían también buscando el rollo romántico y nos miraban muy como África. De hecho, muchos escribieron que nunca dejaríamos de ser África y fíjate estos días. Eso nos persigue", explica, para luego detallar que por aquel entonces casi todos hacían el viaje de entrar por Cataluña, bajar por la costa mediterránea y llegar a Andalucía, con la Alhambra y Sevilla como principales destinos.

Los que llegan en aquella época son sobre todo los británicos, "grandes viajeros", junto a franceses y algunos norteamericanos como George Ticknor o Washington Irving. Estos últimos "son de los más objetivos" en su mirada hacia España pues, según destaca Cañil, después de derrotar a Felipe II, los británicos "siempre nos han mirado con esa prepotencia, y ellos mismos se definen como los impertinentes". 

"Son impertinentes sobre todo en su mirada hacia el sur. Tienen una visión prepotente porque en aquellos momentos son el imperio. Desprecian a la aristocracia española, que es ordinaria y la peor de Europa, en eso coinciden muchos de ellos y, al mismo tiempo, compadecen mucho al pueblo español pues seguimos siendo hidalgos pobres y se produce una solidaridad importante", destaca.

En contraposición están los franceses, que son "chovinistas pero un poquito menos prepotentes que los ingleses" en sus reflexiones sobre España. "Algunos, como Gautier, tiene sus momentos como cuando dice que le espanta el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, pero luego también asegura que Notre Dame cabe dentro de la Catedral de Sevilla", señala divertida la autora.

Dejado atrás el siglo XIX, empiezan a llegar otro tipo de visitantes por motivos muy distintos. Son viajeros "concienciados que vienen a informar", a contar la Segunda República y la Guerra Civil desde la perspectiva "idealista de la izquierda y de la progresía". Un tipo de periodismo sobre el terreno que nada tiene que ver lo que hacían los del siglo anterior, que llegaban con cartas de recomendación para diplomáticos y apenas se mezclaban con el pueblo.

En lo que sí coinciden muchos de todos estos escritores de ambos siglos es en sorprenderse por la rapidez con la que España se convirtió en un imperio, se expandió por el mundo "y lo mal que lo gestionamos hasta perderlo" con tanta rapidez. Se repite, asimismo, la compasión hacia el "pobre pueblo español, que tiene tanta mala suerte con la monarquía de los Borbones, la aristocracia y una Iglesia Católica empeñada en mantener al pueblo en la ignorancia y permanentemente asustado en la piedad a Dios".

"George Ticknor, que crea la primera escuela hispanista en Harvard, dice que no puede entender el empeño que la monarquía, los aristócratas y la Iglesia ponen en mantener al pueblo en la ignorancia. Alucina bastante y dice que es la peor aristocracia y la peor iglesia que ha conocido por Europa", remarca la autora.

Frente a esa clase dirigente totalmente denostada, a los españoles nos ven como "ciudadanos resistentes, honestos, hidalgos y un poco pillos a veces". "Algunos dicen que los mejores para confiar tu alma son los maragatos o los aragoneses, dependiendo de a quien leas", indica como curiosidad, lanzando además un alegato para que se nos quiten de una vez los complejos respecto a otros países, heredados de generación en generación tras tantos lustros de monarquías desatinadas, guerras y la dictadura franquista.

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"No hace falta ser chovinistas ni impertinentes, pero de verdad que no somos un país de mierda. Hemos logrado muchas cosas, estuvimos otros cuarenta años metidos en un agujero y hemos salido. Yo pertenezco a esa generación que desde los catorce años quería irse fuera de España, así que todos mis primeros sueldos eran para largarme a Inglaterra, todo por esa obsesión de quitarnos la negrura del franquismo, la caspa y el complejo", remarca.

Y prosigue: "Todavía hay gente de mi generación que tiene pudor de salir fuera y decir que es español, pero los últimos cincuenta años son un chute de autoestima. Yo formo parte de esa generación acomplejada y me he pasado la vida gastándome el dinero para irme fuera. Sin embargo, en los últimos cincuenta años hemos recorrido lo que otros en doscientos. ¿Por qué seguimos masacrándonos? ¿Por qué esta desidia? ¿Por qué, por ejemplo, ahora esta destrucción de la Transición? No lo entiendo. Seguimos estando en el diván del psicoanalista".

Para superar estos centenarios problemas de autoestima, termina la autora, experimentada periodista que sigue ejerciendo como cronista parlamentaria, animando a recorrer España, cada uno de la manera que pueda o quiera. A poder ser, en compañía de algunos de estos variopintos escritores para, con suerte, constatar de primera mano que muchos de los traumas que ellos vieron en su momento ya no están ahí. "Al final, es importantísimo conocer a los vecinos, saber dónde estamos y de donde venimos", concluye.

España, en toda su diversidad, ha sido a lo largo de los siglos y sigue siendo en este desconcertante presente un destino inabarcable para el extranjero, que cambia su mirada y su percepción según el lugar y el momento. Porque, ¿qué puede tener de remotamente parecido visitar la Alhambra de Granada en la primera mitad del romántico siglo XIX, como Washington Irving, comparando con la convulsionada Barcelona de la Guerra Civil que conocieron corresponsales como George Orwell

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