Sinatra
Raúl Núñez
Efe Eme editorial (2024. 180 páginas)
Llevo una vida tranquila / fuera del Bar de Mike Place todos los días / observando pasar el mundo / con sus curiosos zapatos
"Sinatra se parecía a Sinatra". Así comienza la novela de Raúl Núñez publicada en 1984. Lo conocí entonces. Yo acababa de publicar mi primera novela. En el currículum narrativo del escritor argentino Sinatra era la segunda. Antes, en 1979, debutó con Derrama whisky sobre tu amigo muerto, recuperada también por la editorial Efe Eme hace unos meses. Poco a poco irán apareciendo otros textos de un escritor que fue importante en los años ochenta, pero esa importancia nunca se reflejó en ninguna estadística o catálogo del famoseo literario. Iba por libre. Yo estaba en Barcelona y un amigo suyo me dijo si lo quería conocer. Me había enganchado People, una antología de su poesía publicada por Tusquets no sé si en 1974. Diez años después me pasaría lo mismo con Sinatra. Le dije que sí, que me gustaría conocerlo. Como si fuera a encontrarme con William Faulkner: "Pues ve al Bar Paricio en la hora de la comida, estará allí". Más o menos el chino de Barcelona. Estaba comiendo cuando llegué. Creo que era un cuscús. No recuerdo si se levantó de la silla. Sí que me miró con una sonrisa que, luego lo supe, era su imagen de marca. Lo que entonces no sabía era que esa marca era la de la fragilidad. No me gusta el cuscús, pero seguro que aquel mediodía fue lo que comí para acompañar una conversación que no ocuparía precisamente los siete tomos de En busca del tiempo perdido. Después nos fuimos a dar una vuelta por el barrio. Tomamos un café o algo en el Bar Marsella. Nombres que recuerdo vagamente, como si anduvieran a medio camino entre la realidad y lo que a veces nos inventamos. Me vienen de golpe los recuerdos y seguramente venía conmigo mi amigo Vicente García Cervera, que acababa de ganar el premio La Sonrisa Vertical y andaba de promoción o algo así en Barcelona. Quedamos en que Raúl vendría a València. Sin saber cuándo. Pero que vendría seguro. Y vino. En casa fue donde descubrió Catedral, de Raymond Carver. Y ya nunca lo abandonaría.
Si existen las escrituras malditas, y quienes las escriben, a Raúl Núñez le cuadra esa manera de nombrar a quienes se mueven fuera de los circuitos culturales habituales. O ni siquiera se mueven. Es lo que fue la vida de un escritor de los considerados de culto, de esos que ocupan poco espacio en la wikipedia, de los que amamos por encima de los silencios que los han acompañado todos los días de sus vidas sin faltar ninguno. Y eso que dos de sus novelas tuvieron la correspondiente película: Sinatra, dirigida por Francesc Betriu, con música de Joaquín Sabina, y La rubia del bar, que adaptó para el cine Ventura Pons y a la que puso la música Gato Pérez. En la primera salían Alfredo Landa, Maribel Verdú, Ana García Obregón, Luis Ciges, Queta Claver… En la otra Enric Majó, Núria Hosta, Ramoncín… y una rata. Los submundos de Raúl Núñez y de sus historias. Ahí se movía el escritor y ahí sus personajes que se las arreglaban como podían para que la desgana y el abandono no acabaran con ellos. La soledad de Antonio, a quien llaman Sinatra porque dicen que se le parecía. Buscar la manera de que las noches no fueran una amenaza. Ese amor de las canciones que suenan en las madrugadas solitarias. Las mujeres, los hombres, los sueños que siempre lo rondan aunque sepa que los sueños para gente como él serán siempre una emboscada. Su mujer se fue y él entró de portero nocturno en una pensión de mala muerte. Las pensiones que son como pasillos en sombras cuando se apagan las luces y se reflejan en las ventanas de las habitaciones los rótulos luminosos de hoteles que huelen a derrota.
Ver másCómo les va la vida, o esas cosas
Se conforma con tan poco Sinatra… Todo el tiempo esperando que de repente la vida sea para él una vida distinta, que la gente con la que se encuentra lo acoja aunque será seguramente como juntar dos soledades infinitas, que después de muchos fracasos surja de las sombras Frank Sinatra y se ponga a cantar Let me try it again, como en la casa de la señora Hortensia antes de que el hijo lo corra a patadas en medio de su locura. Vamos a intentarlo de nuevo, dice la canción. Y en esa voluntad de no estar solo se volcarán las horas y los días y las noches de Antonio porque la posibilidad de ser feliz no se le puede negar a nadie, aunque haya nadies a quienes se les niega hasta el aire para respirar. "Todo el mundo se ha ido de nuestras vidas…", escribe Raymond Carver en su poema Los viejos tiempos. Poco a poco irán los personajes de Sinatra entrando y saliendo de un mundo en que lo ficticio y la realidad construyen una magnífica novela que fue un éxito importante en España, en Francia, en Estados Unidos, en Dinamarca, en Alemania… Lo que dice en la contraportada Juan Madrid, a quien Raúl admiraba profundamente: "Sinatra es la novela de una generación, con la escritura concisa y hermosa de uno de los mejores narradores de un tiempo rico en escritores. Te echo de menos, querido amigo". La amistad en las novelas y en la vida de Raúl Núñez.
Por circunstancias de esa vida se vino a vivir a València. Más o menos en 1986 o 1987. Escribió para Diario 16 y la Cartelera Turia. Aquella sonrisa que descubrí en el Bar Paricio muchos años atrás. La de la inocencia. La de la fragilidad. La de un escritor al que el éxito le sonaba a chino y sólo aspiraba a pasar por donde estuviera sin hacer ruido. Desde que leí los poemas de People en 1974 supe que era un escritor de los grandes. A él dediqué el volumen de mi Poesía completa y lo digo aquí sin pudor ninguno porque el libro -por suerte para la poesía- ya está descatalogado en la pequeña editorial que lo publicó hace más de veinte años. Ojalá alguna poesía de las que triunfan y me conozco bien se aplicara el cuento: el de la desaparición, digo. La noche en que murió —primavera de 1996— le dijo a un amigo que fuera yo a recoger lo que había en su casa. Y fuimos. Lo que había: una estantería metálica con tres o cuatro libros de Juan Marsé y Juan Carlos Onetti, unas pocas cartas y fotocopias de artículos, una máquina de escribir a la que le faltaban algunas teclas y estaba debajo de la cama llena de polvo, una novela inédita con letra titubeante que se publicará pronto en esta misma colección, un pequeño televisor que le llevé para que viera los partidos del Barça cuando ya no podía salir de casa … Le devolví las cartas a Juan Marsé: se querían muchísimo. En la despedida éramos unos cuantos amigos. Seguro que a él le importaba una mierda si éramos cuatro o cuarenta mil. No necesitaba nada, o muy poco, para lo que según él era la vida. Los versos de la poeta beat Ruth Weiss: "… una copa de vino tinto / para calentar el alma…". Si nunca leyeron a Raúl Núñez, no es mala idea empezar ya mismo con Sinatra… Es una sugerencia, claro, no el imperativo categórico de Kant… Pero ojalá lo hagan, ¿vale? Ojalá.
* Alfons Cervera es escritor. Su último libro es 'El boxeador', editado por Piel de Zapa.