Los diablos azules
¡Vaya una Feria!
Una de las ventajas de no tener hijos en edad escolar es poder prolongar las vacaciones en septiembre, un mes estupendo de retiro veraniego. Esta vez acorté porque la Feria del Libro de Madrid había cambiado de fecha. Una feria atípica, como todo lo que se da en tiempos de pandemia. Sabíamos que iba a ser especial, diferente, con menos casetas y con un cartel que ya marcaba un retintín de estética Sección Femenina años cincuenta: un gran muro (¿la cultura es eso?, ¿se trata de aislar el libro?), una ridícula caseta encima de un banco que más bien parece un portal de Belén con una paloma iluminadora cual espíritu santo y un niño con tirachinas (uy, sospechoso); su hermana en el suelo y ambos protegidos por la dulce mirada de una mujer-madre-protectora sin salirse del rol encomendado. Aun así, había que acudir. No sé si hay ansia de cultura tras la pandemia o ansia de reencuentro. Cualquiera de los dos motivos es válido. Así que allí me fui el primer sábado de Feria. No pude entrar. Una tiene sed de cultura, pero no de fila, vi la entrada principal por O’Donell y era infinita. Vi cómo iba la entrada, vallada: entrada y salida. A lo mejor tiene que ver con el cartel, pensé. Todo acotado, amurallado. El aforo lleno. Había que esperar. Decidí entrar por el final: lo mismo. Y constaté además que habían reducido espacio. ¡Ah, qué buen hacer tienen nuestras autoridades municipales! Se supone que en tiempos pandémicos la distancia es fundamental. Solo con que hubieran dejado el mismo espacio que otros años, al haber menos casetas, habría habido más comodidad y distancia. Pero no, se trataba de hacer un cajón de sastre, acotar menos espacio, cerrar a cal y canto las otrora salidas laterales y, encima, colocar casetas en el medio. Olé. Volví una mañana de diario. Entré sin problemas. Soy una privilegiada. La gente que aún trabaja o que no tiene profesiones liberales no puede hacerlo. Fui a la caseta de información a por el folleto informativo, pues mi interés es siempre buscar las editoriales independientes. Me señalaron un código QR. Lo descargué. Como mi móvil es de los pequeños, o sea, antiguo, no leía nada y al ampliarlo lo suficiente como para enterarme, ya se veía borroso. Regresé y les dije que era analógica, que me dieran un programa. Lo conseguí y lo he guardado como oro en paño. La chica, muy amable, me dijo que habían hecho muy pocos ejemplares. Paseé y compré esos libros que luego no encuentro, me entra una fiebre compulsiva. No sé cuándo los podré leer, pero pienso que luego no los voy a encontrar en las librerías y me lanzo a ellos. Ese día de diario, que entré con calma, constaté otro de los grandes aciertos del afán organizador de nuestras autoridades locales: los váteres estaban fuera de la Feria, así que, si hay necesidad de ir a ellos y, pongamos el caso, es un fin de semana, tras hora y media para entrar, tienes que salir de la Feria, realizar tus necesidades y, de nuevo, otra hora y media para volver a entrar.
Protestas ha habido (todos los años las hay) y los fines de semana han resultado fallidos en venta, salvo para youtubers, mediáticos y poco más. Así que, con otra gran decisión organizadora, parece que la propuesta ha sido que el último fin de semana no se cierre al mediodía. Claro, si esperas durante una hora y consigues entrar justo quince minutos antes del cierre, es una faena. Bien. Pero pensemos en el pequeño editor que se curra él solo su caseta y, como me decía una amiga de una editorial de esas características: vale, me traigo un bocata, pero a mí que me pongan una sonda.
Como no todo ha sido malo, destacaré que he podido saludar a Pepo Paz, de Bartleby, hablar con Encarni, de Páginas de Espuma, visitar y comprar libros en Impedimenta, Candaya, Pre-Textos, Círculo de Tiza, Fórcola y De Conatus, todas ellas editoriales independientes que me nutren en gran parte. En la caseta de Anagrama me enteré de que los Diarios de Rafael Chirbes salen el 4 de octubre. Me he enterado de sus avatares, personales y profesionales, las quiebras o repuntes de librerías y editoriales. Una de las mejores casetas, para mí, ha sido la combinación que han hecho Sin Tarima (librerías regentadas por un equipo maravilloso a cuyo timón está Santiago Palacios) y De Conatus (editorial), con Silvia Bardelás y Bea al frente. Me pareció buena idea ese tipo de combinación.
Iré dando cuenta de todos los que he comprado a lo largo de estos meses. De los libros que tengo en el debe, que son muchos, voy a hablar del último que me ha dado tiempo a leer.
Un antagonista llamado Yahvé
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Revelaciones de la maestra del arco llegó a casa por cortesía del escritor Javier Vela, al frente también de la recientísima editorial Firmamento, que tiene unos libros preciosos de diseño, de esos que da gusto tenerlos. El suyo ha sido publicado por la editorial Pre-Textos. Javier Vela tiene espíritu de poeta, no en vano se dio a conocer en el 2003 con el Premio Adonais y recibió el premio Loewe por Imaginario (Visor, 2009). Ha publicado también el libro de microrrelatos Pequeñas sediciones (Menoscuarto) y El libro de las máscaras (Pre-Textos, 2019), entre otros. Revelaciones de la maestra del arco es un acercamiento a la cultura japonesa a través de dos mujeres, Naoko e Hitomi, una maestra del arco y la otra aprendiz, que nos muestra una tradición milenaria, porque no todas las mujeres han sido geishas, sino que también las había luchadoras, deportistas, como las tiradoras de arco. Y también de ello hacen un arte, una filosofía, una forma de vida. El autor nos da la historia desestructurada, mezclada con historias reales sobre ese tipo de mujeres, sobre las mujeres poetas de la cultura tradicional, con acercamiento a distintos libros, con lemas de Confucio y Laotsé. Todo ello compone un abanico, un mosaico que nos acerca a unos valores, costumbres y tradiciones apenas conocidas, pero que hará las delicias de los amantes de la cultura japonesa.
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Carmen Peire es escritora. Su último libro es Cuestión de tiempo (Menoscuarto, 2017).