Los libros

Manjar en balanza

Pan impuro, de Blanca Morel.

Óscar Pirot

Pan impuroBlanca MorelRuleta RusaMadrid2017Pan impuro

 

Acaba de ver la luz Pan impuro, el nuevo poemario de la poeta madrileña Blanca Morel publicado bajo el sello editorial de Ruleta Rusa. Ya desde el título la obra anuncia una imagen desconcertante, una desacralización del “pan” como símbolo de alimento espiritual y que nos evoca una reconversión que sólo es posible mediante la palabra y su amplitud de significados.

La anatomía de Pan impuro está compuesta por 3 secciones: “Migajas”, “Hambre” y “Consagración”; sin embargo, hay un texto que sirve como antesala y que Morel titula “Sobre el poema y otras imprecisiones”. En dicho texto, la autora pone de relieve la detención que el lenguaje poético ejerce sobre la fugacidad de la vida, ya que “la poesía hace que la existencia se detenga antes de proseguir en su incesante huida”. Espejo de signos, raíz de tinta, manjar que evapora la saliva del tiempo, para Morel la poesía es una conciencia atemporal que desacata la tiranía de la realidad.

La primera sección del libro, “Migajas”, nos remite a un desmoronamiento, a los restos de una unidad antigua (¿el amor?) que evapora su morada. Desde el primer poema, cangrejos podridos, se manifiesta la importancia de lo gustativo: “ahora debo comer el manjar caduco, sentido que atiende no sólo a la materia sino también a lo inasible, como sucede en el poema gatos y sombreros: “(suponiendo lamo mi vacío)”.  Al avanzar en la lectura, vemos cómo ese sentido del gusto despliega sus matices abarcando lo gastronómico, lo erótico, lo existencial, lo simbólico… El manjar se muestra en balanza mediante imágenes sugerentes e incisivas: “una tarde en la hamburguesería/ bajo nuestra mesa/ el cordero se tendió” (p.21), “lamí tu espalda/ lo que fluye contenido en el movimiento” (p.22), “desapareceré como un perro lamiendo tu mano” (p. 27), “pan impuro comí/ con labios cadáver/ llamo-lamo el excremento” (p. 34).

Cada poema de “Migajas” es un bolo alimenticio con distintos alientos y longitudes, a veces palpita la condensación de lo breve y del haiku; otras lo conceptual y lo lúdico, incluso llegamos a ser testigos de una secuencia estructurada como ocurre con primera canción de flores y cuchillos y los dos poemas que le siguen: segunda canción de flores y cuchillos y estribillo, composición que brilla por su delicadeza y acritud.

En “Hambre”, segunda parte del poemario, se da un giro inesperado tanto en la forma como en el contenido. Cercana a un estilo que colinda más con el ensayo lírico, de pronto la escritura de Morel adquiere la proporción de la prosa poética y se enfila hacia lo reflexivo intentando hallar la relación entre universo y conciencia. Si en Migajas asistíamos al duelo del amor mediante imágenes de ensoñación e ingesta, en Hambre somos testigos del intento por deglutir lo inapresable: la palabra, el deseo, la existencia. La visión que la poeta nos ofrece del mundo parece estar muy cerca de la interpretación emblemática del universo en la que los relieves de la realidad adquieren un carácter jeroglífico, es decir, por ejemplo, que la piedra o el árbol no son sólo entidades sino escritura, y que las palabras “piedra” y “árbol” no son sólo escritura sino entidades, seres en operación binaria. Morel nos lo ofrece de la siguiente manera: “Pero hay un lenguaje antiguo, tan antiguo como el universo que está dentro de las piedras, de las serpientes y las hojas, del fuego y del agua, de la sangre y la tierra. Hay un lenguaje enterrado en nosotros que intenta surgir de cada duda, da cada miedo y liberarse de una sepultura que lo mantiene callado, oculto: el balbuceo oculto del universo que llena los interrogantes”.

Hambre se construye como una sed de autoconocimiento, un manjar que nos da otro matiz de balanza: con la boca ingerimos cosas materiales, el alimento, pero también exhalamos seres impalpables, las palabras.

La tercera y última parte del libro, “Consagración”, vuelve al verso y nos muestra nuevos niveles de apreciación como lo onírico y lo paisajístico. Morel nos hace partícipes de las capas de los ríos y de los sueños, de lo fluvial y de lo que fluye: “mi carne santifica perpleja esta fiesta/ del despojamiento de mí/ gime la tormenta al retirarse/ del cuerpo del marinero muerto” (p.50). Los guiños a la religión y al canibalismo se dejan ver en imágenes más palpables por su domesticidad: “he preparado guiso de carne/ esperando que vengas a comer/ corazón humano” (p. 48), “la colada sigue dentro de mí/ obstruida estoy de tantos trapos/ la sábana santa de tu cuerpo/ mi vestido de novia/ el camisón de parturienta” (p. 49).

En “Consagración” vemos la restauración de lo vital mediante el deleite y fusión con paisajes idílicos o con las revelaciones cotidianas que emergen durante la siesta. Ungüentos que enjuagan las suturas del pasado y la vigilia.

Dentro del corpus de la obra, Morel se hace eco de distintas voces para profundizar los secretos que laten en su discurso; de esta forma, se dan cita autores como María Zambrano, Roland Barthes, Marguerite Duras, Luis Cernuda o el I Ching, invitados que se sientan a la mesa a conversar mientras los poemas se sirven.

Pan impuro se nos ofrece como un alimento en donde la carne y la palabra se combinan para mostrarnos el duelo amoroso y la restauración, la problemática del lenguaje y su misterioso hacer. Manjar de signos que muestran su balanza y los matices de los que estamos hechos y a los que aspiramos nombrar. En ese salto de la existencia al nombramiento está la poesía, ese pan del que comemos para convidar a los huéspedes el trigo posible, el fundacional, el puro: el poema, y del que Morel se sirve para transformarnos en comensales y testigos de su banquete ceremonial.

*Óscar Pirot es poeta. Su último libro es Óscar PirotBestimenta (Esto no es Berlín, 2016).

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