Rosa Montero: clínica, literatura y creatividad

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El peligro de estar cuerda

Rosa Montero

Seix Barral (Barcelona, 2022)

Este es un libro atípico, como otros de su autora, con componentes ensayísticos, reflexivos, sin que falte la ficción ni los detalles autobiográficos, pues no solo se refiere a ella, sino también a su familia, sobre todo a sus padres y a quien fue su pareja, Pablo Lizcano. De todas formas, en casi todos los libros de la autora, en mayor o menor medida, narración y reflexión aparecen de la mano, ensambladas e indivisibles, de la misma manera que ficción y realidad, a las que aquí se añaden cordura y locura. En suma, “puro [Emmanuel] Carrère”, como ella misma ha declarado en una entrevista. No en vano, cuando se acerca el final de la obra, Rosa Montero confiesa: “en este libro (…) también hay ficción. No en las citas, no en los datos, no en aquellos detalles biográficos en los que sustento mis teorías. Pero sí, hay ciertos ingredientes que son imaginarios (…), las partes que no son verdad son las más verdaderas” (pp. 228 y 229). Declaración en la estela de aquella otra memorable de Antonio Machado: “También la verdad se inventa”, que tanto le gustaba repetir a Juan Marsé. Sea como fuere, se produce una identificación casi absoluta entre la autora y la narradora, que a menudo se dirige a los lectores, a quienes trata como interlocutores, en busca de complicidad, como si quisiera dialogar con ellos. Y por lo que se refiere a la ficción, fíjense, por ejemplo, en las seis historias intercaladas que aparecen en el libro, o en la construcción del personaje de la Otra, que es producto de la invención, excepto –lo ha confesado la misma autora– el incidente inicial que tiene lugar el 20-N cuando un individuo se hace pasar por su amante para darle celos a la novia.

Empieza con tres citas, de Fernando Pessoa, Shakespeare y Anne Sexton, sobre la locura, la lucidez y la creación, que marcan la pauta de lo que vamos a leer. El libro se compone de 23 capítulos, unos Agradecimientos y un Apéndice, donde se recoge una interesante entrevista con Doris Lessing, publicada con anterioridad en el diario El País. Se despliegan en sus páginas diversas estrategias e ideas. Algunas de estas últimas en la estela de las postuladas por el Romantismo. Así se dice que por genio “hay que entender todo tipo de individuo creativo” (página 13), y se anuncia que el libro trata “de la relación entre la creatividad y cierta extravagancia (…), de si ser artista te hace proclive al desequilibrio mental” (página 13). Más adelante, se refiere a la energía excepcional que necesita desplegar quien compone una obra y a la necesidad de eso que podríamos llamar “una fulgurante intensidad” (página 209), o a “la incapacidad para poner palabras a lo indecible” (página 20), lo que los románticos alemanes denominaron como la imposibilidad del decir, una reflexión que también encontramos en la poesía de Bécquer, si bien formulada de forma más modesta.

El libro comienza con una frase sentenciosa que captará la atención del lector y en cierta forma anticipa lo que vendrá: “siempre he sabido que algo no funcionaba bien dentro de mi cabeza” (página 11), a la vez que muestra su convencimiento de que todos tenemos algo de raros, algún desequilibrio mental, de mayor o menor gravedad, pero que resulta mucho más frecuente en los creadores, en los escritores. Que existe, en suma, un delgado trecho que transita entre la cordura y la locura. A partir de este planteamiento cuestiona ciertas verdades establecidas sobre los considerados seres normales y los raros (p. 12), llamando la atención sobre la salud mental, una preocupación en la que políticos vinculados a las distintas variantes de Podemos tanto han insistido en los últimos tiempos, aunque me temo –ojalá me equivoque– que con más oportunismo político que verdadera preocupación.

El libro trata de las relaciones que se establecen, y los desajustes que surgen, entre la creatividad y la salud mental. En suma, de las vanidades, rarezas, manías y chifladuras, e incluso enfermedades, de los artistas, de los escritores; sin olvidar las depresiones, la esquizofrenia, la locura y el suicidio. Sobre la locura, repite con lucidez: “Estar loco es, sobre todo, estar solo” (páginas 21 y 77). Pero en diversos momentos, ella misma se pone como ejemplo (confiesa tener “el cableado defectuoso”, páginas 29 y 99), y se plantea lo que la escritura tiene de terapia, de posible salvación ante semejante amenaza. 

Se dirige con frecuencia a un hipotético lector, su necesario interlocutor, según hemos indicado. El libro está escrito en un estilo coloquial, con desenfado, traspasando expresiones del habla coloquial a la escritura, de raruno a googlear, sin que falte el humor, siempre oxigenante, en diversos pasajes que a mí me han hecho sonreír.

A menudo se hace las preguntas que suelen plantearse escritores y lectores y las responde, lo que ya es mucho: cómo y de dónde surgen las historias; por qué escribimos, precisamente, aquello en concreto; por qué la identidad de los escritores suele ser mudable, múltiple; cómo funciona la creatividad y qué condiciones deben darse para que resulte productiva (páginas 108, 138 y 162), el huevecillo del que nacen las narraciones, como lo llama (página 120); qué es la ficción (“un delirio controlado, una defensa del cerebro frente al vacío de la comprensión del mundo, un intento de poner un sentido al mundo”, comenta en una entrevista, tras la aparición del libro); así como en qué consiste ser novelista (página 156) y qué son las novelas (páginas 56 y 61); y, por último, qué supone escribir una novela (página 216).

Declara, además, que para ella “escribir es danzar” (página 302); que “lo esencial solo se puede contar por medio de metáforas, leyendas, mitos y ficciones” (página 228), pues –confiesa– “no confío nada en la realidad (…), me gusta jugar en mis novelas con la ambigüedad, con los resbaladizos límites entre lo verdadero y lo imaginario” (página 227); al mismo tiempo que no le agrada escribir novelas autobiográficas (página 36); reflexiona sobre la frecuente presencia de los enanos en sus narraciones (página 56); se vale de las imágenes (las fotos que toma desde las ventanas de hoteles y apartamentos, páginas 261-270) para mostrarnos otras perspectivas o rincones posibles de la realidad; o define la literatura con acierto como “disparos de luz contra las tinieblas” (página 184). 

En algún momento puede parecer un libro excesivo, escrito a borbotones, puro Rosa Montero, en el que se muestra más apasionada que nunca, y al que quizá le falte algo de contención y le sobre una pizca de pasión. La lista de citas que aduce, ella misma habla de una “orgía de citas” (página 206), de lecturas, resulta apabullante, desde los clásicos grecolatinos a los autores contemporáneos, sin que falten científicos, sociólogos, psiquiatras o psicólogos (confiesa que cursó la carrera de Psicología para intentar entender lo que le pasaba). Con muchos de ellos se confronta Rosa Montero y compara en qué grado mayor o menor –siempre menor, por fortuna– ha padecido sufrimientos semejantes a los de algunos grandes escritores de la tradición occidental.

En numerosas ocasiones se refiere tanto a las vidas atormentadas como a las opiniones de algunos de sus autores preferidos, como son Janet Frame; Ursula K. L. Guin, a quien trató y considera su maestra; Silvia Plath, dedica todo un capítulo (página 231-259) a la tormentosa y desgraciada relación con el poeta Ted Hughes, su marido; o Emily Dickinson, de uno de cuyos versos, se reproducen en su contexto en la página 181, procede el paradójico título del libro, por no hacer la lista interminable. Nos confiesa, además, que su cuento preferido es Wakefield, de Hawthorne (página 35 y 172), relato que han remedado con fortuna Luis Mateo Díez y Javier Marías.

Confieso que me incomoda la dedicatoria inicial, en la que entre tantos halagos (alguno me cuesta mucho entenderlo), los críticos son expulsados del sistema literario, echo de menos un Índice (sobre todo en un libro cuyos capítulos aparecen titulados de forma significativa, por lo que resulta útil poder visualizar, de una ojeada, las distintas partes) que se ha incorporado en las ediciones posteriores, y desconfío de la dependencia, me parece excesiva, de la a menudo poco fiable Internet. Pero, además, se muestra a veces demasiado taxativa, hubiera sido mejor matizar las opiniones, como las que –por ejemplo– se formulan en las página 198, 199 y 205. Por último, quizá podría haberle sacado partido a la lectura de Locos egregios (2002), libro del psiquiatra y escritor Juan Antonio Vallejo-Nágera, y a L´home de geni (1984), de Antoni Marí, a los que no se refiere. Todo peccata minuta.

Al fin y a la postre, Rosa Montero reivindica la singularidad de cada cual, la posibilidad de ser diferentes. Trata, como decíamos, de asuntos diversos que giran alrededor de la creación y de los trastornos de la personalidad, pero sobre todo de la escritura. La propia autora confiesa haber padecido miedo y haber tenido ataques de pánico (“la gripe de los desequilibrios mentales”, página 23), de ansiedad (que desaparecieron tras publicar su primera novela y recibir la aceptación de los lectores), de angustia, haber sufrido dermatilomanía (en la página 195 se explica en qué consiste), y haberse psicoanalizado en tres ocasiones (páginas 27, 162). Pero también nos advierte: “jamás tuve pensamientos suicidas reales” (página 23). En fin, lo que probablemente quiera decirnos es que a ella le ha ocurrido lo que a tantos otros artistas, con mayor o menor intensidad.

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Rosa Montero ha afirmado que este es el libro de su vida. Yo no me atrevería a secundarla, ni tampoco a llevarle la contraria, pero sí me parece que interesará a los lectores, lo alabarán los críticos, yo mismo entre ellos, y se convertirá en una herramienta utilísima para todos aquellos que desean escribir ficciones (pueden aprender, por ejemplo, a armar el gran puzzle que es este libro y a ir analizando, completando y matizando los diversos temas de los que se ocupa; en suma, cómo “dar forma a lo informe”, página 147), o que cultivan la escritura como terapia ante la desazón existencial. Y, por supuesto, ya es lectura imprescindible para los lectores que quieran entender mejor la personalidad y la obra de Rosa Montero, que cada vez se muestra más variada y compleja, llena de recovecos.

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Fernando Valls es profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.

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