Una voz ante el tiránico español monótono
Pombero
Marina Closs
Páginas de Espuma
Este nuevo libro publicado por la Editorial Páginas de Espuma es también uno de los que quedaron finalistas en el último premio Ribera del Duero. Difícil lo debió de tener el jurado, dada la calidad no sólo de la ganadora, la boliviana Liliana Colanzi, sino de las jóvenes escritoras que, tras el premio, han sido publicadas por esta editorial, que se está haciendo con un catálogo de mujeres latinoamericanas que tienen mucho que decir. Nacida en 1990 y licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires, este libro supondrá que sea conocida por estos lares, pese a tener varios publicados.
Los nueve cuentos que encontramos tienen todos ellos doble título. Así, el primero se llama Si yo fuera alguien y, entre paréntesis, Pombero, que da nombre al libro. Y en la tercera página, nada más empezar, bajo la palabra que da el título, aparece: Alguien, uno solo o nadie. Todo nos pone sobre la pista de la identidad, algo que ella considera, como ficción, el eje de estos cuentos. Pero hay algo más. Cuando leí el primero, me pareció que bebía de las fuentes tradicionales. Pombero podría ser nuestro Sacamantecas o El hombre del saco con el que nos asustaban de niños, como les pasa a los dos que aparecen en el cuento. Pero también hay otro elemento a tener en cuenta: el pombero es un duende mítico de la cultura guaraní que cuida a los animales, castiga la tala indiscriminada de árboles y protege la naturaleza. Es curioso, porque al buscar la imagen de un pombero en internet me ha recordado a los Fameliars, unos duendecillos de la tradición ibicenca, rurales, muy vinculados a la tierra, los cultivos y el bosque, que hay que encerrarlos en botellas porque son rápidos recogiendo cosechas pero, si te descuidas y no los encierras al momento, se comen todo lo que recogen. Son trabajadores, pero también comilones.
Haber puesto este título al libro es toda una declaración de intenciones. Por eso está muy presente el bosque, a veces como amenaza, con el peligro de perderse, como en los cuentos de nuestra infancia. La naturaleza se va filtrando a lo largo del libro.
Al empezar a leerlo, inmediatamente me puse a hacerlo en voz alta, porque hay algo muy poderoso en él: el ritmo. Y si no me creen, aquí va una muestra: "La ropa le cuelga y ondea en el viento. Busco mi cuchillo y le abro el boquete. Chorrea de miedo boscoso"… O más adelante cuando escribe: "La hojita de hierba me odia, me punza y me pincha en su nombre. Yo pido perdón, voy diciendo por el monte 'perdón, za kri, za, kri'"
Son imágenes poderosas, de naturaleza salvaje, pájaros muertos, mujeres telaraña y niños en peligro que milagrosamente se salvan, como en los cuentos tradicionales.
En Dunka, subtítulo de No sería, de nuevo la identidad, ahonda en lo rural, ya no solo lo salvaje y primitivo, sino en otra escala, para plantear una realidad: la niña de 13 años casada por los padres con un hombre mucho mayor que ella, y esa niña quiere seguir jugando. Un cuento donde el realismo y los puntos mágicos de la infancia se funden de manera sutil, sin saltos en el vacío ni el manierismo que algunos escritores de lo fantástico utilizan a veces de manera abusiva. Aquí no. Todo está medido.
Jabalí es la fusión de nuevo con la naturaleza, presente en el libro, de nuevo unida a ecos de la tradición: "Voy a hablar de antes, cuando era tiempo de ñandús"… En las cosas de antes, cuando los padres no tenían techo y la lluvia no los desesperaba, cuando había tres animales poderosos: arco iris, madre víbora, tigre.
A partir del tercer cuento el libro tiene, a mi entender, una evolución, como queriendo avanzar en lo humano una vez asentado el papel de la naturaleza a la que pertenecemos, y nos presenta unos personajes e historias tan conmovedoras que, en algún caso, como el de Rosita, uñas negras, subtítulo de Lo otro, uno de mis favoritos, una peluquera trans, sentimental y acogida por mujeres, merece leer varias veces, sobre todo por el punto de vista desde el que cuenta la historia. De nuevo la identidad trastocada, el hombre que se siente mujer, el enfrentamiento familiar y social por ello. Y con un sutil sentido del humor.
La masajista japonesa, Suzumushi, que no es en realidad japonesa, de nuevo la identidad, en el fondo es un cuento que tiene que ver con las historias transterradas, el que no es de donde es o, como dice a lo largo del cuento, "cada lugar de la tierra es mi sitio". Y de nuevo, las relaciones humanas impregnadas de naturaleza: "Los Helechos no tiene más que rojo tierra, del camino. Rojo polvo, expandido en el aire. Verde laberinto de tales. Plantación de yerba, plantación de té. Mi padre extrañaba los campos de esencias de la costa brasilera. El cedrón perfumando la niebla. La menta partiéndose y quebrándose. Extrañaba el paisaje cortado por los frágiles molinos. Plantó menta y cedrón detrás de nuestra casa. Pintó el nombre del jardín en una tela y era: Jardín de la Adivinanza".
He aquí otra vez el ritmo y la musicalidad del lenguaje para contar historias, para describir situaciones.
En todos los cuentos muestra un profundo amor a sus personajes, los perversos y los que no, tratados con cariños, sus contradicciones y deseos, su devenir y sus reticencias.
Al final del libro hay una nota que termina diciendo: "Como todos los demás relatos, se nutre de textos y formas orales propios de mi territorio y no tiene otra pretensión de realidad que la de alzar una pequeña voz de miedo ante el tiránico español monótono."
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Tomen nota. Habrá que seguir de cerca a Marina Closs.
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Carmen Peire es escritora. Su último libro es 'Cuestión de Tiempo' (Menoscuarto).