La burbuja de los festivales amenaza con asfixiar a las salas de conciertos y a las bandas emergentes
Las salas de conciertos son el primer paso para cualquiera que quiera labrarse una carrera sólida en el mundo de la música. Se empieza tocando para familiares y amigos y se puede terminar, por qué no, a unos cuantos afortunados les pasa, encabezando grandes festivales ante miles de personas. Sin las salas de conciertos, que son el primer escenario que necesariamente hay que pisar, no hay, por tanto y en potencia, cabezas de cartel para el futuro sostenible de los grandes eventos lúdico-musicales.
Un detalle en absoluto menor al que no atienden los grandes festivales, esos que piensan cada vez menos en la música y más en el turismo. Esos que revientan el mercado pagando cachés astronómicos e inflando los precios para robarse los artistas principales (y no tan principales) unos a otros. Esos que llegan a una ciudad anunciando sus bondades a bombo y platillo, para marcharse después repartiendo beneficios sin haber aportado valor cultural real añadido.
"Es un momento muy delicado tras la terrible pandemia. Pero se ha abierto la botella de champán y hemos salido todos corriendo para todos los lados. A ver si se estabiliza la situación un poco para ver qué es lo que queda", apunta a infoLibre muy gráficamente Javier Olmedo, director gerente de La Noche en Vivo, la asociación de salas de Madrid, quien "en absoluto" está en contra de los festivales, pero aboga por buscar "puntos de convivencia" y que estos grandes eventos tengan un "compromiso con el ecosistema de cada ciudad", por ejemplo programando conciertos durante la semana en las salas, como planea el Primavera Sound en su primera edición madrileña del próximo año.
Sí que concede Olmedo que este verano ha habido "sobresaturación" de festivales, lo cual, ya de primeras, implica que la gente luego "no tenga dinero para ir a las salas" en otoño e invierno. "En Madrid antes había un par de festivales, pero desde San Isidro en mayo prácticamente ha habido uno cada fin de semana. Y algunos incluso dos, o también semanas enteras. A esto hay que añadir toda la programación institucional gratuita, fiestas en los barrios... Todo esto ha hecho que muchas salas de aforo pequeño y mediano echaran la persiana durante prácticamente tres meses". explica.
En la misma dirección apunta el coordinador de la Asociación Estatal de Salas de Música en Directo (ACCES), Armando Ruah, quien recuerda que en España se celebra alrededor de un millar de festivales al año, no ya solo en verano, aunque sí principalmente. "Este boom de festivales nos está afectando", admite a infoLibre, apuntando como consecuencia de esta burbuja que, por ejemplo, el aumento al recibir tantas ofertas festivaleras de "los cachés de grupos medios y medios-altos que solían tocar" en sus salas, pero que ahora piden demasiado dinero. Además, agrega que, con esta tendencia, muchas veces la gente prefiere pagar 50 euros para ver a siete grupos en un festival y luego se "piensa mucho" pagar 15 o 20 euros por un concierto en una sala, aunque sea completo y, por lo general, más largo y satisfactorio para el público.
"Todo esto se tiene que reajustar de alguna manera, porque no creo que haya cama para tanta gente, como decía Celia Cruz", resume con humor Ruah, quien comprende que el público tiene que "elegir", más aún en este momento de inflación y de crisis que las salas notan "sobre todo en los grupos medios y en los emergentes". Precisamente el apoyo a estos últimos es una de las funciones esenciales de los locales de música en directo, como decíamos, pues son los que les conceden la ansiada primera oportunidad. Pero la situación se complica también para ellos si el público va a tiro hecho a los grandes eventos y en las salas se multiplican los gastos.
Hay una generación de grupos que tienen muy difícil estar en un escenario ahora mismo. Si se pierde esto, al final perdemos todos: artistas, salas y el público que se queda sin la posibilidad de descubrir nuevas cosas
"El verano ha sido muy malo, pero confiamos en que el invierno va a ser bueno", indica Olmedo, que quiere lanzar un mensaje de "optimismo" a pesar de que en esta nueva temporada les preocupan cómo va a afectar la crisis económica en los hábitos de consumo del público y en el funcionamiento de las propias salas, donde los gastos comunes se disparan: "Los gastos de luz se han multiplicado. Me comentaba un compañero que cuando antes pagaba mil y pico euros, ahora está en 7.000 euros. Eso es una barbaridad, si metes esos gastos fijos más las subidas de los proveedores, se disparan los costes. Vamos a ver si el público acompaña y no nos ahogamos. Nuestras salas pequeñas y medianas tienen la ventaja, eso sí, de unos precios muy accesibles, que son de 10 o 12 euros de media", plantea.
Para evitar ese ahogamiento justo ahora, cuando las salas se sienten "como el náufrago que está llegando a la playa" después de la pandemia, Olmedo apuesta por "afinar muchísimo" con las programaciones para evitar "pinchazos" inesperados: "Antes sabías que si un mes hacías treinta conciertos podías tener tres o cuatro que iban mal o cinco o seis regular. Pero ahora los programadores se tienen que esforzar para que no existan esos días, porque eso va a significar mantenerse o no".
Esta obligación de no fallar para las salas va de nuevo en contra del talento de las bandas o solistas desconocidos pues, irremediablemente, tienen que ser algo más conservadoras para que cuadren las cuentas. Eso provoca que van a tener "menos vista para los grupos grupos o cosas más innovadoras", por lo que "hay una generación de grupos que tienen muy difícil estar en un escenario ahora mismo". "Si se pierde esto, al final perdemos todos: artistas, salas y el público que se queda sin la posibilidad de descubrir nuevas cosas", remarca.
Y apostilla: "Yo he visto el cariño de muchas salas a grupos cuando van diez personas a verles y, aún así, les vuelven a programar y la siguiente van veinte. Ahora mismo no están las cosas para apoyar eso, aunque es parte importante de nuestra labor y lo que nos mola. Les apoyas porque ves algo en esos artistas. Pero ahora no puedes estar programándolos cinco meses seguidos para que se vayan desarrollando y eso da muchísima pena".
Ruah resalta, asimismo, que los artistas emergentes y de tamaño medio necesitan fajarse con el público, y eso "ocurre en las salas de conciertos". Ellas son las que posibilitan ese crecimiento y no los festivales que les pagan cantidades irrisorias a cambio de visibilidad para ponerles a tocar a las cuatro de la tarde. Por eso, lanza otra alerta: "Estos dos años de pandemia no han permitido renovación de público. Hay que recuperar a todos esos jóvenes de 16 o 18 años que han estado este tiempo con las salas cerradas. Es labor nuestra analizar cómo podemos atraer estos nuevos públicos que tienen unos hábitos de consumo musical muy diferente al de hace unos años".
Las salas de conciertos ofrecemos una programación continua y estable, algo que casi nunca se nos reconoce por parte de ayuntamientos o administraciones. Son más propensos a premiar a festivales
Por su parte, Silvia M. Ferri, vicepresidenta ACCES representando a Andalucía aún añade más retos a los que las salas deben hacer frente a medio plazo, como "conciliación, precariedad, condiciones laborales y la inevitable transición" a convertirse en "espacios sostenibles". También coincide en que tienen que hacer frente a esta "burbuja festivalera postcovid que parece no dejar de crecer y dilatarse en el tiempo", al tiempo que abre una vía esperanzadora: "Durante la pandemia conseguimos que por primera vez se nos clasificara como espacios culturales, reconocimiento que nos abre un abanico de oportunidades con la administración y a nivel social, pero la lucha continúa y tenemos un largo camino por delante".
"Que nuestras salas sean considerados espacios de cultura es nuestra reivindicación desde hace 17 años", tercia Ruah. No es baladí este comentario, pues ACCES está estos días celebrando su 17 Congreso en Murcia, donde la asociación de salas de la región firmó recientemente un convenio con el Ayuntamiento de Murcia a través del cual recibe una subvención nominativa a Murcia Live!, con el objetivo de difundir y promover la música en directo en el municipio, potenciando los eventos musicales programados en las salas de conciertos bajo el marco de Panorama Salas.
Para Ruah, "este es el camino", pues una declaración "tan abierta e institucional es un gran avance", sobre todo porque "haber sido considerados como ocio nocturno durante la pandemia" les ha hecho "mucho daño". Desde que llegó el cerrojazo pandémico, la asociación estatal ha contabilizado el cierre de una veintena de salas de un total que ronda las 300. "Dentro de lo terrible que es, porque es muy difícil que una sala que cierra sea sustituida por otra nueva, hemos trabajado muchísimo y muy duro a nivel estatal, autonómico y municipal, lo cual, afortunadamente, eso ha permitido que muchas salas hayan podido sobrevivir porque han tenido alguna ayuda para alquileres, suministros o estructuras".
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Por eso, las salas miran al futuro con optimismo, ganas e ilusión. Son necesarias para evitar la uniformidad, apoyar el talento desconocido, fomentar la vida cultural. "Las salas de conciertos ofrecemos a nuestro pueblo o ciudad una programación continua y estable, algo que casi nunca se nos reconoce por parte de ayuntamientos o administraciones. Son más propensos a premiar a festivales... el valor de “la foto” con los números efímeros que aportan este tipo de eventos", defiende Ferri, para apostillar acto seguido que, en cualquier caso, "en la mayoría de casos" estos números "también son necesarios".
"En las salas destaca el aforo reducido, el sonido, la cercanía de público y artistas, el protagonismo indiscutible de la banda a la que vas a ver tocar. Está claro que no podemos bajar la guardia y ahora más que nunca sabemos que todo puede cambiar de la noche a la mañana. Hay que estar preparados y muy despiertos. Y por supuesto al día en nuevas tendencias a todos los niveles", subraya Ferri, mientras Ruah concluye: "Creo que el exceso de número de festivales tarde o temprano se tiene que reajustar y quedarse los que están llevados por profesionales".
Este verano en particular, cualquiera con un mínimo de agilidad y presupuesto ha podido cruzar España saltando de festival en festival. Pero el talento con el que se alimenta toda la cadena de valor del sector musical se desarrolla inicialmente en las salas de música en vivo, con más de 50.000 conciertos y cerca de 9 millones de asistentes al año en nuestro país. Tras los efectos post pandemia, se ha generado una espiral de eventos que ha puesto en duda la sostenibilidad en el tiempo de este modelo para el sector de la música en directo. Ese es el cruce de caminos. "Es muy complicado que salgan los números, pero en Madrid estamos muy ilusionados con este nuevo curso. Tenemos muchas ganas y esperamos que haga un poco de frío para que la gente quiera entrar en los sitios", termina Olmedo.