Pronto volveré a tu tumba, te llevaré a mi casa, descansarás en un lecho junto al mío; morirá mi cuerpo junto a ti, cadáver adorado, y expirando incendiaré mi domicilio, y tú y yo nos volveremos ceniza en medio de la casa.
José Cadalso, Noches Lúgubres
Hay un lugar en el barrio madrileño de Las Letras donde parece cerrarse un círculo cada uno de noviembre. Como motivo del Día de Todos los Santos, los habitantes de la capital acuden a la floristería más antigua de la ciudad para llevar claveles, rosas, gladiolos y crisantemos a los que se fueron. Depositarán las flores en las tumbas sin saber que el sitio donde las han comprado también fue en su día un cementerio. El enclave se llama El Ángel del Jardín y es un vivero emblemático por su belleza, presidido por un olivo con más de 150 años. Las verjas de su jardín guardan la historia de la primera novela del romanticismo. Hace más de tres siglos José Cadalso, loco de amor, intentó desenterrar a su esposa, que descansaba en el camposanto tras morir repentinamente. Más tarde, el escritor confeccionaría su obra Noches Lúgubres para superar el luto y redimir la culpa. Contó en un relato terrorífico de muerte y amor la profanación de la tumba de su amada.
El Ángel del Jardín se estrenó como negocio en 1889, después de que se prohibiesen a finales del siglo XVIII los cementerios en las ciudades con la llegada de la Ilustración. Algunos dicen que la ordenanza que acabó con los enterramientos en las urbes fue provocada por el escándalo de Cadalso y la exhumación de su mujer fallecida. Sea como fuere, aquel camposanto, perteneciente a la Iglesia de San Sebastián, y conocido como cementerio de artistas era el lugar perfecto para la floristería. Comenzó como un pequeño quiosco y acabó extendiéndose hasta ocupar toda la esquina del comienzo de la calle Huertas. Tras más de dos siglos desde la inauguración del local, los vecinos del barrio visitan la tienda, a veces sin comprar nada, para pasar unos minutos rodeados de flores, junto al viejo olivo de tronco retorcido. El árbol centenario custodia el vivero e incluso recibe regalos: "Todos los domingos alguien le deja una manzana", nos cuenta Mercedes Rodríguez, una de las regentes de la floristería. "Hay gente que viene a abrazarlo, otros traen libros para pasárselos por la corteza". Los guías turísticos, típicos en el barrio de Las Letras, hacen una parada frente al establecimiento para explicar la historia del antiguo cementerio. Pero, quizás por su calidad de leyenda más que de suceso histórico, pocas veces cuentan el fenómeno de Lope de Vega o el mito de Cadalso el desenterradorCadalso el desenterrador.
El cementerio de artistas: de la tumba de Lope de Vega a la floristería
El barrio de Las Letras fue el hogar de los genios del Siglo de Oro. Lope de Vega, Cervantes, Góngora o Quevedo vivieron en sus calles y en ellas siguieron después de muertos. Si bien Quevedo y Góngora fueron enterrados en otros lugares -Ciudad Real y Córdoba, respectivamente-, Lope de Vega y Cervantes encontraron el descanso eterno en Huertas. El que no quiso recordar el nombre de aquel lugar de la Mancha pidió que sus restos se trasladaran al convento de las Trinitarias descalzas, situado entre esta calle y la antiguamente llamada "Cantarranas", por el croar de las ranas que podía escucharse al caer la noche. Cervantes falleció en 1616 y su cuerpo se extravió poco después de ser enterrado entre los tres mil metros de superficie del edificio. Diecinueve años después, Lope de Vega también perdía la vida. Su cadáver fue depositado en el "cementerio de los artistas", la actual floristería.
Cuentan de la época de Lope de Vega que los habitantes de la época utilizaban la expresión "es de Lope" para referirse a las cosas espléndidas. El día de la muerte del escritor, mientras el cortejo fúnebre trasladaba el cadáver dirección al camposanto, un transeúnte exclamó “¡Vaya funeral, es de Lope!” al ver la procesión que acompañaba al ataúd. Sorprendido por la gran cantidad de gente que acudió a velar al muerto, aquel hombre estuvo, por primera vez con la expresión, en lo correcto. “Las calles estaban tan pobladas de gente, que casi se embarazaba el paso al entierro, sin haber balcón ocioso, ventana desocupada, ni coche vacío", escribió el primer biógrafo de Lope de Vega sobre el momento. Como por una suerte macabra del destino, sus restos, como los de Cervantes, también se perdieron. Al no pagar nadie el depósito de su nicho, fue enterradoen la fosa común del cementerio.
Podría pensarse que en El Ángel del Jardín se dan fenómenos paranormales, como en aquellas casas encantadas construidas sobre cementerios indios de las películas de miedo. Sin embargo, las floristeras aseguran no haber tenido nunca un encuentro con Lope de Vega o con algún otro morador del más allá. Todo lo contrario. El nombre del vivero se debe a que sus regentes sienten la presencia de un ángel. "Cuando nos hace falta una flor o una planta tenemos al angelito, que aparece de alguna manera y de repente damos con algún vendedor que nos lo ofrece o llama un proveedor, como si alguien nos hubiera escuchado".
El lugar, mágico por su apariencia en la actualidad, albergó bajo tierra a artistas como Ramón de la Cruz, arquitectos como Ventura Rodríguez o actrices como María Ignacia Ibáñez. Esta última, que murió con tan solo 25 años, fue el gran amor de José Cadalso y una vez fallecida, el objeto de su locura: el escritor se desesperó hasta el punto de visitar la tumba acompañado de un sepulturero para desenterrarla.
Fotografía del siglo XIX en la que puede verse la esquina de la calle Huertas donde se encontraba el cementerio, Madrid.
Noches lúgubres de Cadalso, la ficción, la realidad y el mito
En el número dos de la calle Huertas, donde hoy crece todo tipo de vida –desde bonsáis y baobabs, pasando por geranios hasta plantas carnívoras–, sucedió algo terrible hace 300 años. Dicen de Cadalso que se casó con María García Íbañez, una actriz bellísima. El escritor se enamoró profundamente de ella y le dedicó multitud de poemas, renombrándola como Filis. Corría el año 1771 y, por aquel entonces, las enfermedades más inofensivas arrasaban poblaciones con una muerte rápida, apenas febril. María muere esa primavera a causa de un resfriado -tifus en algunas versiones- llevando a Cadalso a la locura. Desolado tras la pérdida, acude al cementerio de los artistas para desenterrar lo que quedaba de su mujer.
Tras el episodio, que el escritor narró en un relato llamado Primera Noche, Cadalso intentó reunirse con su enamorada de nuevo. Quería recuperar el cadáver de María, llevarlo a su casa y prenderse fuego con él para descansar eternamente junto a su amada. No lo consiguió. En Segunda Noche cuenta cómo sus planes se ven frustrados, llegando incluso a morir uno de los hombres que lo descubren a los pies de la tumba. En la realidad histórica, una carta publicada en los periódicos de la época revela que los espías del Conde Aranda, que vigilaban al escritor tras el primer intento de profanación, lo sacaron del cementerio junto al sepulturero que le acompañaba. Después de aquello Cadalso fue desterrado de la corte y terminó el libro añadiendo la Terceray la Cuarta Noche, titulando la obra como Noches Lúgubres.
El texto final se publicó tras la muerte del autor y escandalizó a la población y a la iglesia: Noches Lúgubres fue juzgada más de una vez por el Tribunal de la Inquisición y experimentó varias versiones, adaptándose a los ideales de la época. En el siglo XIX el relato se extendió entre la clase obrera a través de ediciones populares y representaciones fantasmagóricas. Aquel escrito, que sirvió a Cadalso para superar la pena tras la muerte de su amada y el horror vivido durante las noches en las que fue a visitarla, se considera a día de hoy la primera narración romántica de la literatura española e incluso europea.
Es difícil saber si los hechos sucedieron realmente o si se trata de una exageración enmarcada en el género de terror. Ramón Gómez de La Serna participó en hacer del escritor una leyenda, renombrándolo como Cadalso el desenterrador. A lo mejor, el encargado de alentar las sospechas fue el propio Cadalso, pues quedó tan trastornado que rápidamente empezó a circular por Madrid el rumor de que podría cometer una locura tras el fallecimiento de María.
El culto a la muerte en la actualidad: la tradición y El Jardín del Ángel resisten
El Día de Todos los Santos en España bebe de la tradición celta. Los pueblos guerreros celebraban el año nuevo en la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre. Al caer el sol, los espíritus de las personas que habían muerto durante los doce meses anteriores volvían a la tierra en busca de los vivos para poseerlos. Para confundir a los fantasmas, ocultaban sus rostros con máscaras y tallaban pequeñas estatuas para protegerse. La festividad se llamaba Samaín y marcaba el final de la temporada de cosechas.
El rito pagano se encontró con la tradición católica cuando el Día de Todos los Santos, celebrado anteriormente el 13 de mayo, empiezó a festejarse el 1 de noviembre. El papa Gregorio III movió la fecha de la celebración cristiana para que, al coincidir con el Año Nuevo Celta, los nuevos creyentes dejaran sus antiguas creencias sin abandonar el culto a los difuntos.
A día de hoy, la religiosidad parece vivirse a la inversa: cada vez son menos los que celebran la festividad católica y más los que se apuntan al fenómeno estadounidense de Halloween. La fiesta norteamericana es una versión moderna del Samaín celta, que llegó a Estados Unidos con los inmigrantes irlandeses. En España los más pequeños preparan sus disfraces e imitan la fórmula inglesa del truco o trato. Los jóvenes, también disfrazados, no visitan las casas del vecindario para pedir chucherías, pero salen de fiesta. Los más mayores compran flores para recordar a los seres queridos que se fueron y visitan los cementerios para limpiar las tumbas y decorarlas con gladiolos, lirios, margaritas o claveles, entre muchas otras. La ofrenda típica de este día es el crisantemo, los colores más elegidos suelen ser el rojo y el blanco. Los ramos y los centros florales tienen precios que rondan los 20 o 25 euros. Este año, las rosas rojas parecen ser las favoritas y el coste de los productos se ha encarecido por dos motivos: la crisis del coronavirus y el aumento de la demanda en un día tan señalado. San Valentín, el Día de la Madre y el de Todos los Santos son las fechas con mayor éxito de ventas en el sector de las floristerías.
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El Ángel del Jardín recibe en las vísperas del primer día de noviembre a los que siguen recordando a sus difuntos según manda la tradición, aunque estos cada vez sean menos. "En el centro de Madrid se hace muy poquito por el Día de los Santos, en todo caso, viene gente mayor. La gente joven ya no va a los cementerios", explica una de las dueñas del local. Hay algo entre los ancianos del barrio y la tienda: ambos resisten. A pesar de que el significado original del día de los difuntos parezca olvidarse poco a poco, algunos todavía cumplen con la cita, acudiendo a visitar a los que partieron cada año. Y aunque la calle de las Huertas pertenezca a un casco histórico que sucumbe desde hace tiempo al boom del turismo, donde los comercios tradicionales han sido sustituidos por bares low cost, la floristería, como si desprendiera un respeto eterno, sobrevive.
Mercedes Rodríguez y Elsa Valverde cuidan de su floristería y saben que hay que temerle más a los vivos que a los muertos. Rodríguez, florista de una familia que lleva ya cinco generaciones dedicándose al cuidado de las plantas, y Valverde, que estuvo al frente de la tienda del Jardín Botánico 20 años, recuperaron el vivero de las manos de un antiguo inquilino que estaba dejándolo perecer. El anterior regente del local "lo utilizaba para vender souvenirs, con las plantas en jarrones por el suelo". Transformó la floristería más emblemática de Madrid en un negocio, cuanto menos, extraño, "vendía pela ajos, tés diuréticos, de todo". Sucedió el año pasado y ellas llegaron justo a tiempo. Antes de irse, el expropietario les dijo: "Si pensáis sobrevivir vendiendo flores, os vais a ir a la ruina". Lo que aquel hombre no sabía es que El Ángel del Jardín no dejó de vender flores ni aun con un bombardeo. En noviembre de 1936, una bomba de la aviación franquista cayó destrozando la parte trasera de la iglesia contigua. El único sitio que quedó intacto en los alrededores del socavón que produjo la explosión fue el vivero, que sólo vio su parte frontal afectada.
La calle de las Huertas pertenece a un casco histórico que poco a poco sucumbe al
Pronto volveré a tu tumba, te llevaré a mi casa, descansarás en un lecho junto al mío; morirá mi cuerpo junto a ti, cadáver adorado, y expirando incendiaré mi domicilio, y tú y yo nos volveremos ceniza en medio de la casa.