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Sabina, nunca me cansaré de celebrarlo

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Nativel Preciado

Por más que lo niegue todo, puedo dar fe de que Sabina ha vuelto arrollador. Le seguí hasta Úbeda, lugar donde nació hace más de seis décadas, para saber cómo empezaba todo. Puedo contar que aquel 9 de junio dio su primer concierto en España (después de su estreno en México) preludio del que promete ser otro año triunfal. Fueron muchos los que viajaron desde todas partes porque quisieron comprobar, lo mismo que yo, en qué estado se iba a enfrentar, nada más y nada menos, que a medio centenar de conciertos.

Nadie daba un duro porque pudiera ser capaz, no ya de terminar sino de empezar una gira mejor que la anterior, cuando hace un par de años le bloqueó el miedo escénico en el mismo escenario. Sabina, sin embargo, es prodigioso y renace de sus cenizas una y otra vez. Asombra que pueda subir la voz a las notas más altas, como lo viene haciendo, y que armonice en cada concierto una cadencia mágica, en la que sus músicos, pedazo de músicos, cubren sus ausencias cantando y tocando como si nada, como si el maestro les soplara al oído las letras compartidas en un alarde de socializar con ellos el éxito de cada noche.

Su primera noche en Madrid fue pura magia. Es cierto que tuvo al público entregado desde que apareció su silueta en el grandioso escenario. Cada vez más sensible, más irónico, más sabio y más idolatrado, con los ojos vidriosos y al borde de la lágrima, dedicó el concierto a la ciudad que tanto quiere y tanto extraña. El mismo ritual en todas partes, con un nudo en la garganta, lo niega todo, aquellos polvos y estos lodos, pero más allá de lo que diga la letra de una enorme canción, está muy lejos de quemar sus naves y defraudar a todos, ya es mucho más que el Dylan español. En un escenario que engrandece su música con los Garagatos del Sabina pintor que colorean y desbordan unas pantallas gigantescas, inicia su recorrido por su nuevo disco para desplegar en la segunda parte el río de excelentes canciones de toda la vida, cuyas letras el público reza con absoluta devoción y celebra bailando hechizado. Y otra vez se le humedecen los ojos, le tiemblan las manos e ironiza con su legendaria mala salud de hierro y su falsa decrepitud. No hablemos de la edad que inspira la mayoría de sus letras, pero con la que no se lleva demasiado bien (ni yo tampoco).  Qué estoy haciendo aquí, en dirección prohibida, se pregunta Joaquín, superviviente, sí, maldita sea, y  se teme acabar como una puta vieja, hablando con sus gatos en Lágrimas de Mármol.

Durante treinta años he visto múltiples conciertos de Sabina, inolvidables, sí, pero esta última gira tiene un punto emocionalmente extraordinario. Y nunca me cansaré de celebrarlo.

Por más que lo niegue todo, puedo dar fe de que Sabina ha vuelto arrollador. Le seguí hasta Úbeda, lugar donde nació hace más de seis décadas, para saber cómo empezaba todo. Puedo contar que aquel 9 de junio dio su primer concierto en España (después de su estreno en México) preludio del que promete ser otro año triunfal. Fueron muchos los que viajaron desde todas partes porque quisieron comprobar, lo mismo que yo, en qué estado se iba a enfrentar, nada más y nada menos, que a medio centenar de conciertos.

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