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Vivir en "permacrisis": por qué la globalización de capitales, mercancías y personas nos hace sentir miedo

Contenedores acumulados en el puerto de Felixstowe, en Reino Unido.

Una idea que siempre se repite de los milenials, la generación nacida entre los años 80 y 90, es que no conocen otra cosa que no sea la crisis. Primero fue la crisis financiera, que coincidió con la incorporación de esta generación a un mercado laboral que estaba derrumbándose. Le siguió la Gran Recesión, que se alargó unos años más. En el momento de recuperación, llegó la pandemia y antes de que se resolviera, Rusia invadió Ucrania creando un sinnúmero de perturbaciones más en la economía. Es la “permacrisis”, un concepto que se ha convertido en la palabra del año, según el diccionario británico Collins. Pero, ¿es esto una novedad histórica? ¿Hay más crisis que antes?

“Los períodos de paz y tranquilidad se han ido acortando. Cuanto más dura una crisis, más probabilidad hay de que surjan otras”, explica a infoLibre el catedrático José Ignacio Castillo, que pertenece al departamento de Análisis Económico y Economía Política de la Universidad de Sevilla. “La globalización de capitales, mercancías y personas ha sido un éxito en muchos sentidos. Pero es como una medicina: no hemos leído el prospecto y tiene sus efectos secundarios. Hemos infravalorado los efectos negativos que tiene”, explica.

“Las crisis de subsistencia se han producido siempre y ahora hay menos. Estamos mucho mejor que antes de la revolución industrial”, apunta Estrella Trincado, que imparte Historia Económica en la Universidad Complutense de Madrid. “La globalización, sin embargo, implica que los cambios se sucedan mucho más rápidos. Gracias a esos cambios, hay menos crisis de subsistencia, pero produce en la población más miedo. Creo que hay un elemento psicológico importante”, añade la profesora.  

El catedrático Castillo coincide en este punto: “Es algo que se incrementa con la percepción. El concepto “permacrisis” se ha inventado en Reino Unido, que antes de la pandemia vivieron otro evento no previsto que tuvo efectos negativos sobre la población: el Brexit. En España también tenemos esta percepción, por el enorme efecto que tuvo la crisis financiera, que se alargó en mayor medida, respecto a otros países”, añade. 

Flujos de capitales: cuando las empresas se desploman en un instante

La globalización ha propiciado la inmediatez global de los movimientos de capitales. Este proceso se ha consolidado en los últimos años con la aparición de las llamadas fintech, las plataformas de compraventa de activos financieros apoyados en la tecnología y con apenas comisiones que han abierto las bolsas financieras a personas que no disponen de un gran capital.  

“En cuanto a capitales, la globalización es casi perfecta. La frecuencia y la intensidad ha aumentado muchísimo. Esto hace que cualquier mala noticia pueda provocar que el precio de una acción pueda desplomarse con mayor velocidad. Cualquier ciudadano, por ejemplo, en Corea del Sur, con darle a un botón de su móvil es capaz de deshacer sus posiciones financieras inmediatamente y trasladar ese capital a cualquier otro rincón del mundo”, explica el profesor.

Un ejemplo de cómo esto se traslada a la economía real, lo vemos en el reciente desplome de las compañías tecnológicas en la bolsa, como Meta (matriz de Facebook, Instagram y WhatsApp), Google o Netflix. La percepción de los inversores que estas empresas vivieron su época dorada en el mundo pandémico del confinamiento y el teletrabajo ha provocado una desinversión masiva que les ha hecho perder una capitalización mil millonaria. Esto se ha traducido en miles de despidos.    

“Esto lo aprendieron muy rápido los países del sudeste asiático a finales de los años 90. Cuando empezaron las devaluaciones de sus monedas, vieron cómo el capital occidental desapareció muy rápido. Ante este riesgo de unas economías que estaban en pleno crecimiento, estas aprenden que la forma de ser resilientes es no depender del capital exterior. Es que es de cajón: ya existía entonces y ahora se ha multiplicado”, apunta el académico. 

Castillo considera que, en general, no hay conciencia colectiva de la revolución que han supuesto las fintech: “No es necesariamente negativo, pero es verdad que aumenta los riesgos de que cualquier problema financiero se intensifique”. 

Flujos de mercancías: cuando los chips dependen de Asia

“La globalización de los flujos de mercancías nos ha hecho más interdependientes, pero yo creo que en un primer sentido eso es positivo: nos ha permitido aumentar el nivel de producción global, una mayor cantidad de productos y además, los países interdependientes comercialmente son menos propensos a tener conflictos”, expresa José Ignacio Castillo.

“No obstante, esta interdependencia hace que cualquier problema que surja, como la pandemia, hace que las fábricas dejen de producir con la misma intensidad. Ha pasado con la escasez de semiconductores desde los países asiáticos, que ha provocado que se produzcan menos televisores o frigoríficos globalmente”, apunta.

Ante estas perturbaciones en el flujo mundial de mercancías, el catedrático resalta la experiencia de la Política Agraria Común (PAC) como precursora de todas las políticas públicas puestas en marcha en Europa tras la pandemia y la guerra: “Una de las conclusiones de estos años es que hay que tener las cadenas de producción un poco más cerca. Es decir, que si surge una pandemia, no tengamos que importar mascarillas. En Europa, tras la Segunda Guerra Mundial, se decidió poner en marcha la PAC para evitar la escasez alimentaria. Se desarrolló una agricultura subvencionada que ha sido un éxito. Pues ahora lo hemos hecho con las mascarillas, con los geles, cosas que no teníamos”, apunta.

“La Unión Europea se ha gastado mucho dinero en unas vacunas que ni existían, con el fin de no depender de otros países. Ahora se está haciendo con los fondos Next Generation para que, por ejemplo, produzcamos nuestros propios semiconductores. El modelo ya existía: es la PAC. Antes de la pandemia estaba muy cuestionada, pero ahora necesitamos esas capacidades estratégicas ante eventos que puedan surgir”, añade el catedrático.

Flujos de personas: cuando las infecciones se viralizan en pocos días

El flujo global de personas está “menos globalizado” que los dos anteriores: los flujos están restringidos por las políticas migratorias y los controles de fronteras. No obstante, el turismo y los viajes de negocios no paran de crecer año tras año. “Esos servicios crecen gracias a la reducción del coste de los transportes, que han propiciado la movilidad dentro y entre los países. Esto obviamente no es negativo: responde ante nuestra aspiración y deseo de viajar y conocer. Es algo tan exitoso que no vamos a renunciar a ello”, expresa el profesor.  

“No obstante, esto también trae aparejados más riesgos. En un mundo en el que hay miles de millones de viajes, cualquier virus que antes hubiera tenido un efecto local ahora es más probable de que tenga un impacto global. Hace 100 años, por la equivalencia con la gripe española, quizás el coronavirus se hubiera quedado en Asia. Antes, cuando una comunidad pasaba una enfermedad, la pandemia se acababa. Ahora hemos tenido olas y olas. La estrategia de cerrarte para que el virus no pase no sirve de nada. Con esta movilidad los virus van a seguir fluyendo: la única solución son las vacunas”, explica el profesor. 

Volver a la ciudad-fortaleza de la edad media en plena globalización

La percepción de la población ante estos riesgos a los que estamos expuestos por la globalización de capitales, mercancías y personas es de inestabilidad, que puede llegar a producir una gran incertidumbre. “Esto especialmente ocurre porque estamos continuamente bombardeados por los medios de comunicación, por la necesidad de cambios constantes”, explica Estrella Trincado, investigadora de Historia Económica. “Yo no creo que estemos en crisis permanente, pero es cierto que al existir cambios más rápidos en el siglo XXI, es lógico que se produzca una sensación de crisis continua”, concluye la profesora.

Este miedo latente en la población ha llevado, según el catedrático José Ignacio Castillo, a demandar una mayor seguridad por parte de las autoridades: “Los debates económicos se centran en la creación y distribución de la riqueza. Según el sesgo ideológico de cada uno, está más inclinado hacia un lado o hacia otro. Pero ahora se está demandando al estado que también provea de protección económica”.

El profesor explica que esto enraiza con el origen mismo de las ciudades: “La ciudad es el origen de las administraciones públicas y del Estado. La ciudades se hicieron para protegernos de invasiones y guerras. Nos juntamos, ponemos murallas, y evitamos que nos invadan. El Estado luego va adquiriendo funciones de crear y distribuir riqueza, pero ahora se le demanda que nos proteja. Que tenga vacunas si hay pandemia. Que haya subvenciones si se dispara la inflación. Volvemos a las funciones primigenias de la ciudad”, señala el profesor.

Castillo, en este sentido, cree que la pandemia lo ha cambiado todo: "El Brexit fue una respuesta muy del Titanic: que los de primera clase huyan en bote mientras se hunde el barco. Ahora es un escenario fantástico para que organizaciones supranacionales como la UE o la ONU puedan desarrollar un mayor papel. Europa ha respondido rápido y con fuerza. El éxito de estas políticas ha hecho que los ciudadanos vean a la UE como un elemento más necesario. El tamaño de shocks como la pandemia o la guerra hacen que las estrategias de cooperación sean más exitosas que las de la primera clase del Titanic", concluye el profesor.

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