
El Gobierno de Giorgia Meloni ha decidido dar un paso al frente para combatir la violencia contra las mujeres. El Consejo de Ministros italiano acaba de aprobar un proyecto de ley que prevé una reforma penal, encaminada a introducir el feminicidio como delito autónomo. Lo que en un primer vistazo puede parecer contradictorio –extrema derecha y políticas contra la violencia machista– forma en realidad parte de una estrategia global que la ultraderecha ha integrado plácidamente en su hoja de ruta. Es lo que se conoce como feminacionalismo.
La propuesta de la líder italiana tiene letra pequeña. La clave está en el castigo que plantea su equipo para los agresores: cadena perpetua. Esta fórmula convence a las posiciones más ultras, pero se aleja de las tesis feministas que rechazan el punitivismo como respuesta a la violencia estructural contra los cuerpos de las mujeres. "El feminismo de base, o con vocación emancipadora, desliga unas penas más duras con mayor seguridad para las mujeres", introduce la periodista e investigadora Nuria Alabao, autora del capítulo Género y fascismo: la renovación de la extrema derecha europea, contenido en el libro Un feminismo del 99% (Lengua de trapo). El feminismo ha sido capaz de introducir en el debate público la importancia de la violencia machista alertando de su prevalencia y ahora tiene el reto de que esto se derive "en una salida que no sea del tipo punitivo", completa.
En esa coyuntura, la extrema derecha ha encontrado en la violencia machista una ventana de oportunidad para defender penas más duras. Es lo que la investigadora cataloga como "populismo penal". Ya en 2019, Santiago Abascal proclamaba que "los que cometen crímenes contra las mujeres no salgan nunca de prisión", una línea que ha mantenido su partido a lo largo de los años. En 2023, con motivo del debate en torno a la ley del sólo sí es sí, la formación ultra reclamaba "permanente revisable y penas más duras para los agresores sexuales". Y la semana pasada, en la víspera del Día Internacional de las Mujeres, el partido sacaba pecho de ser el único que "ha pedido desde su origen endurecer las penas a los agresores sexuales, así como la prisión permanente revisable".
Autoritarismo y xenofobia
Todo esto tiene una base, apunta la investigadora: "El pánico moral, capaz de generar una fuerte movilización emocional en la política". Para la ultraderecha es rentable, porque "desmiente que están contra las mujeres", deslizando la idea contraria, que son ellos quienes "realmente están preocupados por las mujeres, más que lo que ellos llaman feminismo supremacista".
Este "pánico moral" es el perfecto caldo de cultivo para introducir la necesidad de medidas represivas y autoritaristas. Muchas se traducen en un mayor control en barrios y un aumento de las fuerzas de seguridad, porque "un sistema penal engrosado también necesita más policía", agrega Alabao. Y la inseguridad, según las tesis ultras, está directamente relacionada además con el segundo eje clave: la inmigración.
El paso andado ahora por el equipo de Giorgia Meloni es heredero en realidad del discurso que ya enarboló en su día Mateo Salvini. Ambos han defendido una premisa: la defensa de las mujeres está intrínsecamente vinculada a la lucha contra la inmigración. Un apunte: en el programa electoral sobre el que orbitó hace tres años la coalición de Meloni, Salvini y Silvio Berlusconi, el problema de la "violencia contra las mujeres" se trataba en el apartado de "seguridad y lucha contra la inmigración ilegal".
Punitivismo y xenofobia son los dos elementos troncales de la extrema derecha que señala también el periodista Miquel Ramos, autor de Antifascistas (Capitán Swing). Ambos factores se dibujan como "respuestas a problemas estructurales", así que la ultraderecha se inclina o bien por negar la violencia o bien por introducir la "variante extranjera de los perpetradores", obviando de esta manera que "el machismo existe como problema estructural, no cultural".
"Fronteras bien guardadas"
La ultraderecha, describe Nuria Alabao, "se basa en la idea de superioridad occidental", planteando que "el problema son otras culturas, porque en occidente ya hemos conseguido la igualdad", por eso se opone a cualquier legislación que plantee la violencia machista como una cuestión estructural. Carlos Flores, el diputado de Vox condenado por violencia de género aseguró hace dos años que "las españolas no necesitan puntos violetas, sino fronteras bien guardadas". Ahí entra en juego lo que se conoce como feminacionalismo. Sara R. Farris, autora de En nombre de los derechos de las mujeres. El auge del feminacionalismo (Traficantes de sueños), lo explica así en su libro: "Al fomentar una retórica de división, o de separación maniquea del debate político e ideológico en un 'nosotros' (blancos, europeos, occidentales, cristianos, civilizados, 'respetuosos con las mujeres') contrapuesto a un 'ellos' (esos otros no blancos, no europeos, no occidentales, musulmanes, incivilizados, misóginos), los partidos nacionalistas de derechas solo pueden beneficiarse".
La autora añade que "en una coyuntura histórica en la que el asunto de la desigualdad de género, como el de los derechos humanos, se ha convertido en un tema manido en cuyo nombre las nuevas configuraciones de poder racistas a imperialistas se vuelven hegemónicas, resulta sencillo tomar una idea vaga y generalizada sobre la igualdad de género y que estos partidos la usen con fines oportunistas para contribuir a la consolidación del proyecto nacionalista". Es más, continúa, "la reclamación por parte de estos partidos de la falta de igualdad de género dentro de las comunidades inmigrantes y en particular musulmanas ha sido fundamental para generar y reforzar el sentimiento racista entre los europeos occidentales".
Volvamos a Italia. En 2023, un total de 61 mujeres italianas fueron asesinadas a manos de sus parejas o exparejas varones. Ampliando el foco, 117 mujeres fueron víctimas de homicidio, según el instituto nacional de estadística, Istat. El mismo informe señala que el 94,3% de las mujeres italianas son víctimas de italianos, e incluso la mayoría de víctimas extranjeras (56,2%) perdieron la vida también a manos de italianos. La amenaza del agresor extranjero se diluye con echar un vistazo a los datos.
La ultraderecha se basa en la idea de superioridad occidental, planteando que el problema son otras culturas, porque en occidente ya hemos conseguido la igualdad
Mujeres, maternidad y el 'verdadero feminismo'
Fue Meloni quien también pronunció, orgullosa, las siguientes palabras: "Soy mujer, soy madre, soy italiana, soy cristiana y no me lo quitarán". El eslógan tiene su origen en el año 2019 y ha acompañado a la líder italiana desde su aterrizaje en las instituciones. Las palabras no son inocentes, sino que se enmarcan en una disputa con las feministas por "el concepto de mujer", frente a las que quiere "recuperar aquel que se ciñe a los roles de género tradicionales", escribe la periodista Paola Aragón.
La premisa, describe Nuria Alabao, es la siguiente: "Si tú estás verdaderamente preocupado por las mujeres, cosa que no hace el feminismo, tienes que estar preocupado porque las mujeres puedan ser madres". Esta idea ignora que son precisamente "las políticas ultra neoliberales" las que dificultan que "las mujeres sean madres en buenas condiciones". En Europa occidental, la ultraderecha representada por Giorgia Meloni o Marine Le Pen "se aproxima a lo que puede ser un feminismo liberal" que reivindica la figura de madre trabajadora capaz de conciliar su vida familiar y laboral "sin victimismos", plantea la investigadora. "Lo hacen para conseguir el voto femenenino" y porque esta línea supone la "desdiabolización de los partidos de extrema derecha". Además, completa la periodista, en este marco encaja también la afirmación de que "la caída de las tasas de natalidad" están derivando en un "reemplazo de las familias europeas por población extranjera".
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A partir de este enfoque nativista se puede entender mejor la iniciativa italiana de castigar con multas y penas de prisión a quienes recurran a los vientres de alquiler en el extranjero. Aunque la demanda es una reivindicación clásica del movimiento feminista, sus raíces son radicalmente distintas. Mientras la agenda feminisma plantea los vientres de alquiler como una práctica contraria a los derechos y libertades de las mujeres, la extrema derecha italiana la sitúa como un agravio a la idea de familia tradicional.
Las tesis ultras tienen siempre estos tentáculos para reconducir cuestiones pensadas para corregir desigualdades estructurales hacia su propia agenda
En España no suena ajena la transformación perversa del feminismo en discursos en pro de la familia, la maternidad y la natalidad. Con los pactos entre conservadores y ultras en distintos municipios y comunidades, una de las primeras medidas acordadas fue la conversión de concejalías de igualdad en concejalías de familia. La derecha aprovecha la coyuntura actual para desviar el foco y salir por "una puerta trasera donde está el elemento conservador de la familia tradicional, contrario a los derechos sexuales y reproductivos", asiente Miquel Ramos. Las tesis ultras "tienen siempre estos tentáculos para reconducir cuestiones pensadas para corregir desigualdades estructurales hacia su propia agenda".
La trampa está hecha. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, anunció días antes del 8M su intención de invertir los fondos provenientes del Pacto de Estado contra la Violencia de Género en políticas de fomento de la natalidad. Al mismo carro se ha subido el líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, consciente de que sus discursos no puede simplemente desligarse del feminismo, sino que el rédito político está en proponer otro tipo de feminismo, despojado en realidad de toda vocación transformadora y de su radicalidad política. El la víspera del 8M, el gallego aprovechó para desplegar una serie de reivindicaciones centradas una vez más en la maternidad, pero también en lo tradicional como eje vertebrador de su discurso: "Creo en la causa de la igualdad por la que lucharon nuestras abuelas y nuestras madres, ese es el feminismo de verdad", sentenció.
El Gobierno de Giorgia Meloni ha decidido dar un paso al frente para combatir la violencia contra las mujeres. El Consejo de Ministros italiano acaba de aprobar un proyecto de ley que prevé una reforma penal, encaminada a introducir el feminicidio como delito autónomo. Lo que en un primer vistazo puede parecer contradictorio –extrema derecha y políticas contra la violencia machista– forma en realidad parte de una estrategia global que la ultraderecha ha integrado plácidamente en su hoja de ruta. Es lo que se conoce como feminacionalismo.