VIOLENCIA SEXUAL

El #GayMenToo desafía al silencio y al estigma alrededor de la violencia sexual en el mundo LGTBIQ+

Banderas LGTBIQ+ durante la manifestación estatal del Orgullo 2024.

"Aunque grité y luché, él era el doble de grande que yo. Me tapó la boca, me inmovilizó y siguió violándome hasta que terminó". Las palabras pertenecen a uno de los testimonios anónimos que corren por las redes sociales, el único espacio que las víctimas de violencia sexual han encontrado para romper con el silencio. Quien habla es un hombre. Y el autor de la agresión que denuncia es, también, un varón. La violencia sexual ejercida por hombres contra personas del mismo género no es un asunto que ocupe la agenda de las instituciones y tampoco suele llegar a las comisarías. Sobre sus vivencias sobrevuela un velo de silencio que algunos han querido ahora rasgar, un #GayMeenToo dentro del colectivo.

"Me desperté a las horas tirado en el suelo de la ducha, desnudo. Me comunicaron que dos o tres chicos habían hecho conmigo lo que querían, afortunadamente no recuerdo nada (...) Pero cada vez que lo pienso se me revuelve la conciencia, el alma y el cuerpo". Mensajes como este copan la bandeja de entrada de Emilio López, activista y autor del libro ¿LGTBQUÉ? (Egales, 2024).

López decidió hacer un llamamiento a raíz de los testimonios que señalaban al exdiputado Íñigo Errejón: "Me quedé absolutamente perplejo con la situación, lo que había sucedido y cómo estaba reaccionando la sociedad. Por eso quise hacer un post en mi canal de activismo en Instagram donde dejar ver que la violencia machista y misógina es una violencia sistémica que no entiende de izquierdas o derechas y que el mensaje de 'not all men' está más que desfasado", relata en conversación con este diario.

A partir de entonces, el activista se esfuerza en divulgar una realidad: los agresores sexuales son siempre hombres, pero además "lo son independientemente" de su orientación sexual. "Esto último conectó con la herida de algunos seguidores hombres gays y bisexuales que, inmediatamente, se vieron poniendo por escrito por primera vez las violencias sexuales que habían sufrido por parte de otros hombres y enviándolas a mi perfil en un mensaje privado". Fue, en palabras de López, "la mecha que hizo que la bomba estallase", la constatación de que "existe claramente una necesidad de explicarlo y acabar con el silencio". 

Cristian Carrer, psicólogo social y coordinador técnico de Observatorio Contra la LGTBifobia de Cataluña, identifica sin matices el "silencio y el estigma" que ha pesado tradicionalmente sobre la violencia sexual dentro del colectivo. Ahora, añade, la "problematización del fenómeno hace que se visibilice", un punto de partida fundamental que sólo será útil si se observa desde una mirada colectiva: "Más allá de los casos particulares, es importante que se conciba como un movimiento para a partir de ahí poder encontrar respuestas que sirvan para reparar a las víctimas". 

Los aprendizajes del feminismo

A la evidente dificultad que conlleva el mero hecho de verbalizar un episodio traumático, se suman dudas que entroncan con un compromiso ideológico decididamente feminista: "Algunas personas dudaron de si era el momento, pues podía parecer que los hombres estaban ocupando el lugar de las mujeres una vez más", reconoce. El recelo inicial tiene sentido, especialmente en un momento de oportunismo e instrumentalización del relato en torno a la violencia con fines negacionistas. A mediados de septiembre, sin ir más lejos, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, anunció la apertura de un centro dedicado exclusivamente a la atención de hombres víctimas de violencia sexual y lo hizo tras hablar del "falso feminismo" y la "falsa igualdad" que están "impregnando las leyes". La oposición tachó el discurso de "irresponsable, trumpista y negacionista".

Y es en ese punto donde el colectivo mira hacia los aprendizajes del movimiento feminista, para explicar que la violencia sexual que recae sobre los hombres hunde sus raíces en la misma estructura patriarcal dominante y es en realidad "una rama más de la cultura de la violación", abunda López. Carrer lo completa: "Tiene que ver con un sistema social que legitima la violencia sexual, un sistema que permite a los hombres abusar sexualmente de mujeres, pero también de otros hombres".

Precisamente si algo ha dejado claro la militancia feminista es que la violencia sexual no está ligada al deseo, sino al poder. Lo recuerda el activista Daniel Valero, autor de El niño que no fui (Egales, 2022). Los agresores son "hombres que han sido socializados" en el marco de una "masculinidad hegemónica" que abre la puerta a la violencia sexual.

Las cifras así lo avalan. El último informe sobre delitos contra la libertad sexual, confeccionado por el Ministerio del Interior con datos de 2023, zanja que el 93% de los violadores son hombres. Según datos del 028, el teléfono para atender a las víctimas de violencia LGTBIfóbica, la mayoría de las llamadas recibidas en el último año se producen tras un episodio de violencia, aunque el organismo no categoriza por género. "La violencia entre parejas del mismo género y doméstica, las agresiones, así como otros tipos de violencia suponen dos de cada diez llamadas que se registran en este servicio", informa el Ministerio de Igualdad.

"Nunca pensé en denunciar"

Los datos, sin embargo, están condicionados por un fenómeno: la infradenuncia. "Nos fuimos a dormir a casa de una amiga, me quedé dormido y cuando me desperté me estaba penetrando un amigo de esta que me presentó. Le empujé y sentí mucha rabia y me fui, encima fue sin preservativos y tuve que hacerme una analítica, pero no denuncié. Nunca pensé en denunciar en su momento", narra uno de los testimonios publicados por López.

El activista identifica varios motivos detrás de la reticencia generalizada a dar la voz de alarma. Por un lado, existen "víctimas que viven dentro del armario" y que tienen "relaciones sexuales con otros hombres en secreto". En ese contexto, alertar de una agresión sexual supone exponerse, una carga a veces inasumible e incluso detonante de más violencia por parte del entorno. Por otro lado, añade, las relaciones sexuales entre hombres del mismo género "han sido siempre asociadas a lo sucio, al vicio y a la promiscuidad", un estigma heredado que puede condicionar la decisión de las víctimas a la hora de denunciar. "Muchas pueden sentir que reconocer esta violencia sexual significa reforzar ese estereotipo. Me atrevería incluso a decir que muchas víctimas han llegado a pensar que se lo merecen, que ellas se lo han buscado por ser así, por ser desviadas, por salirse de la norma", lamenta el activista.

A ello añade la falta de educación sexual y el miedo a la revictimización. "Hay desconfianza hacia el cuerpo policial", sostiene, en parte porque "existe una percepción errónea de que los hombres no pueden ser víctimas de violencia sexual o que no sufren psicológicamente si son violentados".

Coincide Valero: "No se visibiliza porque sufrir violencia sexual te baja en la escala de esa masculinidad", analiza. "Hacerlo público te va a señalar como víctima", una etiqueta que sume a los hombres en el rol de "disidente de la masculinidad". Eso, añade el activista, "crea un clima de silencio y vergüenza". La culpabilidad, además, adquiere en estos casos un cariz particular: "Muchos no quieren que se les relacione con el tópico del maricón promiscuo", porque aún hoy pesa la idea de que "si te han agredido, es porque estabas en un ambiente" proclive para las situaciones violentas. Una suerte de "te lo has buscado", ejemplifica el activista. 

La pasividad de las instituciones

Un vistazo a las leyes ofrece algunas pistas del compromiso institucional. En primer lugar, la ley del sólo sí es sí deja fuera a los hombres adultos como víctimas. "La finalidad de la presente ley", reza en su primer artículo, tiene que ver con "la sensibilización, prevención, detección y la sanción de las violencias sexuales", así como la "atención integral inmediata y recuperación en todos los ámbitos en los que se desarrolla la vida de las mujeres, niñas, niños y adolescentes, en tanto víctimas principales de todas las formas de violencia sexual". El Código Penal, por su parte, no distingue entre géneros: "Será castigado con la pena de prisión de uno a cuatro años, como responsable de agresión sexual, el que realice cualquier acto que atente contra la libertad sexual de otra persona sin su consentimiento".

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Hubo un intento por parte de Unidas Podemos de incorporar la violencia intragénero en la Ley trans, pero el Partido Socialista presentó enmiendas al respecto durante el proceso de tramitación. Actualmente, la ley sólo hace referencia a la violencia entre parejas del mismo género en un contexto de formación y sensibilización dentro del marco de la Estrategia estatal para la igualdad de trato y no discriminación de las personas LGTBIQ+.

Carrer recupera la mirada global y plantea una pregunta: una vez roto el silencio, cuáles son las necesidades de las víctimas. "Debemos preguntarnos de qué manera se las puede reparar, y un itinerario puede ser el penal", asiente. Sin embargo, también en este punto la experiencia del feminismo resulta útil para deducir que el sistema no está siempre a la altura y la óptica punitiva no es necesariamente la más garantista para las víctimas. Por esa razón, el psicólogo cree importante generar un diálogo social capaz de plantear respuestas alternativas, como el apoyo psicosocial, la denuncia mediática o el archivo colectivo.

Y en ese sentido, el experto confía en la labor de las organizaciones como motor de cambio: "Las instituciones no están a la altura. Siempre han sido las entidades sociales las que han puesto en la agenda las necesidades colectivas para, a partir de ahí, conseguir políticas públicas efectivas, no tanto desde una perspectiva asistencialista o individual", sino para ir a la raíz del problema, "cuestionar el orden social y atajar sistemas de opresión como el sexismo".

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