Dominique Pelicot drogó y violó durante diez años a su mujer, a quien sometió de forma consciente y continuada a la violencia sexual ejercida también por más de cincuenta hombres. Pelicot ha sido condenado a veinte años de prisión, la pena máxima en Francia. Sobre el resto de agresores han recaído penas que van desde los tres a los quince años. A las puertas del tribunal, la de Gisèle ha sido una mirada cómplice dirigida a las víctimas anónimas que han visto en ella un espejo donde mirarse: "En estos momentos pienso en las víctimas no reconocidas cuyas historias quedan en la sombra, quiero que sepan que compartimos la misma lucha".
Dos historias
Lo que sigue a continuación son dos historias, una de ficción y otra real.
Una mujer conversa con su hermano en la cocina. A él, su exmujer acaba de denunciarle por la violencia sexual ejercida durante años de matrimonio. La hermana del protagonista se aferra a su inocencia, defendiendo que en el seno de una pareja, a veces "no te apetece" mantener relaciones sexuales. "Pero bueno… qué vamos a hacer, ¿meter en la cárcel a todos los hombres de sesenta años?", exclama. La escena forma parte de la serie de ficción Querer.
Una noche de julio, en un pequeño pueblo de Palencia, un hombre llama a su mujer y le ordena que vaya a su dormitorio. Al ver que no responde, decide ir a buscarla, la agarra de las manos y se la lleva a la habitación. Allí, la agrede sexualmente. Al día siguiente, cuando el agresor se ausenta, la mujer escapa por la puerta trasera. Quiere evitar que suceda lo mismo que la noche anterior. En ese momento se encuentra con su hijo, quien al ver a su madre en un estado evidente de nerviosismo, se interesa por lo sucedido. "Lo de siempre", responde ella. Esta no es una historia de ficción.
El caso terminó en manos de la justicia, hasta llegar al Tribunal Superior de Castilla y León (TSJCyL). "No cabe ignorar que las coordenadas sociales y culturales propias de la época y del medio rural en las que se ha desenvuelto, fuertemente influido por concepciones religiosas de carácter tradicional, eran, y en gran medida siguen siendo, radicalmente diferentes, de modo que la conducta del marido de exigir relaciones matrimoniales y la de corresponder por parte de la esposa adquiere justificación en la convicción, compartida por ambos, de que esta reciprocidad constituye un elemento consustancial a la relación conyugal", determinaron los jueces.
No ocurrió el siglo pasado, sino que la sentencia fue dictada en mayo de 2020. Dos años después, el Tribunal Supremo tumbó aquel dictamen: "No puede ampararse en la tradición para cosificar y negar la libertad de la persona con la que se casó. Lo tradicional no se convierte, por solo dicha razón, en legítimo y constitucionalmente compatible", impugnaron los magistrados.
Débito conyugal
"Nuestra legislación nunca ha recogido expresamente lo que conocemos como el débito conyugal, pero sí estaba en la mentalidad de la gente que aquello formaba parte de los derechos del varón", aclara la jurista Altamira Gonzalo. No fue hasta el año 2005 que una reforma de ley eliminó por completo la necesidad de alegar causas para solicitar el divorcio, pero hasta entonces "muchas veces, los maridos que presentaban una demanda de separación, reconducían su causa apelando a la negación del deber en la concupiscencia", reseña la experta. Aquello era la "herencia" de una idea todavía arraigada.
No en vano, el discurso sobre la amenaza de la violencia sexual ha girado habitualmente en torno al depredador desconocido, a la noche y al ocio, tal como describe la politóloga Nerea Barjola en su libro Microfísica sexista del poder (Editorial Virus, 2018), tomando como referencia el relato disciplinante al que dio pie el crimen contra Míriam, Toñi y Desirée, las niñas de Alcàsser. En el imaginario colectivo, el agresor sexual no estaba en casa, sino en algún callejón oscuro a altas horas de la noche.
A pesar de los datos: según la Macroencuesta de Violencia sobre la Mujer, el 8,9% de las mujeres ha sufrido violencia sexual de alguna pareja actual o pasada, mientras que el 6,5% ha sido víctima de violencia sexual por parte de alguna persona con la que no mantenía una relación de pareja. Pero incluso en estos supuestos, los agresores no suelen ser desconocidos: el 60,4% mantenían algún tipo de vínculo con la víctima, desde familiares hasta amigos, pasando por vecinos y compañeros de trabajo.
Marisa Soleto, jurista y directora de la Fundación Mujeres, coincide en señalar que el "reconocimiento de la violencia sexual en el marco del matrimonio ha sido tardío". A finales de los noventa, subraya, todavía "se hacía referencia a sentencias que cuestionaban la existencia de violación dentro del matrimonio, basándose en algo tan arcaico como el débito conyugal". Hablamos, recuerda en conversación con este diario, de un cuarto de siglo. Y hablamos, incide, "de una argumentación jurídica, no de conversaciones de barra de bar".
Con el tiempo, la legislación –principalmente la Ley integral de violencia de género y la Ley de libertad sexual– ha conseguido "eliminar por completo esa duda en el ámbito judicial". Sin embargo, "a nivel de prevención y a la hora de combatir los mitos del amor romántico, todavía seguimos encontrando rastros de esa cultura: una especie de obligación de satisfacción sexual que las mujeres tienen que ejercer y los hombres pueden exigir". Forma parte, añade, del "imaginario machista colectivo".
Cuando la violencia te despierta
"Me despertaba por las noches teniendo relaciones sexuales sin consentimiento". Las palabras pertenecen a la atleta olímpica Ana Peleteiro. La joven relató en estos términos y a través de un vídeo en redes sociales la violencia que había sufrido por parte de una expareja. "Me decía que si no manteníamos relaciones sexuales cuando él quería, deterioraría la relación". Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 24% de las mujeres jóvenes han sufrido violencia sexual por parte de sus parejas.
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Hoy, aunque el apoyo es generalizado, todavía existen voces que ponen en duda la palabra de las víctimas, especialmente en contextos de violencia sexual. Victoria Rosell, magistrada y exdelegada del Gobierno contra la Violencia de Género, recuerda con total nitidez las negociaciones en torno a la Ley del sólo sí es sí. Concretamente, las palabras de Francisco Javier Álvarez, asesor penal del PSOE, quien llegó a formular una pregunta demoledora para cuestionar la noción del consentimiento: "Si estamos con la pareja que está dormida, ¿primero la tenemos que despertar?".
"En este país hemos tenido el débito conyugal en las conversaciones, en los tribunales y en la iglesia hasta hace nada", asiente Rosell. Aquella idea implicaba que "el hombre tenía un derecho y la mujer un deber". Y en ese contexto, la exdelegada defiende la norma que gestó su equipo como punto de inflexión. La ley incluyó una agravante por haber sido cónyuge o pareja, una medida "muy discutida, también en ámbitos progresistas". La exdelegada batalló por hacer entender que en una relación de pareja, el ataque es doble: "Violas la libertad sexual pero también el deber de confianza que has creado por el cual la víctima está en tu cama".
Las juristas confían en que existe un caldo de cultivo para sembrar avances. Celebran sentencias contundentes como aquella que han dictado los tribunales franceses contra Dominique Pelicot, aplauden la libertad de mujeres que como Ana Peleteiro son quienes de identificar y verbalizar públicamente las agresiones sufridas en sus hogares y elogian las apuestas culturales que rompen con el relato clásico de la violencia sexual. Todo ello, coinciden, "está dejando huella".
Dominique Pelicot drogó y violó durante diez años a su mujer, a quien sometió de forma consciente y continuada a la violencia sexual ejercida también por más de cincuenta hombres. Pelicot ha sido condenado a veinte años de prisión, la pena máxima en Francia. Sobre el resto de agresores han recaído penas que van desde los tres a los quince años. A las puertas del tribunal, la de Gisèle ha sido una mirada cómplice dirigida a las víctimas anónimas que han visto en ella un espejo donde mirarse: "En estos momentos pienso en las víctimas no reconocidas cuyas historias quedan en la sombra, quiero que sepan que compartimos la misma lucha".