La victoria de Lula no desbloqueará el acuerdo comercial entre la UE y el Mercosur

Lula da Silva tras ganar las elecciones de Brasil.

Bartolomé de Las Casas contaba en sus relatos que cuando Cristóbal Colón llegó a América ya llevaba bajo el brazo el acuerdo comercial entre la Unión Europea y el Mercosur (Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y Venezuela). La saga no es tan larga pero ya superó las dos décadas y no, la victoria de Lula sobre Bolsonaro no destraba las diferencias que sigue provocando un acuerdo que parece maldito.

Corría todavía el siglo XX cuando se empezó a hablar en Bruselas del que sería el mayor tratado de libre comercio del mundo por el peso poblacional y económico de los dos bloques. Tras años de acelerones y frenazos, tras prácticamente dos décadas, en junio de 2019 la Comisión Europea y el Mercosur anunciaron una madrugada en Bruselas que el texto estaba terminado y que, tras unos pocos meses de traducciones y revisiones legales, se pondría la ratificación y la firma de las partes.

Una vez más, los pesimistas tuvieron razón y el acuerdo sigue criando telarañas en algún cajón del Berlaymont, sede central de la Comisión Europea. La ratificación nunca empezó. La Comisión Europea arrastró los pies hasta que terminó por aceptar que no se ratificaría. A pesar del optimismo de la entonces comisaria europea de Comercio, Cecilia Malmström, los meses se fueron y nada pasó. Había un acuerdo sobre un texto pero faltaba la voluntad política para ratificarlo. No hubo ni firma.

Los primeros palos en las ruedas llegaron del lado europeo. Agarrados a los incumplimientos de Brasil del Acuerdo del Clima de París y al fomento de la deforestación de la Amazonia que ejercía el Gobierno de Jair Bolsonaro, varios gobiernos europeos se negaron a siquiera discutir el asunto en el Consejo de la UE.

Si la Comisión lo llevaba al Consejo de la UE no necesitaba unanimidad pero la mayoría reforzada necesaria era dudosa y a nadie se le pasaba por la cabeza ratificarlo con el voto en contra de Francia. El acuerdo se enterró y se empezó a mirar al calendario electoral. Tenían que pasar las elecciones en Alemania, dijeron. Pasaron. Tenían que pasar las elecciones presidenciales francesas de mayo de 2022. Pasaron y nada se movió. Con la victoria de Lula los optimistas ven el vaso medio lleno pero es insuficiente.

Los gobiernos que más gritaron contra el acuerdo porque Brasil deforestaba la Amazonia fueron el francés, el belga, el austríaco, el irlandés y el polaco. Precisamente los que más perderían si las fronteras de la Unión Europea se abrieran sin aranceles ni cuotas a los productos agropecuarios del Mercosur.

La excusa de la protección medioambiental, aún cierta, escondía la negativa a abrir los mercados agroalimentarios. Ya entonces fuentes comunitarias decían que eran un acuerdo maldito por razones objetivas: la Unión Europea estaba acostumbrada a imponer sus intereses frente a otros socios comerciales pero en el caso de Mercosur esa lógica no funcionaba. Los gobiernos del Mercosur preferían seguir sin acuerdo antes que ratificar uno que les forzara a abrir sus mercados a la industria europea sin garantizarse una apertura prácticamente total del mercado agropecuario del viejo continente.

Francia fue siempre el país europeo más reticente. Además de que los insultos de Bolsonaro a Brigitte Macron no ayudaban, los franceses exigían un grado de cumplimiento del Acuerdo de París que con Bolsonaro era imposible. Tras el 'no' francés se escondían países menos vociferantes pero igualmente sensibles al agro del Mercosur, como Bélgica (las provincias tienen competencias para ratificar tratados comerciales y Valonia lo rechaza de plano), Polonia, Austria o Irlanda.

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El texto, que en la Eurocámara es responsabilidad del eurodiputado español (Ciudadanos) Jordi Cañas, se moría. Para enterrarlo, en octubre de 2020 el Parlamento Europeo votó una resolución contra su ratificación en su estado actual. Exigió la mayoría de los eurodiputados que los condicionantes de protección medioambiental fueran incluidos en la parte estructural del tratado, la de obligado cumplimiento. Tal y como se habían redactado eran meras recomendaciones y su incumplimiento no preveía sanciones.

El Ejecutivo europeo también soltó el globo sonda de partir el texto en dos para quitarle la parte de asociación política y dejarlo en los huesos con únicamente el acuerdo comercial. Eso evitaría ratificaciones parlamentarias nacionales y permitiría sacarlo adelante con la única votación del Parlamento Europeo. Otro plan que tampoco funcionó.

Desde la Comisión Europea se reaccionó entonces pidiendo a Brasil que hiciera concesiones. El Brasil de Jair Bolsonaro las hizo, pero algunas de esas concesiones fueron rechazadas por el propio Lula. Además, desde la Comisión Europea parecen verse sólo obstáculos en Europa, olvidando por ejemplo que la Argentina de Macri (la que pactó el tratado comercial) era mucho más librecambista que la del actual presidente Alberto Fernández. La Argentina actual tampoco lo ratificará en su estado actual.

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