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“El 7 de julio os vais a enterar”: el miedo de los migrantes en la Francia racista que quiere Le Pen

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Nejma Brahim (Mediapart)

Laurène* aún no puede creerse lo que vivió la semana pasada. Esta asistenta de la región francesa de Oise está acostumbrada a recorrer los pueblos de la zona para llevar a cabo sus "misiones": bañar a personas mayores, prestar cuidados cotidianos y ayudar a preparar las comidas.

Desde enero de este año, trabaja para una pareja de jubilados y se ha "hecho cargo de la señora", cada vez más impedida. "Ya no se duchaba, no se encontraba bien, así que me he ocupado sobre todo de ella". Pero el viernes 28 de junio, dos días antes de la primera vuelta de las elecciones parlamentarias, la señora mostraba una cara muy distinta.

Cuando estaban en el salón y ella había terminado sus tareas, el hombre la invitó a tomar un café. "Cuando me senté, la señora tocó el brazo a su marido y dijo: 'Es una negra', mirándome fijamente. Le pedí que me lo repitiera, y me dijo: 'Es usted una negra'". Laurène no pudo soportarlo. "Me dolió. Cuando dijo eso, tocó todos mis antepasados. Me levanté y le dije que no podía quedarme".

En ese momento, el hombre susurró que "no se dicen esas cosas", pero dos días después aseguró que no había oído nada. "Informé por escrito a mi empresa. Deberían haberme dicho que no era normal y que llamarían a la pareja. Pero en lugar de eso, sólo me dijeron que me cambiarían de casa". Doble violencia para Laurène.

Laurène ha visto innumerables escenas de racismo como ésta. "Mucha gente no me saluda, y tengo la fuerte sensación de que es por mi color de piel." Francia no quiere reconocer que está donde está "gracias a los inmigrantes", lamenta Laurène. Para ella, de extrema derecha o no, "Francia es racista". Y arrastra la "r" como para marcar su disgusto ante esta observación.

Discurso racista desatado

Moussa*, empleado de mantenimiento ferroviario, también ha sentido en las últimas semanas que su color de piel podía molestar a algunas personas. La semana pasada, mientras viajaba en un TGV, un hombre, blanco, le preguntó si hoy había más negros en África o en Francia. "No entendí por qué me lo preguntaba. No era especialmente agresivo, pero sí racista. Así que le dije que por qué me lo preguntaba y me dijo que había demasiados negros en Francia".

Este joven maliense, indocumentado hasta hace unas semanas pero que acaba de obtener un resguardo previo a su proceso de regularización, le preguntó entonces por qué, en su opinión, tantos exiliados intentaban llegar a Francia, para entender las causas y no posicionarse como "rechazo de los demás". "Porque en un momento dado, si uno abandona su país, es por buenas razones. Y nosotros venimos aquí a trabajar, no hacemos nada malo." Al final, el diálogo no fue posible.

Moussa vive el racismo a diario, aunque en las últimas semanas parece haberse "liberado". Antes lo sentía, explica, cuando los pasajeros no le daban los buenos días o no le dejaban jugar con sus hijos. "Pero es la primera vez que me llaman la atención por el hecho de ser negro".

Cuando dije que tenía que cerrar, me contestó: "El domingo 7 de julio ya verás, a vosotros es a los que vamos a encerrar"

Adama*, guardia de seguridad en un supermercado de París, cuenta cómo el día de la primera vuelta de las elecciones legislativas, un cliente intentaba entrar en la tienda justo cuando estaba cerrando. "Me habían dicho que cerrara a las 20:00 por las elecciones. Cuando le dije que tenía que cerrar, me contestó: 'El domingo 7 de julio, ya verás, sois vosotros a los que vamos a encerrar. Marine Le Pen va a tomar el poder". Añadió que el hombre era "árabe, él mismo dijo que era argelino". "Me lo dijo delante de todo el mundo... Me quedé de piedra."

Se les escapan las lágrimas al contar lo "impotente" que se sintió: "Fui a casa y se lo conté a mi mujer. No sabía qué más hacer". Ese mismo día, otro hombre, blanco, le pidió información sobre un juego electrónico a la entrada de la tienda. Adama le explicó que tenía que concentrarse en la vigilancia, a lo que el otro hombre respondió: "Ya verás el 7 de julio", mirándole directamente a los ojos. "No lo entiendo. Vivo en Francia, tengo trabajo, tengo un hijo de 3 años que nació aquí... Me dicen eso porque soy extranjero".

Para otros, lo que provoca reacciones igualmente odiosas es el pañuelo, como en el caso de Aïcha, que trabaja de cajera en una tienda de deportes mientras estudia en Niza. "Trabajo para una empresa americana y el pañuelo no es un problema", afirma, añadiendo que hay también otras dos empleadas que lo llevan. Dos días antes de la primera vuelta de las elecciones legislativas, una de sus compañeras, justo detrás de ella, cobró a dos hombres blancos y comprobó si sus billetes eran auténticos.

Obsesión por la identidad

"Yo creo que no lo soportaron. Uno de ellos empezó a decir, mirándonos, que había 'demasiados inmigrantes en Francia, demasiados árabes, demasiados negros, demasiados chechenos'. Luego añadió: 'Nos están robando el trabajo, al final no nos quedará nada para comer'". La joven se quedó sin habla: "Que la gente se atreva a decir eso delante de inmigrantes, con pañuelo, y en público es bastante extremo".

A menudo observa que los clientes se niegan a ir a su caja cuando no hay nadie. "No importa cuántas veces les diga que pasen por la mía, se quedan en la cola de la caja de al lado, donde hay gente pero una cajera sin pañuelo." Algunas se niegan a decir buenos días o adiós, añade. "Sé muy bien que lo hacen por el pañuelo y me miran mal, lo que significa: '¿Por qué estás aquí, quién te ha dado permiso?"

Tengo un poco de acento y todo el mundo al que voy me pregunta de dónde soy. Se ha convertido en una fuente de ansiedad para mí

Sarah ya no soporta esa sensación de tener que justificar su propia existencia y su presencia en Francia. Esta inmigrante chechena, nacionalizada hace poco, dice que incluso se cambió el nombre para intentar evitarlo. Como enfermera autónoma, hace visitas a "todo tipo de pacientes", entre ellos muchos ancianos que "ven BFMTV y CNews a todas horas". Dice que nunca la han insultado ni agredido, pero sí sufre racismo a diario.

En la región de Provenza-Alpes-Costa Azul, "todo el mundo quiere saber de dónde vienes". "Es una obsesión. Tengo un poco de acento y todas las personas que visito, incluso las enfermeras a las que sustituyo, me preguntan que de dónde soy. Se ha convertido en una fuente de ansiedad para mí", cuenta, añadiendo que sus orígenes "no tienen nada que ver" con el trabajo que realiza. "Un día me preguntan si soy judía; otro, si soy latinoamericana. Contesto con evasivas para no dar pistas".

Recientemente ha oído a pacientes hablar de Jordan Bardella y decir, delante de ella, que le votarían en las elecciones europeas. "No es muy agradable". Otro, veterano de la guerra de Argelia, hizo comentarios "muy bordes" sobre los argelinos. Aunque ha notado que los discursos son más descarados estos días de elecciones, cree que "hace ya muchos años que vivimos el racismo en todos los ámbitos".

Recuerda a la señora a la que cambiaba el vendaje a finales de 2023, que tuvo que escucharla ensalzar las virtudes de Marine Le Pen frente a los extranjeros. Recuerda también las reacciones racistas que podía suscitar un atentado cuando aún vivía en el norte de Francia y trabajaba en un hospital. "Yo era la única inmigrante en mi planta y era muy violento. Después de aquello, está claro que en estos momentos el discurso que se oye es cada vez peor. Hace tiempo que no enciendo la tele."

La RN de fondo

Aliy*, de 34 años, también explica que en los últimos meses ha notado cierta soltura a la hora de usar palabras racistas o votar a la extrema derecha. El año pasado, trabajaba en un restaurante del distrito XIII de París y tuvo que soportar a un jefe pro-Zemmour. "Cuando venía su hijo, a los negros no nos dirigía la palabra. Ni siquiera nos miraba. Oíamos comentarios racistas en el restaurante y los blancos esperaban a que limpiáramos detrás de ellos al acabar el servicio cuando estábamos allí para fregar...".

En las últimas semanas, en el nuevo restaurante donde trabaja –situado en un barrio de lujo de París– describe un ambiente "raro". "Oigo cosas que no me gustan. Uno de los socios vota a la Agrupación Nacional y eso me cuesta". En varias ocasiones desde las elecciones europeas, se ha tomado la libertad de apagar la música africana de mi teléfono en la cocina antes de empezar el servicio. "Dice que estamos en Francia y tenemos que escuchar música francesa. Pero cuando los blancos ponen música de su país en el comedor, no dice nada".

El hombre también había preguntado a los aprendices, todos menores no acompañados, sobre su historial migratorio. "Apostaba a que habían cruzado el Mediterráneo y se echó a reír cuando contaron la travesía. Le dije que había sido el momento más difícil de mi vida. Luego criticó a los demás porque no hablaban muy bien francés". Aliy, repite los argumentos de su jefe, que decía: "Parece ser que ya no se reconoce a Francia y hay demasiado desorden".

El miércoles 26 de junio, el joven decidió enfrentarse a su jefe. "Le dije que si votaba a RN significaba que era racista. Le pregunté si quería meterme a mí y a mis colegas en problemas... Esto no tiene sentido, un jefe que emplea a indocumentados y vota a RN. Me respondió que, efectivamente, sería complicado para nosotros".

Desde aquella conversación Aliy ya no puede seguir como si no hubiera pasado nada y quiere cambiar de restaurante. De todas formas, se pregunta cómo se las arreglarían ese restaurante y todos los demás sin inmigrantes.

 

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Traducción de Miguel López

Laurène* aún no puede creerse lo que vivió la semana pasada. Esta asistenta de la región francesa de Oise está acostumbrada a recorrer los pueblos de la zona para llevar a cabo sus "misiones": bañar a personas mayores, prestar cuidados cotidianos y ayudar a preparar las comidas.

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