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Bolsonaro trata de recuperar la ideología destructiva que floreció en la Amazonia durante la dictadura

Un camión de transporte de ganado, en la Transamazónica.

Jean-Mathieu Albertini (Mediapart)

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“Esta carretera sólo nos trae cosas malas. Los trabajadores trajeron enfermedades... Muchos Parintintin han muerto”. Severino Parintintin, jefe de la aldeia de Traira, a más de dos horas y una travesía en ferry de la ciudad de Humaitá, en el sur del estado de Amazonas, suspira cuando habla de la BR-320. Esta carretera, la mítica Transamazónica, pasa a unos 6 kilómetros de allí. Sin previo aviso, las excavadoras llegaron en los años 70. Y con ellas, la viruela y el sarampión...

La doctrina de la seguridad nacional, desarrollada por los militares en el contexto de la guerra fría para todo el país, encuentra una resonancia particular en la región. En 1960, el libro Amazonia y la codicia internacional, de Arthur Reis (futuro gobernador de Amazonas durante la dictadura), marca profundamente a los altos mandos del Ejército y alimenta sus teorías paranoicas.

Convencidos de que Brasil podría perder este inmenso territorio despoblado, temían especialmente que los estados extranjeros financiaran la formación de naciones indígenas, especialmente en las zonas fronterizas. Por lo tanto, era necesario “ocupar para no entregar”, como decía un eslogan de la época.

“Esta doctrina es la matriz intelectual de nuestra región”, explica Lucio Pinto, periodista que ha pasado las últimas décadas cubriéndola. Una ideología que allanó el camino a la caótica deforestación que sigue produciéndose y que se impuso con mayor facilidad porque “Brasil nunca ha producido realmente una idea o un gran mito nacional sobre esta selva”, continúa el periodista.

Durante mucho tiempo, la región fue considerada el fin del mundo, ideal para exiliar a los indeseables, como los participantes en la revuelta de las vacunas de Río de Janeiro en 1904. La inmensidad y la complejidad de la selva van más allá del entendimiento. La dificultad de incorporar la Amazonia a la cultura brasileña se ilustra con la frustración de Euclides da Cunha, monumento de la literatura del siglo XIX, que tras un año de expedición no pudo completar su obra maestra sobre la región.

A los autores locales les costó tener influencia en el resto de Brasil. Las obras de Dalcídio Jurandir, uno de los grandes escritores modernistas de la Amazonia, son casi imposibles de encontrar. Más contemporáneos, Milton Hatoum o Márcio Souza son algunos de los pocos autores con reconocimiento en la actualidad.

De hecho, el país ha negado su historia amazónica, empezando por rechazar su herencia indígena. Además de siglos de masacres y epidemias, “el Estado se construyó contra los indígenas durante los siglos XIX y XX, buscando borrar sus especificidades para apoderarse de sus tierras”, explica Davi Avelino, profesor de historia de la UFAM (Universidad Federal de Amazonia). “Primero a través de los misioneros, luego a través de los militares, que empezaron a ejercer una gran influencia en la política indígena desde principios de siglo”.

El modus operandi de estos últimos, que favorecía la integración como mano de obra en lugar del exterminio, no evitó numerosos abusos y violencia. Pero con el golpe de Estado y, sobre todo, con la llegada al poder del general Médici, a finales de 1969, se abrió un nuevo periodo dramático para los indígenas, considerados entonces obstáculos para la seguridad nacional. Incluso la historia oficial ocultó durante mucho tiempo el calvario sufrido durante la dictadura. “Los militares nunca reconocieron su papel, a pesar de las pruebas y los testimonios”, dice Davi Avelino.

Al menos 8.350 indígenas fueron asesinados por acción directa u omisión del régimen, según cifras publicadas en 2014 por la Comisión Nacional de la Verdad.

Las identidades e ideas de estos pueblos sacrificados, cuya tradición es mayoritariamente oral, quedan marginadas o desaparecen. “Nos cuesta hacer revivir nuestra cultura, que está casi al límite de la extinción”, dice Edson Diarroi. Por su parte, el jefe de la aldea Severino Parintintin explica que la BR-320 ha dañado gravemente “la cohesión y la organización de nuestra sociedad, mientras que la cultura es esencial para defender nuestro territorio”.

Mientras se organizan para revitalizarlas, las brechas atraen a los aprovechados. Los nuevos misioneros intensifican sus actividades, sobre todo desde que Jair Bolsonaro llegó al poder, mientras que los traficantes de madera y los buscadores de oro alternan amenazas y propuestas de colaboración. Esta presión constante alimenta las divisiones internas. Severino no lo admite, pero según otro Parintintin entrevistado, su pueblo está ahora dividido, ya que algunos venden madera del territorio.

A un lado de la carretera, se amontonan modestos troncos con sus precios dibujados con tiza. Se trata de maderas para vallas, pero entre los Tenharim vecinos, los madereros trabajan mano a mano con varios de ellos para explotar las especies más nobles.

Más allá de los indígenas, Brasil ha descuidado la Amazonia. Durante el periodo colonial y hasta el comienzo de la república, miró más bien a Europa. Cuando estos vínculos se rompieron con el fin del boom del caucho (1879-1912), este territorio en crisis se dirigió a la capital, que no hizo ningún esfuerzo por integrar a esta región, poco interesante electoralmente por ser pobre y poco poblada.

En cuanto al desarrollo prometido por el régimen militar, nunca se materializó. La Amazonia sigue estando en desventaja, a pesar de la riqueza ya extraída, mientras que el caótico asentamiento ha provocado conflictos por la tierra. “Hay una incapacidad para entender las especificidades de la región. Esta ideología ha sobrevivido a la dictadura, pero está cerrando la Amazonia sobre sí misma e impidiendo su desarrollo”, afirma Flavio Pinto. “Y la democracia brasileña tampoco ha entendido este territorio”.

Las grandes inversiones siempre conllevan un desarrollo caótico y una explosión de problemas sociales y medioambientales, como ha ocurrido recientemente en la ciudad de Altamira con la construcción de la presa de Belo Monte.

El actual gobierno, con más de 6.000 militares en sus filas y presidido por un admirador de la dictadura, parece querer dar una nueva juventud a esta doctrina. En 2019, el sitio web The Intercept reveló grabaciones de una reunión de altos mandos que organizaban el “proyecto Río Branco”, un gran plan de infraestructuras para avanzar sobre las regiones más preservadas de la Amazonia. También en este caso, las justificaciones mezclan promesas de desarrollo económico, paranoia y razones estratégicas.

Las críticas recurrentes de Jair Bolsonaro contra los indígenas o contra las ONG son también herencia de esta doctrina y encuentran un fuerte eco en la región, donde una parte de la población solo ve oportunidades en una economía de destrucción.

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Traducción: Mariola Moreno

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