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Inmigración

Crisis de los refugiados: la hipocresía francesa, el ejemplo alemán

Crisis de los refugiados: la hipocresía francesa, el ejemplo alemán

Francois Bonnet | Carine Fouteau (Mediapart)

Es cierto. Europa está viviendo una crisis histórica con la llegada a sus fronteras de decenas de miles, de centenares de miles de refugiados. Hombres, mujeres, niños, todos huyen de las guerras y de la represión.

Una crisis parecida a la de las poblaciones que huían de Yugoslavia hace 20 años (casi tres millones de migrantes). Y parecida también por su amplitud a la del exilio de los boat-people, 40 años atrás: boat-peopleen 1975, más de dos millones de vietnamitas trataron de escapar del régimen comunista de su país.

La magnitud de la situación actual debería de cambiarlo todo y provocar la intervención de los Gobiernos europeos. Pero Europa permanece inmóvil. Se ha limitado llevar a cabo los esfuerzos mínimos para ayudar a los refugiados y asumir su llegada. Poco a poco ha ido desbloqueando varios millones de euros adicionales. En cuanto a los países miembros, la mayoría improvisa y espera –sobre todo– que los refugiados se instalen en otro país.

Un país, Siria, se está muriendo: tiene más de cuatro millones de exiliados y ocho millones de personas desplazadas dentro de su territorio (de una población total de 22 millones de personas). Otros países (Eritrea, Somalia, Etiopía) se quedan sin sus jóvenes. Sólo pueden confiar en su valor y su ingenio para sobrevivir a un viaje terrible de miles de kilómetros.

Hace 40 años, en 1979, una movilización sin precedentes de la opinión pública y de los líderes políticos llevaba al Gobierno de Valéry Giscard d'Estaing a acoger a 130.000 refugiados vietnamitas y camboyanos en tan solo unos meses. Este verano, François Hollande aboga por mostrar "humanidad y firmeza" ante la llegada de los migrantes y se revela incapaz de asumir públicamente la necesidad de cambiar su política para afrontar la amplitud del drama.   

El 20 de agosto, Bernard Cazeneuve, el ministro francés del Interior, se desplazaba a Calais [norte del país] para evaluar el despliegue policial que debía impedir que las miles de personas que intentaban cada día huir a Inglaterra alcanzasen el túnel ferroviario que une Francia con el Reino Unido.

El  31 de agosto, el ministro regresaba de nuevo en Calais. Acompañaba al primer ministro francés, Manuel Valls, a la hora de anunciar la próxima creación de un campamento con capacidad para 1.500 migrantes. Al menos 3.000 personas sobreviven actualmente en la jungla de Calais. Este campamento, que debería ser una realidad en unos meses como solución provisional, parece ser solución que despierta serias dudas.

El 31 de agosto, Manuel Valls justificaba en la radio francesa RTL su inmovilismo y el cierre de fronteras con la excusa de que pretendía evitar el efecto llamada.

Desde la pasada primavera, el Gobierno socialista está aterrado ante las eventuales consecuencias electorales y las ofensivas de la derecha y de la extrema derecha. Entonces se revelaba incapaz de proponer una política migratoria clara y pedagógica. Después de haber negado el drama, se negó a ver que este se agravaba. Más tarde, rechazaría la aplicación de un sistema de cuotas propuesto por la Comisión Europea para distribuir en la Unión Europea a los demandantes de asilo. Solo se trataba de acoger a 40.000 refugiados en toda la UE (que suma 500 millones de habitantes).

Actualmente, Francia aboga por una política de diferenciación de los migrantes, que el país no puede reivindicar claramente. Sí a los futuros refugiados, no a los migrantes económicos. De hecho, el Gobierno propone a la Comisión Europea instaurar a finales de año hotspots, es decir,” unos —grandes centros en los que se diferencia a los refugiados de los migrantes económicos clandestinos—, radicados en países como Grecia o Italia.

Pero la dimensión inédita del flujo de migrantes en julio y agosto ha puesto de manifiesto el carácter inadecuado de esta propuesta. 

110.000 personas llegaron en julio a la Unión Europea, es decir dos veces más que en 2014. Y las cifras del mes de agosto deberían confirmar esta tendencia. Los países proponen políticas desordenadas y las mafias de tráfico de refugiados aprovechan esta confusión. Francia sigue bloqueando la frontera con Italia en Ventimiglia y, al mismo tiempo, cierra los ojos cuando los migrantes intentan irse a Reino Unido para evitar que la situación en Calais sea demasiado caótica.  

Los países de los Balcanes (Macedonia y Serbia) están desbordados y transfieren los refugiados a países vecinos. Hungría construye un muro y favorece los trayectos de los migrantes hacia Austria. Y Austria favorece su salida con dirección a Alemania. Eslovaquia anunció que sólo podía acoger a 200 refugiados, y además tenían que ser sirios y cristianos. La portavoz del Ministerio del Interior, Michaela Paulenovam, explicó que su país no podía recibir a musulmanes a causa de la ausencia de mezquitas en el territorio. Pasó lo mismo en Polonia. Finalmente, el país decidió acoger a aproximadamente 2.000 refugiados.  

Alemania es el único país que se está organizando para acoger a refugiados. Desde hace dos semanas, cada día, los ministros de Angela Merkel, de todos los partidos políticos, explican a los ciudadanos la gravedad de la crisis, lo que está en juego, la necesidad de acoger a numerosos refugiados y la capacidad de su país para hacerlo.

Un problema de dignidad para Merkel

Es un problema de dignidad, asegura Angela Merkel, que pide a Europa –y en particular a los países de Europa central– que respeten sus valores. Este fin de semana podía verse en los estadios de fútbol pancartas en las que se leía Refugiados, sed bienvenidos.

Y Angela Merkel explicó este lunes el contexto político de la crisis: "Los derechos civiles universales han estado estrechamente ligados hasta ahora a Europa y su historia, en tanto que principio fundador de la Unión Europea. Si Europa fracasa en la cuestión de los refugiados, entonces se romperá este vínculo con los derechos civiles universales". 

El 20 de agosto, el ministro alemán del Interior lanzaba esta campaña de explicaciones dirigida a la opinión pública del país. Thomas de Maizière calculaba entonces en "800.000 el número de demandantes de asilo o de refugiados llegados al país este año". Una cifra probablemente exagerada puesto que entre los meses de enero y de julio el número de demandantes de asilo en Alemania era de 220.000.

Pero el mensaje central del ministro era diferente: "Es un desafío a todos los niveles del Estado, federal y local. Podemos responder a este desafío. Alemania no está desbordada. Podemos responder al desafío".

Y lo que es más. Berlín renunció el 25 de agosto a aplicar el Convenio de Dublín, que dice que el país europeo donde arriba por primera vez un migrante es el responsable de tramitar su asilo. Según este acuerdo, los países que delimitan del espacio Schengen (Grecia e Italia principalmente) deberían ocuparse de la gran mayoría de los trámites. 

Este procedimiento lleva a los migrantes a arriesgar su vida, incluso dentro de la Unión Europea, para alcanzar el destino elegido, tal y como sucedió con las 71 personas que fallecieron en un camión abandonado en Austria.   

La movilización excepcional de las autoridades locales de Alemania (lander y ciudades)  y las numerosas iniciativas de solidaridad de diferentes asociaciones han permitido multiplicar los centros de acogida. "Nunca antes habíamos visto tantos demandantes de asilo, nunca antes habíamos visto tantos voluntarios para cuidar de ellos", afirmó el ministro de Asuntos Exteriores alemán, Frank-Walter Steinmeier.

"El mundo considera Alemania como un país de esperanza, como una suerte", añadió Angela Merkel. "Nuestra economía es sólida, nuestro mercado de trabajo es robusto", insistió.

Esta política contrasta con los silencios y la prudencia del Gobierno francés. François Hollande evita dar cifras o estimaciones. No habla de los esfuerzos que su país podría hacer. En 2014, Francia fue casi el único país de Europa en el que las demandas de asilo disminuyeron  (62.735). Hay una tendencia a la estabilización en 2015, según recoge la Oficina francesa de protección de los refugiados y apátridas (Ofpra), "casi 33.000" durante el primer semestre del año, casi diez veces menos de peticiones que en Alemania

A diferencia de Alemania, Suecia o Inglaterra, Francia ya no es un país atractivo, según numerosos testimonios de exilados. Los trámites son muy complejos y el acceso a la vivienda demasiado laborioso. El porcentaje de acceso al asilo es más bajo que en otros países de Europa (21,7% en Francia, 41,6% en Alemania o 76,8% en Suecia). Poco a poco, el país ha perdido su reputación de tierra de los derechos humanos. Ahora sólo es un país de tránsito. La presión de sus fuerzas armadas, en los trenes que salen de Italia y de Calais y los discursos racistas de una parte de su clase política han empañado su reputación. 

Los responsables políticos franceses explican la "benevolencia" de Alemania por su brusca caída demográfica y por su necesidad económica de encontrar mano de obra nueva. La explicación no es incorrecta sino incompleta y parcial. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Alemania aparece como un país abierto, atento a las tragedias humanitarias en el mundo y respetuoso con el derecho de asilo. Desde hace 20 años, Francia conoce un movimiento totalmente inverso. 

Cierto que el caso de Francia no es único. Además de los países de Europa central, la política migratoria del Reino Unido cambió también bajo el mandato de David Cameron. El país fue uno de los más abiertos para los refugiados. Ahora es uno de los más cerrados. El país acogió sólo 31.700 demandantes de asilo en 2014 y cada vez más personas mueren en su frontera. Al menos 11 personas fallecieron cruzando el Canal de la Mancha desde primeros de junio. 

Sin embargo, la prioridad de la ministra británica del Interior, Theresa May, es la "seguridad" del Eurotúnel para "estar segura de que nadie intente penetrar" allí. Presionado por la prensa británica, que aboga por la intervención del Ejército en Calais para defender un Reino Unido "atacado", el Gobierno conservador no duda en dar pruebas de hostilidad. En mayo, Theresa May, en una columna publicada en The Times, insistía en las expulsiones de los migrantes. Tampoco se muestra a favor de las "cuotas" por considerar que animan a los migrantes a cruzar el mar por su cuenta y riesgo. 

Francia tiene una responsabilidad particular. Dado que el Elíseo considera un imperativo político el hecho de favorecer la unión franco-alemana, como en el caso de la gestión de la crisis griega, el Gobierno francés podría inspirarse en lo que está haciendo Alemania. 

Primero en términos de pedagogía política. Sí, hay que explicar que nuestro deber es acoger a poblaciones que huyen de guerras que hemos contribuido a provocar. Estas pruebas de solidaridad representan el centro del proyecto europeo. Luego en términos de método: en vez de instalar campamentos e inspecciones de tropas, el Gobierno debería fomentar y ayudar a las colectividades locales a establecer políticas solidas de acogida y de inserción. Por fin, en términos de capacidad. Sí, Francia puede acoger a decenas de miles de refugiados. Así lo hizo a lo largo de toda su historia, con mucho éxito y con beneficios. 

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Para poder cambiar verdaderamente las políticas europeas, Francia tiene que imitar las dinámicas de solidaridad de Alemania, que ya están siendo defendidas por diferentes sectores de la sociedad, como lo demuestra la operaciónAbramos Europa #OpenEurope, que Mediapart lanzó el primer de julio en colaboración con diferentes medios como infoLibre.

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Traducción de Solène Patron

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