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Francia vuelve a confinar sus territorios de ultramar, reacios a la vacunación

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Julien Sartre (Mediapart)

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En la Martinica, los manifestantes clamaban “no al confinamiento” y en La Reunión decían “no a la dictadura sanitaria”. No ha servido de nada, pues esos dos departamentos ultramarinos han sido confinados estrictamente otra vez. En lo que concierne al Caribe, hasta por lo menos el 15 de septiembre los ciudadanos deben transigir otra vez con los horarios de toque de queda, los justificantes de domicilio, los radios de alejamiento de la vivienda, las exoneraciones de desplazamientos y las imágenes de calles vacías en las redes sociales. En Guadalupe el confinamiento será de al menos tres semanas a partir de este miércoles a las 20:00, según ha anunciado el prefecto Alexandre Rochatte.

El estado de urgencia sanitaria –que ya no está en vigor en la Francia continental– se ha vuelto a implantar en La Reunión, Guadalupe, Martinica, San Martín, San Bartolomé y la Guyana. Las restricciones afectan a todos los habitantes de esos territorios, incluidos aquellos que se encuentren allí este verano, estén vacunados o no, lo que ha hecho reflexionar al ministro de Ultramar, Sébastien Lecornu, en una entrevista concedida a Libération el pasado 1 de agosto: “Habrá que pensar en una adaptación del carnet sanitario en esos territorios porque no hay razones para restringir las libertades colectivas indefinidamente a quienes han optado por vacunarse”.

Los retrasos en la campaña de vacunación son enormes en ultramar. Mientras que en la Francia continental más del 60% de la población adulta ha recibido al menos una dosis, en La Reunión sólo el 25% y en la Martinica menos del 21%. En la misma entrevista a Libération, el ministro reconoce que “en algunos territorios hay cierta vergüenza en reconocer que se está vacunado” y cree que la explicación se debe a “reticencias religiosas o culturales ligadas a nuestra historia colonial donde, en el pasado, a menudo fueron impuestas medidas sanitarias a los habitantes de estos territorios”.

A pesar de esas explicaciones, se trata de echar un pulso a la población de ultramar. El entorno del ministro, contactado por Mediapart, asume hoy, al igual que desde el principio de la campaña de vacunación, que “el gobierno no vuelve al confinamiento de buen grado. La situación sanitaria es extremadamente delicada, la tasas de incidencia baten récords en la Martinica y el confinamiento existe para salvar vidas. No hay más que dos formas de hacer bajar la tasa de incidencia, la vacunación temprana y el confinamiento. Y si implícitamente se lanza un mensaje a la población de esos territorios y del Hexágono (la Francia continental), pues mucho mejor”.

En la Martinica han quemado coches y un centro de vacunación ha sido incendiado. Los manifestantes, provistos de tambores y elementos de carnaval, han hecho llegar claramente al gobernador que esta apuesta y este pulso no lo van a ganar fácilmente: “Por supuesto, nuestra antigua rabia sigue ahí: la gente la siente a flor de piel”, confirma Laurent Valère en contacto con Mediapart desde la Martinica. Este artista y agudo observador de la vida política de su isla es como la inmensa mayoría de los ultramarinos: todavía duda si vacunarse o no. “Hay que entender el enfado popular. ¿Qué pasará si la vacuna la hacen obligatoria? Francamente, no lo sé. Yo no me he vacunado y me siento cada vez más acosado. Respecto a las restricciones de libertad, hace ya dos años que vivimos así. Nos adaptamos. Eso molesta un poco porque rompe la armonía y claro que la vida sería más confortable si no hubiera restricciones”.

En un comunicado publicado este lunes pasado, el Gobierno ha dicho que quiere “adaptar en agosto las medidas de ayuda económica de urgencia necesarias para proteger a las empresas ultramarinas de los efectos de la crisis del covid-19 (…), cueste lo que cueste”. Aunque esto último no sea riguroso, “las empresas cerradas administrativamente más de 21 días al mes (hasta ahora eran 30 días para acceder al fondo de solidaridad) y que hayan perdido más del 20% del volumen de negocio, podrán acceder al fondo de solidaridad reforzado. Sigue siendo accesible la actividad parcial sin ningún cargo restante para las empresas cerradas administrativamente o parcialmente (toque de queda) y para las que sufran pérdidas de volumen de negocio superiores al 60% siempre que en su territorio de implantación haya medidas de restricción”. También están previstas exoneraciones de cargas suplementarias para las empresas de los territorios sometidos a confinamientos o toques de queda.

¿Se volverá a recuperar la economía de esos departamentos, que ya está pasando penurias y padece una de las tasas de desempleo más altas de la UE, de una nueva época difícil? Nadie lo asegura. Restauradores, hoteleros o empresas del sector turístico expresan su desesperación en las redes sociales y también ante sus órganos de representación. ¿Hay peor publicidad para esas economías estacionales y dependientes del turismo que las imágenes de pacientes intubados y transferidos por avión?

El fin de semana del 31 de julio pasado fueron evacuados por medios militares tres pacientes desde la Martinica hacia Francia. En el Caribe, como en los peores momentos de la primera ola, el servicio de sanidad militar se está preparando para “montar diez camas de reanimación” y ya ha enviado allí material y especialistas. En el océano Índico se está perfilando una situación paradójica con la saturación a la vista de los hospitales de La Reunión. Aunque la operación es compleja, las autoridades sanitarias prevén transferir pacientes desde la isla de La Reunión a la de Mayottte (en el estrecho de Mozambique, ndt). El sentido de esas transferencias es inédito.

Pero eso no va a hacer cambiar la opinión de Arlette, una pensionista de 89 años que vive en la capital, Saint-Denis. “Sí, claro que hay que atajar la epidemia, pero... ¿a qué viene restringir tanto nuestras libertades? Todo esto es completamente desproporcionado”, dice, indignada. “No servirá para nada. Yo no quiero vacunarme. Estoy vacunada contra la gripe pero esta vacuna no la quiero porque ni siquiera es una vacuna”.

Esta octogenaria (una granmoun, en criollo reunionés) está en varios grupos de WhatsApp muy extendidos y poderosos en todo ultramar. Los animadores de estos grupos pretenden “volver a informar” a la población sobre los “peligros de la vacuna”. “Yo prefiero estar encerrada pero viva” dice Arlette. “Hay pancartas anti-Macron por todas partes. Esta vez la situación va a explotar”.

En ultramar se acumulan factores de riesgo derivados del coronavirus: morbilidad importante, obesidad o tasas de prevalencia de diabetes dos veces las existentes en Francia. El sistema hospitalario es bastante inferior en calidad al del Hexágono. En la Guyana, el estado de decadencia del Centro Hospitalario Universitario (CHU) fue el causante en gran parte del inmenso movimiento social que hubo en 2017. En Guadalupe, también en 2017, el CHU fue quemado, luego reconstruido poco a poco y no ha llegado a una actividad casi completa hasta este año 2021. En la Martinica, la población se está reponiendo a duras penas de las consecuencias, que van saliendo a la luz año tras año, de la crisis sanitaria provocada por la clordecona, un pesticida que ha arrasado la salud de las tierras, los agricultores y los habitantes de la isla.

¿Qué hará el gobierno si los ultramarinos no ceden y siguen negándose en bloque a vacunarse? Por el momento no está prevista ninguna medida coercitiva que no sea la del carnet sanitario. La situación está siendo no obstante analizada por el Ejecutivo desde el punto de vista sanitario, sin olvidar el nivel de reacción de la población. Antes de que fuera general en Francia y muy utilizado durante meses, el toque de queda ya había sido probado por primera vez en la Guyana.

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Traducción: Miguel López

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