Frente Popular: Léon Blum contra Emmanuel Macron

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“Sería difícil exagerar el revuelo que la llegada del Frente Popular en 1936 causó en las filas de las clases acomodadas, incluso entre los hombres aparentemente más libres". Estas líneas del gran historiador y futuro mártir de la Resistencia, Marc Bloch, releídas hoy que se ha constituido un nuevo Frente Popular para las elecciones legislativas del 30 de junio y el 7 de julio, evocan irresistiblemente la violencia de contraataque del campo presidencial, que le reserva todos sus golpes, incluso los más bajos, al tiempo que perdona a la extrema derecha y relativiza su peligro

Marc Bloch escribió eso durante el verano de 1940 en L'Étrange défaite (La extraña derrota), al principio de la colaboración petainista con el ocupante nazi, esa Francia de Vichy seguida entonces por la mayoría de las élites económicas y políticas del país. Esa obra póstuma, publicada en 1946, dos años después de la muerte de su autor, miembro de la resistencia clandestina de Lyon, detenido, torturado y luego fusilado el 16 de junio de 1944, es el doloroso y lúcido examen de conciencia de un francés patriota frente a aquella deshonra nacional. 

El autor era un republicano tan obstinado como moderado, hasta el punto de no perdonar a los dirigentes del Frente Popular que, según él, "cayeron sin gloria". Lo que escribe sobre el miedo terrible de las clases dirigentes y élites dominantes al Frente Popular, que llevó a Léon Blum a la presidencia del Consejo, refuerza ese pánico. "Ansiosa, descontenta, amargada", esa burguesía había "dejado de ser feliz", afirma Marc Bloch, subrayando su desprecio por el "elector común" y, sobre todo, su arrogancia social. 

Bloch describe su pánico ante "esas multitudes con el puño en alto, exigentes, algo ariscas y cuya violencia reflejaba una gran candidez", castiga su actitud "inexcusable" y recuerda cómo condenaba la movilización popular y su conquista más simbólica, las vacaciones pagadas, el acceso, por fin, al ocio para las masas trabajadoras. En resumen, aquellos privilegiados "se mofaban, lo boicoteaban", con desdén porque, con su holgura y seguridad, creían "pertenecer a una clase destinada a desempeñar un papel dirigente en la nación". 

A la inversa, el historiador celebra la frescura del levantamiento popular, que reavivó y regeneró la esperanza fundadora de la República original. “Cualesquiera que fueran los defectos de los dirigentes", escribió Marc Bloch, "en ese ímpetu de las masas hacia un mundo más justo había una honestidad conmovedora, ante la que sería de extrañar que cualquier corazón bien situado haya podido permanecer insensible. [...] En el Frente Popular –el verdadero, el de las masas, no el de los políticos– se revivía algo de aquel Campo de Marte bajo el sol radiante del 14 de julio de 1790 [la Fiesta de la Federación, un año después del inicio de la Revolución Francesa - ndr]". 

Este recordatorio de una historia sensible, viva en memoria de un momento de peligro –no hay historia más que en el presente, le gustaba decir a Marc Bloch– subraya, como contraste, la vileza de la carga macronista, después de esta caótica disolución presidencial, para intentar descalificar la milagrosa unión de las izquierdas social y ecologista. "Si hay alguien que debería estar revolviéndose en su tumba hoy, es Léon Blum", dijo Emmanuel Macron en su conferencia de prensa del 12 de junio, una cantinela cantada por todas las sensibilidades del frente reaccionario contra su oponente, el Nuevo Frente Popular (NFP), que no es más que una "alianza indecente" con "la extrema izquierda culpable de antisemitismo".

Hay que combatir a todos los que propagan el odio a los judíos

En su blog del Club de Mediapart, el bisnieto de Léon Blum, Antoine Malamoud, ha echado ya por tierra ese argumento, en respuesta a Bernard Cazeneuve, uno de los que defienden eso de las "izquierdas irreconciliables", hoy aún más desorientados y aislados que ayer, ahora que François Hollande, Raphaël Glucksmann e incluso Aurélien Rousseau (que fue comunista) se han unido a su reconciliación. Ahora, el programa del Nuevo Frente Popular ya ha eliminado cualquier ambigüedad, si es que la había, sobre el compromiso firme y claro de los socios contra el antisemitismo: "Hay que combatir a todos los que propagan el odio a los judíos". 

La instrumentalización del pasado por parte de Emmanuel Macron es tan inculta como farsante. Comparado con las divisiones y rencillas de las fuerzas de izquierda actuales, en particular el Partido Socialista (PS) y La France insoumise (LFI), el abismo que separaba la SFIO (Sección Francesa de la Internacional Obrera), precursora del PS, y el PC-SFIC (por Sección francesa de la Internacional comunista) era por lo demás inconmensurable. Fue precisamente la grandeza de Léon Blum, consciente del inmenso peligro que representaba la extrema derecha, la que quiso reunirlos para superar la violenta ruptura del Congreso de Tours de 1920. Y en un momento en que la URSS de Stalin, que controlaba el PCF, aceleraba su carrera totalitaria con los tres grandes juicios de Moscú, de agosto de 1936 a marzo de 1938, falso escaparate de unas purgas sangrientas. 

Hasta el vuelco unitario de 1934 que condujo al gobierno Blum de 1936, el sectarismo de "clase contra clase" del comunismo estalinista hizo de los "sociotraidores" y otros "socialfascistas" los peores enemigos, en una violencia fratricida, en detrimento de la lucha común contra el nazismo y el fascismo. Fue de las bases de donde partió el llamamiento a la unidad de los aparatos del partido tras la manifestación facciosa del 6 de febrero de 1934, un año después de la llegada de Hitler al poder en Berlín. Léon Blum daría testimonio de ello en sus memorias, relatando la inesperada convergencia de las marchas socialista y comunista el 12 de febrero de 1934, durante la manifestación de protesta contra ese golpe de fuerza. 

“Avanzábamos", escribió en 1947, reviviendo este acontecimiento improbable. “Se iba reduciendo por segundos la distancia entre las dos cabeceras de manifestación, y a todos nos invadía la misma ansiedad. ¿Sería el encuentro un choque? [...] Yo había desempeñado un papel personal demasiado grande aquel día para que el sentimiento de mi responsabilidad no se tradujera en una fuerte emoción. Las dos cabeceras de la manifestación estaban ya frente a frente y de todas partes salían los mismos gritos. Se entonan a coro los mismos cánticos. Se estrecharon las manos. Se fusionaron las cabeceras de ambas manifestaciones. No hubo colisión, hubo confraternización". 

En cuanto al antisemitismo, ningún medio social ha quedado jamás fuera, y mucho menos el mundo del trabajo, como lo demuestra el lento despertar republicano en defensa del capitán Dreyfus a finales del siglo XIX, en el que participó activamente el joven Léon Blum. En los años 30, el propio PCF no tenía reparos en explotar el mito conspirativo (y anticapitalista) del "dinero judío", y su líder, Maurice Thorez, no dudó en atacar a Léon Blum en este despreciable terreno, presentándolo como "un íntimo de los mayores financieros cosmopolitas", un "vil lacayo de los banqueros de la City" cuyas oficinas "se encuentran en el corazón del Sentier, el barrio de los negocios, el moderno templo del Becerro de Oro". 

En la actualidad no se pueden atribuir ignominias de este tipo a ninguna de las formaciones que componen el Nuevo Frente Popular, aunque por un lado se haya puesto de relieve la infravaloración por parte de la izquierda de la lucha contra el resurgimiento del antisemitismo y por otro los errores cometidos, por insensibilidad o ignorancia, por Jean-Luc Mélenchon. Pero es en el contexto de la masacre pogromista del 7 de octubre y de la guerra genocida en Gaza donde esta instrumentalización del antisemitismo, como marca de infamia política, sirve para amnistiar la larga tradición antisemita de la extrema derecha francesa, que puede llegar a legitimar una guerra de civilización de Occidente contra el resto del mundo. 

Emmanuel Macron, al ver ahora el antisemitismo sólo en la izquierda, contribuye a hacer notables y respetables a las fuerzas políticas inseparables del antisemitismo francés como ideología racista y asesina, lo que nunca ocurrió, ni antes ni ahora, con los partidos de izquierda. "El gobierno judío está acabado. [...] “El gobierno Blum plantea la cuestión nacional. Es el debate entre nacionales y antinacionales". Estas palabras fueron pronunciadas por Charles Maurras, dirigente y teórico de Acción Francesa al inicio del gobierno del Frente Popular, el 5 de junio de 1936. 

El antisemitismo es inseparable de la insidiosa cantinela de la extrema derecha, que aún se escucha hoy, sobre la "anti-Francia", el partido del extranjero, el enemigo interior que representan los diversos orígenes y culturas del pueblo francés. El inventor del eslogan "Francia para los franceses" fue el teórico del antisemitismo moderno, Édouard Drumont, autor de La France juive, que lo convirtió en el subtítulo de su periódico, La Libre Parole. Y es ese surco xenófobo el que la extrema derecha se ha labrado siempre el camino hasta nuestros días, en su obsesión antimigratoria que Emmanuel Macron acabó legitimando con su ley sobre inmigración, adoptada con los votos de la Agrupación Nacional.

Todo el argumento de campaña desplegado por los macronistas viene a decir "antes la Agrupación Nacional que el Frente Popular", al igual que las clases dirigentes de los años 30 preferían a Hitler antes que a Blum

Su ministro del Interior, Gérald Darmanin, había incluso rubricado esta convergencia con la extrema derecha con una referencia tan simbólica como perversa, en 2022, durante los primeros debates parlamentarios sobre esta ley. Supuestamente para afirmar que "la inmigración forma parte de Francia y de los franceses", no se le ocurrió nada mejor que una cita de Jacques Bainville, una de las principales figuras de Acción Francesa. Fue en el funeral de Bainville, el 13 de febrero de 1936, cuando Léon Blum salía la Cámara de Diputados y fue víctima de un ataque antisemita, con gritos de "¡Blum asesino! Y “¡Muerte a Blum!” 

En cuanto a Charles Maurras, escribió cosas mucho peores sobre Léon Blum: "detritus humano, que hay que tratar como tal", "un hombre que hay que fusilar, pero por la espalda", "pequeño judío carpáto, balcánico o renano, que llega como una levita mugrienta", etc., hasta su afirmación final de que con él, "el Talmud será la ley de la nueva asamblea". Se trata del mismo Maurras que Emmanuel Macron lamentó, durante la cena anual del Crif (Consejo Representativo de las Instituciones Judías Francesas) en marzo de 2018, que la ministra de Cultura hubiera retirado del libro de conmemoraciones, con el pretexto de que esa figura no debía "ser eclipsada": "Debemos considerarlo como parte de la historia de Francia", insistía el jefe del Estado. Y en febrero de 2020, hablando ante diputados de su partido sobre la inmigración y el "separatismo", no dudó en mencionar la distinción maurrasiana entre "país legal" y "país real", que es uno de los estribillos populistas de la extrema derecha. 

Al igual que las maniobras cómplices de los consejeros del Príncipe del Elíseo con los medios de comunicación de Vincent Bolloré, esas referencias no son fruto de una oscura triangulación sino de un claro compromiso. La cita de Léon Blum por parte de Emmanuel Macron expresa la particular toxicidad de esta PpresidenciPresidencia, que logra transformar un recuerdo vivo en un pasado muerto. Todo el argumentario de campaña desplegado desde hace una semana por el campo macronista, engañoso y calumnioso, viene a decir: "Antes la Agrupación Nacional que el Frente Popular", al igual que las clases dirigentes de los años 30 preferían a Hitler antes que a Blum

En su conferencia de prensa del 12 de junio, Macron dejó escapar una asombrosa confidencia que pasó casi inadvertida: "Nunca he estado aquí para proteger el sistema político." Tomado al pie de la letra, ya que fue pronunciado por el hombre que se supone debe velar por el respeto de la Constitución y sus instituciones, significa que, lejos de proteger nuestra vida democrática, el actual presidente de la República se encarga de entregarla a sus adversarios. Hemos visto una primera traducción de esto, sin disimulos ni precauciones, al día siguiente de las elecciones europeas, durante las conmemoraciones de Oradour-sur-Glane: "Llevo semanas preparando esto y estoy encantado. Les he lanzado a las piernas un granada sin pasador. Ahora veremos cómo salen de ésta". 

La diferencia entre Blum y Macron es que el primero era un auténtico demócrata, forjado por la vida parlamentaria, con todo lo que implica en términos de escucha y compromiso, pero también formado en la militancia de un partido entonces enraizado en la sociedad, sus oficios, sus profesiones, sus clases trabajadoras. Cuando, en el verano de 1934, el Partido Comunista llamó por primera vez a la acción común con los socialistas, Léon Blum definió en un artículo publicado en Le Populaire el 10 de julio lo que sería "el objeto de la acción común". Frente al fascismo, se trataba de defender las "libertades democráticas", el conjunto "de libertades [que] son la base de lo que llamamos democracia". 

Léon Blum está aquí del lado de la sociedad, de su surgimiento, de su vitalidad y de su potencial, de ese movimiento que inventa, superando a los partidos, sus dirigentes y sus aparatos, hasta elevarlos por encima de sí mismos, dándoles la fuerza y el coraje suficientes para superar su sectarismo y su conservadurismo. Unidad de acción, acción popular, eso es lo que hizo que el Frente Popular entrara a formar parte de nuestra mitología política, a pesar de sus limitaciones, de la tragedia de su no intervención junto a los republicanos españoles y de su fracaso final tras la salida de Blum del gobierno. 

Fue la culminación de una carrera de relevos de abajo arriba, desde el Comité de vigilancia de intelectuales antifascistas (fundado en marzo de 1934) hasta las huelgas obreras y las ocupaciones de fábricas de junio de 1936 (que desembocaron en los acuerdos de Matignon y contra los que Blum se negó a intervenir, negándose a ceder al pretexto de los desórdenes, que se ha convertido hoy en un lugar común para justificar la represión de las revueltas populares), sin olvidar la demostración de fuerza del 14 de julio de 1935 y el congreso de unidad sindical de marzo de 1936, que reunió a las dos ramas de la CGT separadas desde 1921. 

Dos años pues, cuando ahora sólo nos quedan dos semanas para impedir –mediante la movilización en la calle, en el campo y en las ciudades, en los lugares donde se trabaja y se vive, y luego mediante la fuerza de los votos en la primera vuelta a favor del nuevo Frente Popular– la catástrofe inimaginable que sería la llegada de la extrema derecha al gobierno de Francia. A partir de ahora nos corresponde a todos formar un frente unido. A nivel popular, como en 1934-1936. No puede haber más vacilaciones. No dudemos ni nos dividamos, como muy bien dijo Louis Aragon en su poema La Rose et le Réséda:  

Quand les blés sont sous la grêle/fou qui fait le délicat /fou qui songe à ses querelles/au cœur du commun combat

(Cuando cae granizo en las mieses/locos quienes se sienten afectados/locos quienes piensan en sus intereses/cuando estamos siendo atacados).

"Ya no es inevitable que la ultraderecha llegue al poder": el Frente Popular echa a andar en Francia

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Traducción de Miguel López

 

“Sería difícil exagerar el revuelo que la llegada del Frente Popular en 1936 causó en las filas de las clases acomodadas, incluso entre los hombres aparentemente más libres". Estas líneas del gran historiador y futuro mártir de la Resistencia, Marc Bloch, releídas hoy que se ha constituido un nuevo Frente Popular para las elecciones legislativas del 30 de junio y el 7 de julio, evocan irresistiblemente la violencia de contraataque del campo presidencial, que le reserva todos sus golpes, incluso los más bajos, al tiempo que perdona a la extrema derecha y relativiza su peligro

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