Los gigantes digitales obvian DeepSeek y compiten por imponer a toda costa una IA global a su medida

Toma de posesion de Donald Trump en el Capitolio con Elon Musk, Sundar Pichai, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg, en primera fila.

Martine Orange (Mediapart)

Elon Musk había rechazado la invitación de Emmanuel Macron para participar en la Cumbre para la Acción sobre Inteligencia Artificial, pero fue uno de los protagonistas a pesar de  todo. El 10 de febrero, en medio de la comida en el Elíseo, a la que estaban invitadas todas las celebridades del momento, el CEO de Tesla anunció su intención de lanzar “una oferta no solicitada” sobre su competidor y rival OpenAI. Como reveló The Wall Street Journal, él y varios amigos financieros están dispuestos a poner sobre la mesa 97.400 millones de dólares (94.400 millones de euros) para hacerse con el control del creador de ChatGPT, el bot de inteligencia artificial generativa más conocido del mundo.

La respuesta de Sam Altman, fundador de OpenAI, fue inmediata. “No, gracias, pero podemos comprarte Twitter por 9.740 millones de dólares si quieres”, le escribió en X. A continuación, Sam Altman envió un mensaje a todo el personal de su grupo. “Nuestras estructuras nos aseguran que ninguna persona puede tomar el control de OpenAI. Es una táctica para intentar debilitarnos porque estamos haciendo grandes progresos”. Desde su creación, la empresa tiene un estatus comparable al de una fundación (sin ánimo de lucro).

Este es un episodio más en la batalla que enfrenta a los dos empresarios desde 2018. Sam Altman, quien fue el primer apoyo financiero de Elon Musk en el lanzamiento de OpenAI, ahora está en guerra abierta contra él. Le reprocha haber roto sus compromisos pasados y ha iniciado un procedimiento judicial para evitar que Sam Altman convierta su empresa en un grupo que cotice en bolsa. Ese es el argumento que el abogado del CEO de Tesla ha utilizado de nuevo para justificar la nueva ofensiva: “Es hora de que OpenAI vuelva a ser de código abierto, centrado en la seguridad como antes. Y nosotros nos aseguraremos de que así sea”.

Teniendo en cuenta los estatutos de OpenAI, el nuevo ataque de Elon Musk, incluso en la cima de su poder, tiene pocas posibilidades de prosperar en un futuro inmediato. Sin embargo, viene a complicar la tarea de Sam Altman, atrapado en la compleja transformación de su grupo, en las arduas negociaciones con Microsoft y en el proyecto Stargate lanzado por Donald Trump para desarrollar la inteligencia artificial.

Pero Elon Musk ya ha ganado una partida: ha subido considerablemente la apuesta. En sus planes de transformación, el fundador de OpenAI proponía una conversión para los antiguos donantes —Elon Musk y Microsoft son los principales afectados— en base a una valoración de 30.000 millones de dólares. Una estimación considerada demasiado baja por Elon Musk, pero también por los demás donantes. Al presentar una oferta de 100.000 millones de dólares, obliga a los directivos de OpenAI a revisar todos sus cálculos.

Después de DeepSeek, un modelo que se tambalea

Las sumas en juego, los métodos y el tono empleados resumen la locura del momento: la desmesura y el deseo de poder dominan más que nunca entre los gigantes digitales. Pero la ofensiva de Elon Musk también refleja el malestar que se ha instalado en todo el sector desde el anuncio de DeepSeek.

La empresa china presentó el 28 de enero sus modelos de IA, entre ellos el chatbot DeepSeek-R, desarrollados a pesar de las prohibiciones de exportación americanas de ciertos componentes tecnológicos. Con un rendimiento comparable al de sus competidores estadounidenses, costó apenas 6 millones de dólares, según sus creadores, y requiere mucha menos potencia de cálculo y energía para entrenar sus modelos. Todas estas afirmaciones están por confirmar.

OpenAI, que se siente más amenazada, fue la primera en atacar al proyecto rival chino. Después de cuestionar el rendimiento y los costes de desarrollo mostrados por DeepSeek, Sam Altman la acusó de robar sus modelos. Anunció su intención de presentar una demanda por violación de la propiedad intelectual. Esto le valió algunas observaciones sarcásticas, recordándole que los grupos de inteligencia artificial se han desarrollado a partir del saqueo a escala mundial de todos los datos, haciendo caso omiso de los derechos de autor y la propiedad intelectual.

A pesar de esos intentos de contraataque, el anuncio de DeepSeek provocó una conmoción mundial: una start-up china, totalmente desconocida, ofrece tecnologías abiertas y más baratas que todo lo que existía anteriormente. “DeepSeek demuestra que se pueden desarrollar modelos avanzados de IA sin realizar grandes inversiones en material [...]. Su modelo es veintisiete veces más barato que el de OpenAI”, señaló un estratega de Saxo. Además, la empresa ha adoptado una estrategia de código abierto, lo que permite que otros desarrolladores mejoren los procesos, amplíen la gama y lancen nuevos productos a un menor coste.

De repente se quedó tambaleando todo el modelo tecnológico y financiero. Habían apostado por tecnologías propietarias, lenguajes cerrados (ChatGPT para OpenAI, Llama para Meta, Gemini para Google) que aseguraban su control sobre las tecnologías y sus desarrollos. Contaban con marcar la diferencia gracias a los cientos de miles de millones puestos a su disposición para profundizar su dominio mundial y ampliar sus rentas en la inteligencia artificial generativa.

En pocas horas desapareció un 1 billón de dólares en Wall Street, con una caída de la bolsa sin precedentes. Las acciones más castigadas, como Nvidia, el fabricante de semiconductores más eficientes para la IA, se han podido recuperar, pero con DeepSeek algo se ha roto irremediablemente. La duda se ha colado en las mentes de todos: ¿es el modelo de IA generativa propuesto por los gigantes digitales el correcto?

Los siete magníficos

Mucho antes del impacto de DeepSeek, algunos ya habían empezado a dar la voz de alarma, advirtiendo que se estaba formando una burbuja bursátil en el campo de la inteligencia artificial, comparable a la de Internet a principios de la década de 2000.

Convencidos de que la IA es la solución para responder a los problemas del capitalismo actual y que puede aportar crecimiento, productividad y eficiencia (la nueva palabra de moda), todos los financieros se han precipitado sobre estas nuevas tecnologías, brindando su apoyo indiscriminadamente a todos los proyectos.

De ahí viene la explosión bursátil que se ha registrado en Estados Unidos en los últimos años. Los que impulsaron este auge no fueron IBM, Intel, Ford, GM, GE, Raytheon y mucho menos Boeing, que hasta entonces constituían la base de la actividad económica y la base de los índices bursátiles. Todo se concentró en unos pocos valores, “los siete magníficos”, como los apodaron los analistas bursátiles: Apple, Alphabet (Google), Meta (Facebook), Amazon, Nvidia, Tesla y Microsoft.

En dos años, el valor de Nvidia, el fabricante de semiconductores y chips para sistemas de inteligencia artificial, se ha multiplicado por diez. Su capitalización bursátil supera los 3,2 billones de dólares. Al mismo tiempo, los precios de Meta se han multiplicado por cinco, y los de Google, Amazon y Tesla por dos. Las acciones de Apple y Microsoft han subido un 74 % y un 82 %, respectivamente. Todas registran una capitalización bursátil de entre 1,1 billones y 4,2 billones de dólares, algo nunca visto en la historia. En comparación, la del gigante petrolero ExxonMobil no supera los 500.000 millones de dólares.

El entusiasmo se ha extendido por todo el sector. La más pequeña de las empresas emergentes que anunciaba tener el más mínimo proyecto en inteligencia artificial conseguía reunir sin problemas una ronda de inversores. En 2024, estos nuevos proyectos recaudaron más de 97.000 millones de dólares, solo en Estados Unidos. Mistral AI, la start-up francesa que se benefició de una publicidad sin precedentes durante la cumbre de París, participa en este movimiento. El año pasado logró recaudar más de mil millones. La empresa, que no tiene ni dos años de existencia, tiene previsto salir pronto a bolsa con una valoración de 6.000 millones de euros.

Pero a pesar de toda esa millonada invertida, la IA generativa no está cumpliendo sus promesas: los grupos que la desarrollan no ganan dinero, al menos no todavía. De hecho, cada vez consumen más. Los primeros desarrollos de OpenAI costaban 100 millones de dólares, mientras que los últimos llegan a casi 1.000 millones. “La facturación del sector, según mis informaciones, representa apenas 12.000 millones de dólares, de los cuales aproximadamente 4.000 corresponden a OpenAI. En ausencia de una aplicación disruptiva por la cual los usuarios estén dispuestos a pagar sumas considerables, una parte importante de esas inversiones podría resultar inútil, provocando una disminución de las inversiones y los gastos”, advierte la economista Dambisa Moyo.

En busca de un estándar mundial

El problema es que la aplicación disruptiva no aparece en el horizonte. Algunos especialistas estiman que están cerca de alcanzarse los límites físicos y técnicos: los fabricantes de semiconductores tienen dificultades para impulsar la miniaturización de los chips, aunque la taiwanesa TSMC no pierde la esperanza de desarrollar un chip de 1,6 nm para 2026. Los superordenadores requieren cada vez más potencia de cálculo y energía. Los ordenadores cuánticos aún más. Siguiendo los pasos del “padre” de la IA moderna, Yann Le Cun, algunos investigadores y ahora también algunos inversores se preguntan si todo esto no conduce a un callejón sin salida.

“Gracias al código abierto, ahora están muy extendidas las tecnologías de IA generativa. Hay cientos de desarrolladores que han construido o están construyendo sus modelos, probándolos para mejorarlos. La batalla ahora se juega en otra parte, en la difusión de los modelos en la economía, en la lengua que puede prevalecer sobre las demás”, explica un experto del sector.

Los gigantes digitales tienen las mismas referencias en mente. En cuanto a la IA, todos quieren repetir los ejemplos del pasado: el de IBM, considerado el fabricante de informática imprescindible en los años 60; el de Windows 95 de Microsoft, que se convirtió en el sistema operativo dominante de los ordenadores personales en los años 90; el de Google, erigido en el indiscutible motor de búsqueda en Internet en los años 2000; y el del iPhone de Apple, que impuso su modelo de smartphone en todo el mundo en los años 2010.

Para los gigantes digitales, el tema ni siquiera está en debate: más allá de todas las consideraciones geopolíticas entre Estados Unidos y China, si hay que librar una batalla para saber qué estándar se impondrá en las fábricas, las oficinas y entre el público en general, solo puede tener lugar entre ellos, dentro de esta “broligarquía que no tiene nada de una reunión fraternal, sino que se parece más a una comida de fieras. Cada uno está dispuesto a destrozar al otro para tomar el control y hacerse con la esperada renta.

Al lanzar su oferta hostil sobre OpenAI, Elon Musk se inscribe totalmente en ese esquema. Habiéndose elevado a la cima del poder, el CEO de Tesla, que se ha quedado muy rezagado en el campo de la IA, no imagina que se le pueda escapar tal oportunidad y pone su mirada en la empresa que le parece más susceptible de ganar la batalla.

En esa batalla por el estándar dominante, el dinero es, naturalmente, el nervio de la guerra. A pesar de DeepSeek, a pesar de las dudas de los inversores financieros, todos están decididos a seguir adelante. En pocos días, Google, Microsoft, Apple y otros han anunciado programas de inversión gigantescos. Para este año, planean invertir al menos 300.000 millones de dólares en sus proyectos. Con su programa Stargate, la Casa Blanca ha anunciado 500.000 millones de dólares adicionales para desarrollar la inteligencia artificial y ha designado a OpenAI y al banco japonés Softbank como líderes del proyecto: deben reunir los 100.000 millones.

Riesgo de fragmentación digital

Pero, ¿sigue siendo válida esta estrategia en un mundo que se fragmenta, en el que surgen nuevas competencias tecnológicas, y no solo chinas, aunque sean las más amenazantes?

Ante el temor al aislamiento o al fracaso, el ex director de Google, Eric Schmidt, está presionando para que los gigantes digitales revisen su estrategia de tecnologías propietarias y se abran a colaboraciones específicas con países amigos para compartir investigaciones y trabajos universitarios. “Si no hacemos algo, China se convertirá en el líder del código abierto”, advierte. En otras palabras, China, al compartir sus tecnologías, protocolos y modelos, puede llegar a convertirse en el arquitecto dominante de la IA del mañana, especialmente en los países del Sur Global.

Durante la cumbre de IA en París, el vicepresidente americano, J. D. Vance, refutó esa advertencia: según él, todo debe permanecer bajo el dominio estadounidense. “La administración Trump se asegurará de que los sistemas de inteligencia artificial más potentes se construyan en Estados Unidos, con semiconductores diseñados y fabricados en Estados Unidos”, insistió, instando a Europa a renunciar a cualquier legislación, a cualquier medida que pueda eclipsar a los gigantes americanos, bajo pena de represalias. Rechazando por principio cualquier regulación mundial sobre la IA, amenazó a todos los países que estuvieran tentados de ir a buscar sus tecnologías a otro lugar. En China, en particular.

En otros tiempos, las amenazas estadounidenses podrían haber tenido un efecto disuasorio masivo, pero en pocas semanas, la ofensiva trumpista ha abierto los ojos a muchos y ha despertado a muchos ingenuos. Todos, incluso los aliados más fieles, están empezando a medir los peligros de una dependencia excesiva.

Los gigantes digitales, asociados desde el primer día a la llegada al poder de Donald Trump, ahora son vistos como socios menos fiables, a los que tal vez no sea pertinente confiar su destino digital. En muchos países podría crecer rápidamente la tentación de encontrar caminos alternativos, desarrollar otras tecnologías, iniciar múltiples e inesperadas cooperaciones, sin pasar siquiera por China.

DeepSeek: Una enmienda a los modelos de gobernanza digital

Su dominio mundial, que les aseguraba una renta exorbitante, ya no está tan asegurado. Mientras que Internet, simbolizado por el acrónimo “www”, marcó la era de la globalización y su ascenso a la cima, la era de la IA generativa, que se adapta a las tensiones geopolíticas, podría ser la de la fragmentación de lo digital y el debilitamiento de esos gigantes.

 

Traducción de Miguel López

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