El mundo está inmerso en una ola autocrática global

Se van sucediendo las publicaciones del V-Dem Institute (Varieties of Democracy) y, por desgracia, se parecen. Este equipo de investigación, coordinado desde la Universidad de Gotemburgo, en Suecia, elabora cada año un informe sobre el estado de la democracia en el mundo. Y en 2025, al igual que en ediciones anteriores, el diagnóstico es bastante sombrío.
En comparación con otros ejercicios del mismo estilo, las conclusiones de este colectivo cuentan con la ventaja de ser fruto del trabajo de varios cientos de investigadores. Documentan las múltiples facetas de un régimen político: no solo la organización de elecciones plurales, sino también la igualdad ante la ley, la independencia de la justicia, la libertad de maniobra de la sociedad civil organizada, el trato equitativo de los géneros y los grupos sociales, etc.
El resultado es la clasificación de los Estados del planeta en cuatro categorías: las “democracias liberales” más avanzadas; las “democracias electorales”, donde se han relajado en gran medida las restricciones sobre los Ejecutivos electos; las “autocracias electorales”, en las que el pluralismo de fachada se ve viciado por restricciones de las libertades y por instituciones sesgadas; y las “autocracias cerradas”, que ni siquiera se molestan en reconocer los derechos fundamentales o en organizar elecciones para designar a los jefes de gobierno.
Sobre esta base, el equipo de V-Dem identifica los países que están inmersos en episodios significativos de democratización o de autocratización.
El informe publicado en marzo, que documenta el año 2024, es inequívoco: el mundo está sumido en una “tercera ola de autocratización” que incluye todas las regiones y todo tipo de regímenes. La degradación, de alcance global, es especialmente pronunciada en Asia central y meridional, así como en Europa central y oriental. No se salvan ni el espacio euroatlántico, donde se concentran las democracias liberales, ni las partes del mundo donde ya predominaban los regímenes autoritarios, como en África, donde se han sucedido golpes de Estado triunfantes y donde se han roto las escasas esperanzas de democratización, como en Túnez o en Sudán.
En comparación con el año pasado, solo tres nuevos países han aparecido en la lista de los 19 regímenes en proceso de democratización. Entre ellos se encuentra Polonia, cuyos nuevos dirigentes intentan deshacerse del legado ultranacionalista y ultraconservador del partido Ley y Justicia (PiS).
Menos democracias que autocracias
Pero, por otro lado, han aparecido en la lista de los 45 regímenes en proceso de autocratización, mucho más larga, una decena de nuevos países. Entre ellos se encuentran Argentina y Georgia. El destino de este último ilustra situaciones documentadas regularmente por el V-Dem Institute, en las que algunas mejoras alentadoras han sido seguidas rápidamente de deterioros, como ha sido el caso recientemente en Rumanía, Armenia y Myanmar.
El desequilibrio entre las tendencias no es nada nuevo. Desde 2009, el número de Estados en vías de democratización es inferior al de Estados que se encaminan hacia el autoritarismo. Desde entonces, la brecha no ha hecho más que aumentar, hasta el punto de que “por primera vez en veinte años, el mundo cuenta con menos democracias que autocracias”.
Se ha escrito mucho sobre la cuestión de los regímenes “híbridos”, con la idea de una creciente porosidad entre las dos categorías intermedias identificadas por el V-Dem Institute. El caso de Hungría es sintomático, uno de los Estados campeones de la autocratización en los últimos quince años. Pero incluso han crecido las autocracias más cerradas, después de haberse reducido entre los años 1970 y 2010. Su número aumentó de 22 a 35 durante la primera mitad de la década actual. “Casi tres de cada cuatro personas, concluye el informe, viven en autocracias. Es el nivel más alto alcanzado desde 1978”.
Además, el informe actual se cerró antes de los daños causados por Donald Trump en Estados Unidos. Ya su primer mandato se había asociado a un deterioro brutal del indicador de democracia liberal utilizado por el instituto. El segundo, apenas iniciado, resulta aún más espectacular, con purgas en la Administración y el aparato militar, acciones del Ejecutivo que eluden a los órganos legislativos, y ataques en todos los frentes contra los medios de comunicación y la justicia. La principal "reserva de poder" de los regímenes democráticos está en pleno colapso.
Un giro histórico
El caso de Estados Unidos es revelador de las características de la actual ola de autocratización, analizada más en detalle por Anna Lührmann y Staffan I. Lindberg. Afirman que se distingue de las dos olas anteriores del siglo XX (en el período de entreguerras y luego en el período 1960-75). De hecho, esta ola se produce principalmente por la erosión democrática, más que por golpes de Estado o invasiones extranjeras.
A menudo, los líderes que inician los episodios contemporáneos de autocratización llegan al poder legalmente. A partir de ahí, “deshacen gradual pero sustancialmente las normas democráticas, sin abolir las instituciones democráticas fundamentales”. Eso deja un margen a los actores democráticos para revertir la tendencia, pero las estadísticas no son alentadoras: cuando una democracia está en una pendiente autocrática, tiene muchas más probabilidades de colapsar que una autocracia en una pendiente democratizante.
Según algunos autores, las tendencias actuales forman parte de un movimiento histórico que no resulta sorprendente.
Seva Gunitsky ha demostrado que muchos procesos de transición democrática, lejos de basarse únicamente en las fuerzas internas de una sociedad, se han visto favorecidos por cambios bruscos en el orden internacional, como fue el caso de la caída del bloque soviético. Sin embargo, esas transiciones son también las más frágiles, susceptibles de retroceder. El declive relativo de Estados Unidos y sus aliados, por no hablar de la involución autoritaria trumpista, no hace sino añadir fragilidad, al tiempo que abre más margen de maniobra a los regímenes ya autoritarios.
Todo sucede como si las anteriores oleadas de democratización se hubieran agotado, mientras que el autoritarismo ha recuperado su fuerza impulsora
Dan Slater añadió otro argumento importante, al subrayar que la resistencia popular, que en muchos casos sigue viva hoy en día, no basta para provocar transiciones democráticas. Aparte de los choques geopolíticos analizados por Gunitsky, esas transiciones se producen cuando los propios regímenes autoritarios decaen, perdiendo su capacidad de represión y cooptación, así como su posible apoyo exterior. Eso es lo que sucedió, según el politólogo, con las dictaduras apoyadas por Estados Unidos y la Unión Soviética en los años setenta y ochenta, respectivamente, cuando estas dos potencias se encontraron en apuros en Vietnam y Afganistán.
El derrocamiento de la dictadura siria de la familia Assad se ajusta a este tipo de escenario, pero sigue siendo un caso muy aislado. En los últimos años, la tendencia ha sido más bien a la diversificación y la intensificación de las herramientas de control y represión de la población.
Todo sucede como si las anteriores oleadas de democratización se hubieran agotado, mientras que el autoritarismo habría recuperado una nueva fuerza impulsora gracias a retóricas revanchistas e identitarias, la impresión de un “mundo finito” que requiere estrategias agresivas hacia otros pueblos, y la pérdida de poder y credibilidad de los “gendarmes del mundo” occidentales.
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Frente a tal ola autocrática, la defensa del derecho no puede ser de geometría variable (por ejemplo, sancionando al régimen de Putin pero no al de Netanyahu). La ayuda a los Estados agredidos por las grandes potencias exportadoras de normas autoritarias resulta igualmente importante. Pero lo más difícil para las democracias liberales que aún se mantienen es responder suficientemente a las necesidades de su población, en un contexto de agotamiento estructural de las economías capitalistas, para reproducir su legitimidad y ejercer un poder de atracción.
Traducción de Miguel López