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La OPA de Macron al Elíseo

Arriba, el presidente saliente Nicolás Sarkozy y el entrante François Hollande, el 8 de mayo de 2012 en los actos del Día de la Victoria; avanza, cinco años después, François Hollande junto a Emmanuel Macron, en el mismo escenario.

Suena el Himno a la alegría, de Beethoven. El reloj marca las 22.27 cuando Emmanuel Macron, vestido con un abrigo oscuro, hace acto de presencia en la explanada del Museo del Louvre. Sube al escenario instalado ante la archiconocida pirámide, encargada por François Mitterrand al arquitecto Ieoh Ming Pei. Cuatro largo minutos solemnes, casi rimbombantes. Alguien entre el público grita entonces: “Quería ser Júpiter, ahí está”. Hace dos horas y media que Emmanuel Macron es el nuevo presidente electo de la República.

El Carrusel del Louvre se asemeja bastante a este nuevo presidente. A la izquierda le gusta celebrar sus victorias en la Plaza de la Bastilla, símbolo de la lucha revolucionaria. La derecha prefiere la Concordia, entre el Palacio del Elíseo y la Asamblea Nacional, explanada del poder donde el presidente asiste con gran boato al desfile militar del 14 de julio. El Carrusel del Louvre está entre ambos. El sitio perfecto para un centrista “de derechas y de izquierdas”, que considera que las divisiones son cosas del pasado y que se ha puesto como objetivo “recomponer” la política francesa. A vista de pájaro, el Louvre está más cerca de la Concordia que de la Bastilla: bastante fiel a la campaña de centroderechas que ha llevado Macron.

El Palacio Real de los Valois donde los católicos masacraron a los protestantes; la ostentosa columnata clásica que tan poco pega con el resto del edificio; el Jardín de las Tullerías donde se encuentra el castillo de los Napoleón, incendiado por los comuneros; el museo más visitado del mundo (la Gioconda, las momias, la Venus de Milo), símbolo de la cultura francesa que se exporta; un vasto centro comercial que domina la famosa pirámide de cristal, encargo de Mitterrand al arquitecto Pei: el Louvre es un caravasar conmemorativo, donde simbólicamente cabe todo. “Este lugar tan presente en nuestra historia, del Antiguo Régimen a la Liberación de París, de la Revolución Francesa a la audacia de esta pirámide”, dice Macron en el escenario, aclamado por los presentes. “Este lugar es de todos los franceses, de todas las francesas, de todas las Francias, el lugar de Francia al que mira el mundo”Francias.

El entorno perfecto para Emmanuel Macron, joven ambicioso y un perfecto desconocido para los franceses, hasta hace tres años, elegido este domingo 7 de mayo presidente de la República Francesa tras una campaña con aires de thriller político. A sus 39 años, nueve menos que Valéry Giscard d’Estaing, es el inquilino más joven que ha conocido la Quinta República.

Este 7 de mayo daba comienzo un nuevo quinquenio. Todavía es demasiado pronto para saber si Macron será un gran modernizador, un gran destructor o simplemente otro gestor, como esos a los que acusa a día de hoy de haber desesperado a los franceses. Demasiado pronto para saber si cambiará de verdad el país o si sólo será la última estación antes de la llegada del Frente Nacional, como temen tantos votantes de izquierdas que no han podido votar por el, ni siquiera cuando su contrincante era la candidata de extrema derecha. Demasiado pronto para saber si sólo se limitará a anunciar “la gramática de los negocios”,que dice conocer al dedillo, o si se permitirá algunas audacias para tratar de regular un hipercapitalismo que mata al planeta y aumenta las desigualdades hasta la desmesura. Dice haber comprendido la urgencia. Asegura ser consciente de que Francia, y Europa, están a punto de estallar. El viernes 5 de mayo, acudió a la redacción de Mediapart, socio editorial de infoLibre, donde concedió la última entrevista de la campaña, insistió en que conoce la gravedad del momento en que nos encontramos.

Pronto se le podrá juzgar por sus hechos, sus promesas de “renovación” política, de “vitalidad democrática”, la eficacia de sus soluciones económicas, la mayor parte de las cuales figuran en el breviario de las “reformas estructurales” recomendadas desde los años 80 por las instituciones internacionales Mientras, el vencedor este 7 de mayo no es una vieja leyenda de la política. Al contrario que sus predecesores, no se ha curtido en una corporación municipal, ni en un departamento. Sólo ha sido ministro dos años. No ha sufrido ninguna derrota electoral por la única razón de que nunca ha sido candidato.

En una campaña caótica, marcada por los escándalos y las intoxicaciones, la victoria de Macron supone un extraño cóctel. Su receta incluye una buena dosis de intuición: la de haber entendido, quizás con más claridad que sus rivales, que los franceses ya no aguantan a los que les gobiernan; una parte de inconsciencia, cuando todo el mundo le auguraba el fracaso seguro; la confianza narcisista del buen alumno –premiado a los 17 años, en el concurso general, en la especialidad lengua francesa– de alguien que no conoce el fracaso. Y que también ha tenido mucha suerte.

En un año, ¡cuántos ídolos han caído! Dos presidentes de la República, Hollande y Sarkozy, uno autodefenestrado, el otro vencido en las primarias de la derecha. Tres primeros ministros, Juppé, Valls y Fillon: el primero caído en las primarias de la derecha; el segundo, vencido en las primarias del PS y el tercero, derrotado por los escándalos, no logró pasar la primera vuelta de las presidenciales. En el periodo entre las dos vueltas, Marine Le Pen pareció ponerlo en un aprieto por un momento, pero se desintegró ella misma en el debate donde se presentó brutal, sin prepararse, preopante.

Esta victoria también es el resultado de una estrategia metódica de conquista del poder, desde que al exbanquero de inversión de la banca Rothschild se le metió un día en la cabeza conquistar el Elíseo, a imagen y semejanza de los capitanes de la industria que lanzan ataques, como si fuese un reto, para engullir a una multinacional. Este domingo 7 de mayo, la victoria de Emmanuel Macron parece una OPA política en un mercado político deprimido. El golpe del siglo. Un asalto democráticoasalto de la República, llevado a cabo con la sonrisa Profidén en los labios.

Novela de un ambicioso

Emmanuel Jean-Michel Frédéric Macron nació el 21 de diciembre de 1977 en Amiens, en el seno de una familia de médicos. Con Giscard. Chirac ya ha sido primer ministro. Mitterrand tiene 61 años. Los Treinta Gloriosos quedaban atrás, pero Francia parece ignorarlo. Para el periodista de Les Inrockuptibles Jean-Marie Durand, este año 1977, que da título de su libro, es “el principio de la caída”, “el año cero”, el “escenario primitivo de nuestra época actual, la bifurcación hacia un mundo brutal”. El año de las ilusiones perdidas y de la hipermodernidad que llega: el punk y Apple, la banda Baarder y los nuevos filósofos y, ya, el neoliberalismo que viene. Macron es, a su manera, resultado de esta contradicción.

En él hay algo muy clásico. El alumno de los jesuitas en la Providencia de Amiens, el adolescente enamorado de la literatura, estudiante de la escuela preparatoria un poco idealista, estudiante de filosofía que trabaja con Paul Ricœur y a veces emplea palabras complicadas, sin que se sepa si es natural o coquetería.

Pero el intelectual también es un ambicioso de su tiempo, al que fascina el poder. En 2007, se hizo muchos contactos en la

muy liberal Comisión Attali y de la que es ponente adjunto. Un año más tarde, entra en la banca Rothschild donde consigue cerrar un acuerdo entre Nestlé y Pfizer que asciende a 9.000 millones de euros, lo que le permite vivir a lo grande durante cuatro años. Se postula a François Hollande en 2011, cuando la acción Hollande cotiza al 3% en los sondeos: siempre hay que comprar a la baja para llevárselo todo después.

En 2012 se convierte en secretario general adjunto en el Elíseo, inspirando el giro económico ortodoxo que marca el comienzo del quinquenio, antes de convertirse en ministro de Economía en agosto de 2014. Macron, untuoso y educado, sabe cómo convertirse en indispensable. Hace dos años, responde a The Wall Street Journal, gran diario económico estadounidense, Macron resumió en estos términos su éxito fulgurante en la banca de inversiones: “Eres una especie de prostituta. La seducción es tu oficio”.

En el Gobierno, Macron, última curiosidad de moda, el favorito de los medios de comunicación, se pone a soñar en su propio destino. En otoño de 2015, decide dar el paso y presentarse. Ve venir la aversión a los partidos políticos, el rechazo de los franceses a las “alternancias automáticas” y a los “postureos”. Entiende que hay lugar para una oferta política “de centro”, ultrapragmática pero también optimista, lejos del pesimismo existencial, que llevaría a la política a una nueva generación. Siempre ha tenido gran consideración de sí mismo. Codearse con Hollande o Valls contribuyó a reforzarle la confianza en sus capacidades.

“Me dejaba llevar por la ambición devoradora de los jóvenes lobos de Balzac”, escribe en su libro Révolution, publicado en diciembre. “Reconozco una debilidad por los héroes románticos que la vida expone a lo desconocido, al peligro, a los grandes espacios”, añade en L’Obs el 13 de febrero. “Por eso me gusta mucho Fabricio Del Dongo [el héroe de La cartuja de Parma], que se echa a la carretera con un calavera inconsciente”.

Si se va de campaña en contra de los aparatos políticos, Macron no está solo. Tras de sí lleva poderosas redes. El antiguo enarca de la promoción Sédar Senghor (2004), arropado por su cuerpo, la Inspección General de Finanzas, el club de los aristócratas de la alta función pública entre ellos Jean-Pierre Jouyet, exministro de Nicolas Sarkozy y secretario general del Elíseo de Hollande, es una de las figuras en el horizonte. Es el cachorro de los Gracques, esos altos funcionarios social-liberales que reclaman importantes reformas estructurales: “Es con el que [el club] Le Siècle ha soñado siempre: hombre de izquierdas que hace políticas de derechas, joven que aporta tranquilidad a los viejos”, precisó un habitual a las comidas en la ciudad, en un retrato de Macron, publicado por Le Monde en noviembre de 2015. Un artículo titulado “El fantasma Macron”...

A año y medio de las presidenciales, Francia parece resignarse a protagonizar un remake del partido de 2012, Sarkozy-Hollande, cartel tristón entre un expresidente cercado por los escándalos y un jefe del Estado engullido por la impopularidad y las promesas incumplidas. Como Pulgarcito, Macron no tiene problemas a la hora de encontrar en la política del Gobierno las piedrecitas que justifican su ruptura: las reformas que no van bastante lejos, la retirada de la nacionalidad, el 49-3 que se impone a la reforma laboral, la brutalidad de un Valls que detesta a este aspirante. Social-liberal como él, pero más dotado.

En abril de 2016, cuando todavía es ministro, Macron lanza su plataforma ¡En Marcha! Entre bastidores empieza a recaudar fondos con propietarios de start-upps, jefes de la segunda izquierda o de centroizquierda, huérfanos de Dominique Strauss-Kahn o petrificados por la radicalización de la derecha. La iniciativa no convence al Gobierno. “Los nuevos planetas, necesitan tiempo antes de encontrar su sitio en el sistema solar político”, dice Hollande en el libro Un presidente no debería decir eso... Cuando su protegido deja el Gobierno, el 30 de agosto de 2016, el mismo Hollande tarda en darse cuenta. “Me traicionó con rigor”, dice. Antes de la presión psicológica de Valls, la salida de Macron supondrá el primer acto de su contratiempo.

“Quimera”

Una vez fuera del Gobierno, acompañado por algunos de los miembros de su gabinete ministerial, Macron pone en marcha una auténtica máquina electoral. Un partido-empresa en el que es simultáneamente fundador, el jefe, el producto y el comercial. Recién desembarcado en un mercado político atascado, la Macron Company se organiza metódicamente. Como en una empresa cotizada, la comunicación está bajo control. La única cabeza que sobresale es la de Emmanuel Macron, la cabeza de góndola vendida con las técnicas de la mercadotecnia. Hay que despertar el deseo por el producto Macron, cuya edad y promesas de renovación constituyen la baza principal.

El programa, nada original, es fruto de las peticiones que ha recogido en el puerta a puerta: nada mejor para convencer que utilizar las palabras empleadas por los propios ciudadanos. A los periodistas les resulta difícil ir a ver lo que se cuece entre bastidores, salvo que el objetivo sea tomar bonitas imágenes para el papel couché o vender la pareja que forma Emmanuel Macron con su exprofesora de francés, Brigitte Trogneux, 24 años mayor que él. ¡En Marcha! teme a las filtraciones: un colaborador inicial abandona el equipo, ante la sospechas de que es un topo de Valls.

El mensaje de Macron se basa en cuatro grandes principios: “liberar energías” de un lado, “proteger” por otro. Una crítica al “sistema” político, que hay que “renovar” y recomponer, que va acompañado de un ultrapragmatismo económico. Una apertura al mundo tal y como es, a la globalización, a Europa. Un optimista. Y sobre todo un “pensamiento complejo” que también es una forma de contentar al mayor número de personas. Macron es un espejo en el que se pueden reconocer las personas que no comparten gran cosa. En sus mítines, hay liberales de derechas, centristas de toda la vida, contrarios al matrimonio homosexual (Manif pour tous) arrepentidos, electores de izquierdas hastiados, muchos neoconversos.

Durante la campaña, el candidato socialista Benoît Hamon sólo hace ruido cuando critica al “candidato quimera”, una “quimera tal como la describió Homero: un león delante, un dragón detrás, una cabra enmedio”. Arnaud Montebourg, candidato a las primarias del PS; no se queda atrás cuando se burla de este “Señor X” que “puede ir a Le Puy-du-Fou a alabar a Philippe de Villiers, coger el tren y dirigirse a Nevers a alabar a Mitterrand, después volver a subirse al tren para ir a Chanonat a alabar a Giscard d’Estaing, recibir entre dos viajes y escalas el apoyo de Jean-Pierre Raffarin y las críticas de Gérard Larcher”.

Hasta el final, a Macron le perseguirá su doble: el candidato del CAC 40, el que no cambiará nada... si no empeora las cosas. Un hombre convincente, pero que suena un poco falso en el estrado de los mítines. Macron tiene un problema de imaginación. Debe ajustar su discurso continuamente para sumar en torno a su figura. La galería de apoyos, en todo caso de los más mediáticos, se parece a un Quién es quién de los más poderosos y a veces a un diccionario de los Qué fue de...

“Rechazo la idea de que soy todos los que me apoyan”, responde Macron. “Usted está acostumbrado a un mundo muerto donde la gente se había dividido entre dos bandos. Ese mundo está muerto, se ha acabado, en el nuevo mundo que está en camino, la gente de ese mundo de antes se reparten, pero eso no quiere decir que yo sea todo lo que piensan todos aquellos a los que han unido, que muy a menudo se han enfrentado. Tengo derecho a ser libre a ese respecto”.

En la noche de la primera vuelta, se felicita por superar a Marine Le Pen. Sorprende simulando celebrar una victoria cuando la ultraderecha accede por segunda vez en 15 años a la segunda vuelta. Macron avanza, rechaza cambiar su proyecto, se contenta con enviar algunas señales. Parece considerar el 24% obtenido como un voto de adhesión cuando cientos de miles de ciudadanos, quizás millones, han votado por él en la primera vuelta para evitar una segunda vuelta Fillon-Le Pen.

En la primera vuelta, se beneficia del voto útil. En la segunda vuelta, se beneficia del voto de rechazo a Marine Le Pen. Con más del 66,10% de los votos obtenidos, consigue casi a su pesar, constituir una especie de sucedáneo de frente republicano, aunque Marine Le Pen obtiene más de 10 millones de votos, lo nunca visto. Los asesores de Macron saben que lo más duro empieza ahora. “El estado de gracia va a durar dos minutos”, predecía hace unos días alguien de su entorno.

Macron, hasta ahora muy discreto en lo que a ministrables se refiere, ahora tiene que formar un Gobierno que mantenga las promesas de renovación: el traspaso de poderes está previsto para el próximo fin de semana. Después pondrá en marcha su proyecto en la calle. Y de forma inmediata, ha de crear, en un mes, una dinámica suficiente para conseguir una mayoría, al menos relativa, en las legislativas.

Todo ello, esperemos, sin ceder al cesarismo que se cierne sobre los presidentes de la Quinta República. En caso contrario, la bonita jugada de la OPA puede convertirse en un mal negocio.

Las fuerzas políticas francesas, frente al desafío de las legislativas

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Traducción: Mariola Moreno

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