Periodistas rusos en el exilio se la juegan informando de las intoxicaciones del Kremlin sobre la guerra

Manifestación contra la guerra en Ucrania, en Logroño.

Antoine Perraud (Mediapart)

Tiflis (Georgia) —

En los sinuosos pliegues de la antigua Tiflis, Alejandro Dumas encontraría a sus criaturas: esos edificios de ladrillo y argamasa, de piedra y madera, que tomaron prestados tanto del Imperio ruso como del Imperio otomano; cuando no del Imperio persa. Dumas los describe de pasada en su Viaje al Cáucaso (1859).

Tiflis cambió, por desgracia, más rápido que el corazón de un mortal. La devastación es espectacular: intercambiadores californianos en el corazón de la ciudad, rascacielos horrorosos y altaneros, descarado apoderamiento progresivo de promotores inmobiliarios en un paraíso de oligarcas donde reina la corrupción.

Sin embargo, algunas calles se salvan. Todo se deteriora, como en Lisboa hace cuarenta años - pero todo podría renacer, como desde hace dos décadas. En tan descolorida maraña de calles, llaman la atención los grafitis. Los más recientes glorifican a Ucrania, maldicen a Rusia en general y a Putin en particular.

El periodista ruso Maxim Martemyanov lucha en medio de esos rugidos rupestres. Se opone al Kremlin y a su líder, a su sistema y a su propaganda. A sus 32 años, es redactor jefe adjunto de una web de noticias llamada Holod, que significa frío y remite, sesenta años después del deshielo jruschoviano, a sus antípodas: la era glacial putiniana.

La fundadora de Holod ya se había instalado en Tiflis en marzo de 2021 en busca de refugio después de que su compañero, el ex periodista Ivan Safronov, hubiera sido acusado de traición en Moscú, por lo que iba a ser condenado, en septiembre de 2022, a veintidós años de prisión en una dura colonia penitenciaria.

Maxim Martemyanov no tuvo dudas tras la invasión de Ucrania. Viajó a Tiflis vía Ereván justo en el momento en que se promulgaba en Moscú, a medianoche del 5 de marzo de 2022, la ley sobre "noticias falsas" e injurias a las fuerzas armadas rusas, que castiga a los infractores con hasta 15 años de cárcel.

"No habríamos cesado en seguir diciendo la verdad, aunque sólo fuera llamando a la guerra por su nombre. De la docena de empleados de Holod, sólo tres se quedaron en Rusia, y han abandonado toda actividad relacionada con las noticias", dice Maxim. Conoce el funcionamiento y las leyes del sistema Putin: "Hasta ahora, en Rusia, las autoridades han hecho comprender a todo el mundo este axioma simple y vinculante: 'Usted no quiere saber y nosotros no le causaremos problemas'.”

 

Este periodista en el exilio describe cómo la televisión oficial vierte cataratas de buenas noticias. Por ejemplo, la inauguración por un gobernador de una carretera que conduce a un pequeño pueblo aislado. Charangas, orgullo, júbilo popular. Pero la siguiente escena se corta: se ve a la población local protestando. ¿Cuándo tendremos electricidad? ¿Por qué aún no tenemos gas? El gobernador, exasperado, amenazó a la multitud, para él ingrata: "¡Si seguís así, haré demoler la carretera!”

Atrapada en la trampa de lo que Maxim Martemyanov llama una "autocracia informativa" desbordante de optimismo de mando, Rusia no puede dejar de admitir que vive una guerra de conquista: debe ser una liberación del nazismo, destinada al triunfo, como en 1945.

El periodista no se hace ilusiones: "Nada ha conseguido abrir los ojos de la mayoría de los rusos hasta ahora. Ni siquiera la película de Navalny sobre el palacio de Putin en Crimea tuvo efectos. Hacer política y darla a conocer son delitos para el Kremlin, así como para la mayoría de los ahora intoxicados ciudadanos. El sacrificio que hizo Navalny con regresar, que le llevó a la cárcel, no ha amenazado al sistema".

Atraer la curiosidad sin causar revuelo

¿Cómo informar entonces, desde Tiflis, ante una apatía tan consentida? Este periodista expatriado pasa de un gesto dolorido a una mirada que pasaría por traviesa si no estuviera velada por el cansancio. Habla de estrategia. El canal de Telegram y sus 55.300 suscripciones ganan día a día, desde donde se hace una campaña pidiendo, como hace unos días, que cada lector convenza a dos o tres de sus allegados para que dejen de apoyar la guerra.

Y luego utilizan internet y sus ramificaciones para hacer triquiñuelas. Por ejemplo, ponen un artículo sobre la cantante Rihanna como anzuelo, haciendo luego referencia a propuestas editoriales que traten de la guerra en Ucrania de forma aparentemente neutral, para atraer la curiosidad sin que cause un revuelo.

"No vamos tan lejos como entrar en cotilleos o temas picantes, pero queremos ampliar nuestra audiencia. Nos gustaría llegar a un millón de visitantes al mes, lo que duplicaría nuestra audiencia actual, que ronda el 75% de rusos aún en su territorio y el 25% de exiliados", explica el redactor jefe adjunto de Holod. Observa los indicadores, los avances y la dinámica, convencido de que los distintos medios de comunicación que han emigrado deberían compartir sus publicaciones y crear sinergias, acelerando lo que ya se está haciendo. 

Esta ucraniana de 26 años (...) reconoció a su madre muerta por el esmalte de uñas de su mano que asomaba por los escombros

Maxim Martemyanov

¿De qué se siente más orgulloso? Arruga la frente. Se dice feliz de seguir existiendo en este periodo de incertidumbre, en medio de la angustia del exilio, en medio de los altibajos de su web de noticias, que pretende ser "un medio de interés general con una línea antibelicista" y no un mero "nicho que predica entre los convencidos y, por tanto, es incapaz de salir de ahí".

De repente, su mirada se ilumina con una llama: "El primer domingo de abril, yo estaba de guardia y una joven periodista empezó a recoger los primeros testimonios de lo que resultarían ser las masacres cometidas por los rusos en Bucha el mes anterior. La remití a un corresponsal más experimentado. Él nos permitió recoger el testimonio de una ucraniana de 26 años, que reconoció a su madre muerta por el esmalte de uñas de su mano que asomaba por los escombros en las fotos que circulaban por las redes sociales.”

Decidido a poner fin a esta guerra, Maxim Martemyanov no tiene intención de eternizarse en una posición de justiciero: "Antes de cumplir 40 años, me gustaría vivir en una cabaña de madera en Tarusa, el "Barbizon ruso", a 140 kilómetros al sur de Moscú (Barbizon es una localidad francesa conocida como el “poblado de los pintores”, ndt) . Y disfrutar de la pesca con caña a orillas de un pequeño río serpenteante, el Reka Tarusa, que desemboca en el Oka, afluente del Volga".

Ni apoyar la guerra de Putin ni desear la derrota rusa

En otro café, en otra parte de Tiflis, a pocos metros de la embajada turca, en cuyas puertas abundan las flores y los mensajes de condolencia o solidaridad tras el terremoto, nos encontramos con Aleksander Atasuntsev. La pesca no está en sus planes: sueña con ampliar estudios en la facultad de periodismo de una universidad americana o británica.

Tiene 27 años, trabaja para la cadena de televisión independiente Dojd (o Dozhd: Дождь, que significa "lluvia" en ruso). El canal fue silenciado en Rusia inmediatamente después de la invasión de Ucrania. En julio, se exilió en Riga, capital de Letonia, donde sería declarado persona non grata en diciembre. Desde enero, Dodj emite desde los Países Bajos.

Aleksander pertenecía antes a RBC, un canal de televisión que fue adquirido en 2016, pero que se ha vuelto completamente servil al Kremlin desde la guerra de Ucrania. El periodista insiste en que nunca hará propaganda, ni en un sentido ni en otro: ni apoyando la guerra de Putin ni deseando la derrota rusa. Su intención es informar, ni más ni menos, y se atiene a esta postura profesional.

Acaba de terminar una investigación sobre las "enormes" importaciones rusas de contrabando procedentes de China y Turquía. Le interesa la pérdida de influencia de Moscú en el Cáucaso y Asia Central, donde sus aliados más cercanos, Armenia y Azerbaiyán, se están apartando. 

Declara, como de pasada, que "comprende a los soldados rusos que tantos medios de comunicación desprecian y dan por perdidos. Son pobres diablos que no siempre entienden lo que les pasa, o que creen tener una razón para vivir cuando habían llegado a odiar su existencia".

La tenacidad de Aleksander contrasta con sus condiciones de vida. Está solo -su novia acaba de dejarle para irse a vivir a Berlín-, camina con muletas tras romperse un pie, lleva cinco meses sin ver a sus padres. El futuro de Ucrania se le presenta sombrío: "Me imagino un futuro similar a la situación de la antigua Yugoslavia, más que una rápida y entusiasta adhesión a la Unión Europea".

A pesar de este panorama, Aleksander Atasuntsev parece atrapado por la pasión del trabajo de campo. Esta guerra le permitió descubrir otra dimensión de su profesión: "Me ocupaba de la política rusa y de las negociaciones entre bastidores. Aprovechando el caos sobre el terreno, en marzo de 2022 me colé en ciudades tomadas por las fuerzas rusas en el Frente Oriental. Fue así como pude comprobar la resistencia de la población ucraniana.”

Comprobé”, añade, “que allí los rusos vivían atemorizados e incluso cambiaban las matrículas de sus vehículos para evitar ser proscritos. Y observé cómo supuestos periodistas, propagandistas del Kremlin, afirmaban, contra toda evidencia, que los ciudadanos ucranianos estaban exultantes tras su "liberación". Esto me hizo desear salir del territorio ruso para sentirme en una posición única y útil: informar sin trabas, con la mayor profesionalidad posible.”

"Agente del extranjero”

"Ser independiente ya es una protesta en sí misma, y por tanto un compromiso", insiste Regina Gimolova, 25 años, de Kazán, donde trabajó para Radio Free Europe, Radio Liberty y Deutsche Welle, antes de ser clasificada como "agente del extranjero" en diciembre de 2021.

En Tiflis, forma parte desde abril de 2022 del sitio web Verstka, que emplea a diez periodistas: algunos siguen en Rusia, otros en Ucrania y tres en Georgia. Verstka fue bloqueado por el Kremlin en la primera semana de la guerra. Desde entonces, hay que recurrir a la astucia y a las VPN para leer los artículos.

“Documentamos los crímenes cometidos por el ejército ruso", dice, "gracias a los soldados que hablan con nosotros tras regresar del frente; gracias también a sus familias, que a menudo confían en nosotros primero, y luego convencen al recluta para que nos dé información. Por supuesto, tenemos sumo cuidado en proteger a esas fuentes, al tiempo que cotejamos sus relatos y verificamos sus palabras".

Y añade: "Hemos recogido testimonios de oficiales y de simples soldados que son conscientes de haber presenciado o incluso cometido crímenes de guerra". ¿Se siente vigilada? "Todos estamos acostumbrados a los chivatos o agentes del régimen ruso. Sabemos detectar a quienes pretenden ponernos a prueba o infiltrarse entre nosotros.”

 

Fue una de las primeras en investigar la implicación del grupo Wagner: "En Rusia, yo escribía sobre la violencia policial los funcionarios falsifican sistemáticamente las actas, así como sobre las condiciones carcelarias la tortura en prisión está muy extendida. Así que pude crear una red, que ahora me proporciona una valiosa información".

Esta periodista asegura que los detenidos alistados por la milicia Wagner son a veces víctimas ordinarias del sistema y no todos son unos asesinos, como se lee a veces en la prensa occidental. La mayoría no había leído sus contratos antes de ser reclutados. Los pocos que regresan suelen negarse a hablar: su silencio ha sido comprado, o están rotos y, por tanto, son reacios a hablar de lo que acaban de vivir.

Regina Gimolova está convencida de que Wagner y el ejército regular son complementarios, más allá de las rencillas de ego entre el sanguinario aventurero Yevgeny Prigozhin y el ministro de Defensa Sergei Shoigu: "Desde el pasado mes de septiembre, Shoigu les ha estado enviando discretamente a un cierto número de convictos, siguiendo los pasos de la milicia privada, que ahora declara alto y claro que abandona este tipo de reclutamiento. Ha desempeñado el papel de pez rémora. En el sistema Putin, todo está ligado, entrelazado, todo es global.”

Esta periodista exiliada concluye, con una sonrisa frágil y los ojos empañados: "Todo lo que ocurre puede ser inadmisible e inhumano, pero se está reproduciendo el escenario de la última guerra mundial: la llamada propaganda patriótica arrasa con todo a su paso. De ahí la importancia de una información capaz de hacer comprender lo que ocurre realmente. No dando nuestro punto de vista, sino el de quienes se han visto atrapados en esta locura.”

El "carrusel", un tiovivo que consiste en volver a detenerte en cuanto te ponen en libertad

A Ekaterina Biiak, de 39 años, no se le escapan lágrimas furtivas, sino un sollozo irreprimible. Nos encontramos con ella en Fabrika, una antigua fábrica textil soviética que se ha convertido en un santuario de cultura urbana en el corazón de Tiflis, junto a un albergue juvenil y un café muy de moda, acogedor y muy desvencijado. 

En este lugar, cuya fachada está decorada con pintadas que parecen crecer como la hiedra, Ekaterina habla de su agotamiento. Se inició en el periodismo en el Lejano Oriente ruso, en Jabárovsk. Todo empezó con la detención por Putin del gobernador local, Sergei Fourgal, en julio de 2020, y las multitudinarias protestas que siguieron.

Ekaterina Biiak, que estudiaba cine, informó de los acontecimientos en su página de Facebook. Un amigo le habló de la web Activatica, fundada por activistas que habían luchado contra la destrucción de un bosque en Khimki, cerca de Moscú, que luego se vieron obligados a buscar refugio en Estonia.

Su cobertura de los disturbios de Jabárovsk le costó a la improvisada periodista ser detenida en noviembre de 2020 mientras grababa en directo para YouTube en plena calle: "Todo el mundo en la ciudad se conoce, y el policía que me detuvo se disculpó después, diciéndome que tenía que hacerlo, ya que tenía una familia que alimentar. Lo peor estaba por llegar. El llamado 'departamento antiextremismo' dirigido principalmente contra la oposición del interior nunca me dejó en libertad, practicando lo que se llama 'el carrusel', ese tiovivo que consiste en detenerte otra vez en cuanto te sueltan y así sucesivamente". 

Mi madre me satura con eslóganes pre-elaborados sobre "nuestros hijos que nos protegen del nazismo", mientras me reprocha ser infiel a la memoria de mi abuelo muerto en el Ejército Rojo

Ekaterina Biiak

Ekaterina se sintió destrozada, tuvo que huir con la sensación de que estaba perdiendo la partida y traicionando la causa por la que ya no se sentía capaz de trabajar. En septiembre de 2021 se marchó a Georgia, donde decidió estudiar pintura; con un excéntrico gesto de autoburla, imita al artista frente al lienzo. Se marchó para descansar, abrumada por un remordimiento de conciencia, pero le sorprendió la guerra de Ucrania.

Decide entonces volver al periodismo, mientras su familia, estupefacta por la propaganda de Putin, la aborrece: "Mi padre se niega a hablarme, mi madre me satura con eslóganes pre-elaborados sobre 'nuestros hijos que nos protegen del nazismo', mientras me reprocha ser infiel a la memoria de mi abuelo, muerto en las filas del Ejército Rojo durante 'la Gran Guerra patriótica'".

Ekaterina, con un nudo en la garganta, dice: "Sé que mis padres se equivocan, pero es como si estuvieran en un constante estado de embriaguez. No puedo hacer nada para ayudarles. No hay hechos ni argumentos que puedan superar la propaganda del Kremlin, que sólo apela a la emoción. El centenar de periodistas rusos refugiados en Tiflis viven a menudo horas negras familiares y profundas depresiones". 

Fue entonces cuando se les escapó el sollozo a Ekaterina Biiak. Nos habla de las dos primeras semanas tras el estallido de la guerra en Ucrania, de las que no recuerda nada. Dice que no salió de casa durante un mes. Luego empezó a trabajar como periodista para Activatica: "Primero fue para aliviar mi dolor, como una anestesia que puede convertirse en una terapia dañina".

Nos pone vídeos online que juegan con la emoción, para hacer comprender al público ruso los crímenes de Mariúpol o Bucha: "Pero el altruismo ha sido totalmente suplantado por el egoísmo en Rusia, donde todos los discursos e incluso todas las leyes sugieren que matar es bueno. No puede imaginarse el choque cultural que sentí en Georgia, cuando descubrí que las leyes de protección no sólo existen, ¡sino que se aplican!”

Sin embargo, Ekaterina está convencida de que una periodista arrancada de su entorno no tiene futuro: "Te vuelves inaudible porque ya no eres una rusa entre rusos. Estás perdida, atrapada, en medio de una crisis interna, en la periferia de Europa, donde nadie se interesa por ti y tú no te interesas por nadie. ¿A quién puedes recurrir? No veo ninguna solución, a menos que abras un pequeño medio de comunicación personal.”

"Todo el mundo odia a su vecino".

Zoya Miloslavskaya, de 44 años, fundó un vlog (un videoblog) en YouTube: Expat Life. Exprofesora de Periodismo en la Universidad Estatal Lomonossov de Moscú, no habría podido soportar la guerra en Rusia. Un recuerdo familiar la persigue: su abuelo, judío ucraniano, fue deportado a Krasnoyarsk en 1952. Veinte años después, una nueva oleada de antisemitismo provocó el despido de su madre y su tía.

“En cualquier caso", insiste, "en la nueva Rusia, no sólo el antisemitismo causa estragos: todo el mundo odia a su vecino, todo el mundo odia a los demás. A los caucásicos les llaman "culos negros", se burlan de los ucranianos y les representan con peinados cosacos. La degradación y la degeneración son totales. Es una guerra de todos contra todos.”

Ni se le ocurre mencionar directamente el conflicto de Ucrania en su vlog, lo que la pondría en el punto de mira del sistema Putin. Se contenta con perífrasis como "la catástrofe" o "los acontecimientos conocidos por todos". Su objetivo no es informar sobre la actualidad, sino ayudar a abrir los ojos a un pueblo que sufre de ceguera voluntaria. 

Zoya Miloslavskaya imparte cursos de descifrado de propaganda para rusos, bielorrusos y ucranianos refugiados en Georgia. Además de su labor intelectual, la vlogger también se compromete a ayudar a los ucranianos con acciones concretas, como proporcionarles medicinas.

Convencida de que la guerra debe terminar de forma justa es decir, con la salida del ocupante, Zoya desea "contribuir a construir el futuro; al contrario que la locura del Kremlin, que sólo pretende destruir el pasado".

¿Qué puede aportar, en el caos actual provocado por Putin, una periodista expatriada, alejada y aislada?". “Una invitación a la ayuda mutua y a la solidaridad, destinada a vaciar los cerebros de violencia. Resistir es intentar introducir la horizontalidad en el corazón del mundo ruso".

De periodismo y guerras

 

Caja negra

Trabajé en Tiflis del 14 al 17 de febrero de 2023. Este artículo debe mucho a la ayuda de Irma Inaridzé, una productora local excepcional, conocida como la Loba Blanca por los periodistas y documentalistas franceses familiarizados con Georgia.

Lea también una entrada de blog sobre este reportaje: Reencuentros georgianos. 

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