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El giro militar alemán cambia las reglas del juego para toda Europa

Ucranianos, ayudados por voluntarios rumanos, pasan por el paso fronterizo de Siret, en el norte de Rumanía.

Ludovic Lamant (Mediapart)

Desde hace unos diez días, llueven sobre Bruselas fórmulas grandilocuentes. “Nos encontramos en un punto de inflexión en la historia de la integración europea”, declaraba Josep Borrell, jefe de la diplomacia de la Unión. “Un hito histórico”, decía la presidente de la Comisión, Ursula von der Leyen. Por su parte, la presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola, lo calificaba de “un momento, cueste lo que cueste, para Europa”, en referencia a todas las decisiones tomadas desde que Rusia invadió Ucrania.

Sobre el papel, la lista es impresionante. Incluye todo tipo de sanciones, que parecían imposibles pocos días antes de la guerra y anuncios sin precedentes en el frente militar: suspensión de la terminal gasística Nord Stream 2, exclusión del 70% de los bancos rusos del mecanismo Swift que certifica las transferencias internacionales, prohibición de las emisiones de los medios de comunicación rusos RT y Sputnikapoyo presupuestario para la entrega de armas a las fuerzas ucranianas, congelación de los activos de los oligarcas... 

Incluso Boris Johnson, que nunca pierde la oportunidad de burlarse de sus antiguos socios, ha transmitido sus felicitaciones. Si bien el primer ministro británico ironizó sobre los “cálidas perogrulladas [de los europeos] sobre un orden internacional regulado”, en una tribuna en The New York Times, también reconocía que “la UE ha hecho esfuerzos considerables para acordar sanciones duras”.

Sin duda, no todas las sanciones anunciadas tendrán el mismo impacto. Como señalaron varios eurodiputados verdes e insumisos en un debate celebrado el martes, el funcionamiento de los paraísos fiscales permitirá a los oligarcas rusos mitigar el efecto de las medidas dirigidas a ellos. Pero prevalece la impresión de encontrarnos en un momento de cambio. Aunque el proyecto de defensa europeo siempre ha dividido a los europeos (hay quien sigue convencido de que la OTAN siempre será más eficaz en este plano), la ofensiva rusa parece haberlo cambiado todo

Los tiempos en que la UE recibía un Premio Nobel de la Paz en 2012 –que parecían tan exóticos en medio de la crisis de la deuda soberana y el colapso de Grecia– parecen ahora remotos. La guerra en suelo europeo ya no es un recuerdo de antaño. La UE se ve ahora obligada a coordinar desde Bruselas el envío de armas de guerra a Ucrania. “Vladimir Putin ha hecho más en unos días por la afirmación de la Unión Europea como potencia que los negociadores europeos en diez años”, afirma el politólogo Olivier Costa, de Cevipof.

El voto del Brexit en 2016 despertó el fantasma de la deconstrucción de la Unión. En los Países Bajos y Polonia, algunos sectores de la clase política se plantearon a su vez los beneficios de la salida. El imaginario pacífico asociado a la Unión, un proyecto político nacido de las ruinas de la posguerra mundial, parecía demasiado desgastado y desprestigiado como para seguir movilizando a la población. Eran tiempos de desmoronamiento y de salidas voluntarias.

Con la guerra en Ucrania, la dinámica se ha invertido, al menos durante un tiempo. El debate sobre los méritos de una nueva ampliación hacia el Este, muy sensible en Occidente y totalmente paralizado en los últimos años, acaba de ganar en intensidad. Kiev (Kyiv, en ucraniano) ha solicitado un procedimiento acelerado para ingresar en la Unión –cuyo resultado es incierto–, mientras que Georgia y Moldavia también acaban de presentar solicitudes formales de adhesión, lo que refleja la creciente preocupación de los vecinos de Rusia.

A preguntas de Mediapart (socio editorial de infoLibre), Sergey Lagodinsky, eurodiputado ecologista alemán especializado en asuntos internacionales, se muestra cauto: “Europa no está a la altura de las circunstancias, como tampoco lo están los Estados miembros. La UE no puede hacer más, en términos de sanciones, de lo que los Estados miembros están dispuestos a hacer. Esta dinámica es cada vez más fuerte”. En resumen, son sobre todo los equilibrios en el Consejo (la voz de las capitales en Bruselas) los que se han movido y han hecho posible este cambio.

Lagodinsky sugiere que nada habría sido posible si Berlín no hubiera decidido, al mismo tiempo, realizar una minirrevolución estratégica. El alemán Olaf Scholz, al frente de una coalición de socialdemócratas, ecologistas y liberales, anunció un aumento masivo del gasto militar. Berlín, que hasta ahora se había negado a enviar cualquier tipo de arma a las zonas de conflicto (los alemanes se habían contentado con enviar 5.000 cascos a Kiev antes de la invasión del 24 de febrero), está ahora dispuesto a liderar este esfuerzo bélico sin precedentes.  

De forma más discreta, otros países se han movido. Finlandia, hasta ahora conocida por su neutralidad respecto a Rusia, ha decidido, impulsada por su primera ministra socialdemócrata Sanna Marin, entregar armas a Ucrania. Por su parte, el húngaro Viktor Orbán, el primer dirigente de la UE en adquirir vacunas rusas contra el Covid el año pasado, no vetó las sanciones de Bruselas y denunció la guerra lanzada por Moscú. 

Una vuelta de tuerca: la entrega de armas letales a Ucrania

Un asesor diplomático en Bruselas comenta esta unidad sin precedentes: “Todo el mundo está atrapado en sus particularidades nacionales. Para los checos, estamos ante una repetición del 68 [cuando las tropas rusas y de otros países invadieron Checoslovaquia para acabar con la Primavera de Praga]. Para los húngaros, es el levantamiento del 56 [contra el régimen comunista húngaro]. Para Josep Borrell, es la Guerra Civil de 1936 y las Brigadas... Pero al final, cada uno, con sus propias referencias, se ve identificado”.

En un breve ensayo, la historiadora Nicole Gnesotto expresaba en 2014 su preocupación por la “atonía estratégica” de la UE, silenciosa durante el estallido de las primaveras árabes en 2011, dividida ante la crisis libia o relegada al rango de mera espectadora, durante la anexión de Crimea en 2014, ante el activismo de algunas capitales (París, Berlín). También constataba una “desmilitarización estructural” de Europa. Según las cifras del Banco Mundial, la proporción del gasto en defensa en el PIB de los Estados miembros de la UE se redujo del 1,62% en 2001 al 1,32% en 2015, para llegar al 1,56% en 2020.  

El momento ucraniano sugiere, pues, que esta tendencia “átona” es reversible. También ha reactivado una retórica tan antigua como la propia Europa, según la cual la UE se alimenta de las crisis para profundizar y consolidarse. La crisis de las deudas soberanas, a principios de la década de 2010, llevó a poner en marcha una dirección presupuestaria de las políticas nacionales en forma del controvertido “semestre europeo”. Tras la pandemia de 2021, la Comisión negoció –en condiciones de gran opacidad– en nombre de los Estados miembros la compra de dosis de vacunas a los laboratorios, primer pilar de una “Unión Sanitaria” aún por imaginar. 

Con la crisis ucraniana, la dinámica parece idéntica. Bajo la presión del exterior, la Comisión está invirtiendo en ámbitos en los que no se esperaba (una forma de mission creep, en la jerga). Aunque a veces suponga hacer las cosas de forma precipitada, con el pretexto de la urgencia del momento, el debate democrático que debe acompañar a esta nueva etapa de expansión del ejecutivo europeo.

El anuncio más espectacular en este sentido está relacionado con la entrega de armas letales a Ucrania. En Bruselas, se ha creado una unidad de crisis, bajo supervisión de Josep Borrell, en el Servicio Europeo de Acción Exterior (un servicio híbrido compuesto por funcionarios de la Comisión, el Consejo y los Estados miembros).

Esta célula debe coordinar las entregas de armas entre las distintas capitales (para satisfacer mejor, en teoría, las necesidades de los ucranianos sobre el terreno), hasta su entrega en las zonas de guerra (a priori sólo a través de la frontera polaca).

Sobre todo, los Estados que entregan las armas pueden solicitar el reembolso de una parte de la operación. Se ha destinado una partida de 500 millones de euros a este fin (450 millones de euros para equipos de combate, otros 50 millones para equipos defensivos y combustible). Es la primera vez que las instituciones europeas participan, aunque sea indirectamente, en una compra de armas

El presupuesto procede de un fondo creado el año pasado con un nombre engañoso –el Fondo Europeo de Apoyo a la Paz– , dotado de 5.600 millones de euros para el periodo 2021-2027, que hasta ahora se ha utilizado para enviar material no letal a, por ejemplo, Malí o a la República Centroafricana. “En poco menos de 24 horas se ha roto un tabú, el tabú de que la UE no puede involucrarse en asuntos militares”, se entusiasmó Borrell tras la reunión de ministros de Asuntos Exteriores que dio su visto bueno a este mecanismo.

Algunos Estados, como Austria, Irlanda y Malta, advirtieron de que no participarían en las entregas (pero seguirían pagando dinero al “Fondo” en cuestión). Lo mismo ocurre con Hungría, que teme una acción militar rusa si las armas pasan por su territorio (como ocurrió durante la invasión rusa de Afganistán en la década de 1980, cuando Moscú bombardeó equipos militares almacenados en el vecino Pakistán).

Muchos parlamentos nacionales guardaron silencio

¿Qué hay de la legalidad de esta cascada de medidas adoptadas en la urgencia de la guerra? Loïc Azoulai, especialista en derecho europeo y profesor de la Facultad de Derecho de Sciences-Po París, asegura a Mediapart que existe “disparidad entre una cierta continuidad jurídica –desde el punto de vista legal, no hay nada revolucionario en sentido estricto– y lo que significa –una forma de armamento político y militar de Europa–”.

Los anuncios sobre la congelación de los bienes de los oligarcas o la prohibición de las emisiones de RT se basan en un reglamento aprobado en 2014 por los ministros competentes en el Consejo. Enumera una serie de “medidas restrictivas” previstas a raíz de la anexión de Crimea. El sistema de reembolso de las armas entregadas a Ucrania es posible gracias al Fondo de Paz creado en 2021, también por decisión de los ministros.

Evidentemente, y aunque sin duda se presentarán recursos para impugnar la legalidad de estas sanciones, el debate, a corto plazo, se sitúa más bien en el plano político. En particular, los pocos poderes otorgados a la Comisión y, sobre todo, su eficacia en la guerra en curso.

Más allá de un rápido debate en el Parlamento Europeo el pasado martes (que concluyó con la aprobación de una resolución por muy amplia mayoría), pocos parlamentos nacionales han debatido aún el asunto de la entrega de armas (con la excepción, sobre todo, de Italia) o la prohibición de las emisiones de RT. Nada en la Asamblea Nacional, en Francia, ni tampoco en el Bundestag de Berlín.

Algunos, como Jean-Luc Mélenchon, diputado francés y candidato a la presidencia, se preocuparán por las “soluciones improvisadas” que corren el riesgo de “desencadenar una espiral”. Otros argumentarán que todas estas medidas han sido validadas por ministros unánimes y que esta luz verde es suficiente cuando es urgente ayudar a los ucranianos.

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Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

 

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