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Aislado en su torre de marfil: así lanzó Putin la invasión de Ucrania

Un manifestante sostiene una fotografía que representa al presidente ruso Vladimir Putin como Adolf Hitler durante una manifestación pacífica contra la invasión rusa de la guerra de Ucrania en Bangkok, Tailandia.

Julian Colling (Mediapart)

En la madrugada del 24 de febrero de 2022, Vladimir Putin anunciaba la invasión militar de Ucrania, armado de un nuevo discurso maniaco y agitado sobre una Ucrania que debía ser “desnazificada”, supuestamente para justificar su decisión. El ataque al país vecino, un amigo, un “hermano” para muchos rusos, la ofensiva más fuerte en el espacio europeo desde 1945, era algo que pocos podían imaginar unas horas antes.

“Nada volverá a ser lo mismo, la Rusia que conocíamos ya no existirá”, lamentó Gleb Pavlovski, antiguo asesor de Putin, ahora crítico. Un tono que se repite una y otra vez en las redes sociales. “Es increíble”, respondía a Mediapart (socio editorial de infoLibre) Elena Chernenko, respetada corresponsal diplomática del diario Kommersant, que no es opositor, ni mucho menos.

Después, muchos Russia watchers (observadores y especialistas en Rusia) entonaban su mea culpa en Twitter, por no haber creído, hasta el último momento, que el presidente ruso llegaría tan lejos.

La sorpresa fue tal que incluso el periodista encargado de la mesa de habla inglesa de Russia Today (RT) en Rusia se sintió obligado a pedir disculpas por haberse creído el farol hasta el final, antes de guardar silencio hasta la fecha. Uno de sus jóvenes colegas de Moscú ha dimitido. “Incluso en Rusia, muy pocos expertos pensaban que esto ocurriría”, dice Kadri Liik, investigadora del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR). “Porque contradice todo lo que creíamos saber sobre la lógica, los objetivos y los medios de la política exterior rusa”.

Además de un sector sorprendido de la sociedad rusa, la decisión radical de Vladimir Putin ha pillado por sorpresa a toda una comunidad acostumbrada a ver en él a un hombre decidido pero racional. “Muchos especialistas solían tratar a Putin como un actor pragmático... Se acabó”, añadía el profesor universitario Seva Goutnitsky. “La presunción de racionalidad con la que he analizado a Putin durante 23 años tendrá que ser desechada”, escribió el periodista Leonid Berchidsky.

La decisión de Vladimir Putin, que está destinada a cambiar Rusia durante muchos años, es el final de un largo proceso que se ha acelerado reciente y brutalmente, resultado de una visión del mundo llena de revanchismo, paranoia y frustración con Occidente, de un hombre aislado y radicalizado, de un proceso de toma de decisiones cada vez más solitario y, finalmente, de todo un sistema.

Y Putin dio un giro...

“Hasta diciembre, era discutible si las exigencias de seguridad de Putin frente a la OTAN eran más o menos racionales en relación con sus discursos anteriores, o al menos claras, y algunos podían estar de acuerdo”, comenta Tatiana Stanovaia, conocedora de los entresijos del poder ruso y fundadora de la empresa de análisis R. Política. “Pero ante la firme y previsible negativa del bloque occidental, tiró de la anilla”.

Otros observadores, como Anton Barbachin, se preguntan si la decisión de invadir Ucrania no se tomó en realidad hace mucho tiempo, camuflada por una parodia de diplomacia durante unas semanas. Pues desde el maidán ucraniano de 2014, el líder ruso está convencido de que Ucrania está siendo instrumentalizada por Occidente para desestabilizar a Rusia. “El intento de revolución en Bielorrusia en 2020 también asustó mucho al Kremlin y a la línea dura del régimen”, añade el profesor universitario Mark Galeotti, especialista en servicios de seguridad rusos. “Se trataba entonces de preparar, allanar el terreno aniquilando la oposición rusa”.

Sobre todo, desde el famoso discurso de Múnich en 2007 sobre la necesidad de un mundo multipolar, hasta los agitados discursos del 21 de febrero de 2022, el jefe del Kremlin parece haberse radicalizado en una ideología imperialista e irredentista hacia Ucrania, que se ha convertido en su obsesión, plasmada en su extenso artículo de julio de 2021 sobre la proximidad histórica de los pueblos ucraniano y ruso. Desde hace algunos años, Putin habla incluso de “genocidio”, una palabra significativa pero infundada, en relación con el destino de los rusoparlantes del Dombás ucraniano.

“Después de la anexión de Crimea, alrededor de 2015-2016, comenzó a profundizar en los archivos y documentos históricos relativos a Ucrania”, continúa Stanovaya. “Se convenció a sí mismo de que había que hacer algo. El factor emocional se fue imponiendo poco a poco, como hemos visto en sus últimos discursos. Es difícil decir que se ha vuelto loco, porque su discurso de marzo de 2014 tras la anexión de Crimea ya tenía el mismo tufillo, pero ahora está en una burbuja, lo que ha condicionado su mentalidad”.

En Telegram, el influyente redactor jefe de la radio Eco de Moscú –que dejó de salir al aire el 1 de marzo–, Alexei Venediktov, daba crédito a una teoría que está ganando adeptos. A sus 70 años, el estadista se sentiría investido de una misión casi mesiánica ante la historia, a saber, la protección del pueblo eslavo ortodoxo y “su reunificación en un solo Estado para 2024”, cuando finaliza su actual mandato.

Como bien ha señalado la revista británica The Spectator, Occidente no debería sorprenderse mucho de la evolución (lógica) del presidente ruso desde 2007, a tenor del contenido de sus discursos.

Pero el periodista anglorruso y corresponsal en Moscú desde hace tiempo, Owen Matthews, añadía también que no reconocía al habitual “jugador de ajedrez” con varios éxitos estratégicos a lo largo de los años. Para él, Putin se ha convertido de repente en algo mucho más oscuro, “aislado en su cámara de resonancia, poniendo una distancia tan enorme como su ya famosa mesa entre él y la realidad”.

Torre de marfil

Diversos elementos esbozan la cerrazón mental del líder ruso durante los últimos dos años. Primero, la pandemia del covid-19. Según todos los indicios, ha aislado mucho a Vladimir Putin, que teme en exceso el virus e impone condiciones drásticas a todos sus visitantes. El boss, que no usa ordenador ni internet, pasa mucho tiempo frente a los canales de noticias oficiales, en los que sin duda influye tanto como le reconfortan en su visión de los acontecimientos, en particular sobre los años de conflicto en el Dombás separatista.

Las opiniones discrepantes han desaparecido de su espacio informativo. “Ya no hay discusión en el proceso de toma de decisiones”, confirma Tatiana Stanovaia. “En realidad, Putin sólo habla con sus asesores militares. Ahora está claro que ha decidido invadir Ucrania con un círculo muy pequeño, el Estado mayor del Ejército, quizás miembros del GRU [inteligencia militar]. Esto le ha impedido sopesar los riesgos de la invasión. El choque es real, incluso para los oficiales de muy alto rango. El presidente no ha preparado su entorno para esta guerra”. Ya en 2014, la decisión de poner en marcha la anexión de Crimea se tomó en comando, con un pequeño círculo de individuos.

En un podcast (en ruso) del medio de comunicación independiente Meduza, los periodistas ultraconectados Konstantin Gaaze y Andrei Pertsev contaron cómo los “civiles” del Kremlin, asesores, miembros de la administración presidencial e incluso ministros, no estaban al tanto de la decisión de atacar Ucrania hasta que se anunció.

Esto explica el asombro de la élite y la sociedad rusas, y quizás los actuales reveses de la operación rusa. La cuestión del “después” en Ucrania, en caso de derrocamiento del poder en Kiev (Kyiv, en ucraniano), tampoco parece haber sido pensada, por falta de consulta.

“El Ministerio de Asuntos Exteriores, por ejemplo, ya no tiene ningún peso en la decisión”, dice Andrei Soldatov, otro especialista en servicios secretos rusos. “Pero el poder del Ministerio de Defensa va a más. En general, la ideología de línea dura y los militares prevalecen ahora. El presidente vio en 2014, con la anexión de Crimea, y luego en Siria al año siguiente, que podía contar con su Ejército, que es eficaz. Empezó a confiar cada vez más en estos tipos seguros de sí mismos, confiados y convencidos como él. Eso cambió el curso de las cosas”.

‘Falconización’ y militarización del régimen

La radicalización del presidente ruso acompaña en realidad a la de todo un sistema, en términos de política exterior e interior. Otra secuencia, dramatizada, editada y difundida después en la televisión en diferido, ha dejado su huella en los observadores de Rusia: la sesión de “consulta” de Vladimir Putin con sus altos mandos. Fue el lunes 21 de febrero, justo antes del anuncio del reconocimiento por parte de Rusia de la independencia de las dos repúblicas separatistas de Dombás.

Al menos habrá tenido el mérito de poner de relieve un órgano poco conocido en el extranjero, pero central en la actualidad: el Consejo de Seguridad de la Federación Rusa. Y reúne a la flor y nata del liderazgo ruso.

La secuencia muestra, sobre todo, el estado de la relación de fuerzas en el seno de la dirección rusa.

“Los halcones geopolíticos dominan ahora totalmente”, dice Tatiana Stanovaïa. “Todo el mundo se ve empujado a seguir, se trata de no mostrar ninguna fragilidad. Durante la reunión, vimos a los actores más comedidos, como Sergei Lavrov (ministro de Asuntos Exteriores), Vyacheslav Volodin (presidente de la Duma) o el enviado especial para Ucrania, Dmitri Kozak, obligados a consentir alegremente la línea dura de Putin. No sabían nada de la invasión planeada”.

El director de la inteligencia exterior (SVR), Sergei Narychkin, percibido como afable –concedió una de las escasas entrevistas a la BBC en 2020– fue humillado públicamente por el dueño y señor hasta el punto de tartamudear, lívido. La imagen dio la vuelta al mundo, ilustrando el clima de miedo que reina en torno a Putin, el líder absoluto que intimida a sus subordinados. “Pero hemos visto que a otros actores les ha ido mejor, señal de un mayor respeto por parte del líder”, analiza Andrei Soldatov. Entre ellos, el propio jefe del Consejo de Seguridad, Nikolai Patrushev, considerado como el “halcón de los halcones” en Moscú.

Exdirector del FSB (servicios internos) hasta 2008, Patrushev ha revitalizado desde entonces el Consejo, órgano honorífico y hogar de prejubilados hasta entonces. Serio y trabajador, recoge con su secretaría toda la información que se produce en Rusia y trabaja mano a mano con el FSB, donde le ha sucedido uno de sus hombres de mayor confianza, Alexander Bortnikov. Sobre todo, Patrushev ha ido ganando influencia en la política exterior rusa. Es quizás el oficial de mayor rango que con más frecuencia se reúne con el presidente cara a cara.

Oriúndo de San Petersburgo como Putin, antiguo oficial del KGB donde hizo carrera como Putin (sin embargo, no coincidieron durante la época soviética), Patrushev, de 70 años, es el símbolo perfecto de toda una generación de hombres de poder criados en la Unión Soviética. A él también le mueve una visión del mundo basada en la venganza contra Occidente, la confrontación con una OTAN considerada amenazante.

“Durante mucho tiempo, las opiniones de Patrushev fueron una caricatura de las de Putin. A su generación le cuesta asimilar la idea de la pérdida de la URSS, el fin de este imperio”, añade Mark Galeotti, que ha dedicado un podcast al que ha llamado “el hombre más peligroso de Rusia”. “Su doctrina es simple: Occidente es una fuerza naturalmente hostil a Rusia, antagónica, y Ucrania está en el medio. Hay que barajar las cartas. Y tiene la total confianza de Putin”.

Habitualmente discreto, Nikolai Patrushev ha concedido no menos de cuatro entrevistas desde 2019 al periódico cuasi oficial Argoumenty i Fakty (Argumentos y Hechos), en las que señala notablemente la mano de Occidente en las revueltas populares. “Patrushev tiene ese aura, es muy inteligente y conoce bien sus asuntos, nunca he estado tan nerviosa antes de una entrevista como antes de mi primer encuentro con él”, afirma Elena Chernenko, del periódico Kommersant.

En su entrevista de entonces (2015), Patrushev ya ofrece una visión paranoica: Washington querría desmantelar Rusia y monopolizar su tierra y sus recursos. Para los halcones de Moscú, de los que ahora forma parte Putin, la amenaza de la OTAN es real. Símbolo terrible de la deriva de un régimen, el expresidente “liberal” Dmitri Medvédev ha adoptado una línea dura. El actual número dos del Consejo de Seguridad acaba de declarar que la crisis actual es una buena oportunidad para reabrir el debate sobre la pena de muerte en Rusia.

“Otro actor clave es ahora Sergei Shoigu, el ministro de Defensa”, añade Andrei Soldatov. “Es muy ambicioso y representa al soldado de Putin, dispuesto a todo, decidido, lo vimos en Siria”. Popular, Choigou, que se va regularmente de vacaciones –muy publicitadas– o de caza con Putin, es cada vez más visible en Rusia. Aunque no sea un pensador y obedezca sobre todo a Putin, se le ha mencionado varias veces como posible sucesor del maestro, y es el símbolo de la militarización de Rusia.

Finalmente, un ideólogo como Sergei Karaganov puede sonreír legítimamente ante el giro de los acontecimientos y saborear su “victoria”. El profesor, veterano de las relaciones internacionales y exasesor especial de Vladimir Putin, siempre ha sido partidario de dar la espalda a Occidente, que ha rechazado la mano tendida de Rusia, de un pivote hacia Asia y, si es necesario, de golpear primero ante el avance de la OTAN, antes de que Rusia sea, en su opinión, atacada.

En este contexto, parece que en Rusia se ha puesto en marcha una máquina infernal para llegar al resultado actual, una guerra incierta, en la que Putin está yendo cada vez más lejos, habiendo empezado a bombardear la ciudad rusófona de Járkov el 1 de marzo. No sin amenazar con una solución nuclear en el proceso, y volver a describir a Occidente como “el imperio de la mentira”. En opinión de muchos expertos, la fase más brutal de esta guerra está probablemente por llegar. Impulsado por el espíritu de venganza, el Kremlin puede ser ahora demasiado orgulloso para dar marcha atrás.

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Mientras tanto, en su país, la periodista Elena Chernenko ha sido eliminada de la lista de periodistas acreditados en el Ministerio de Asuntos Exteriores, después de más de diez años, por escribir una carta abierta contra la invasión. La última emisora de televisión libre del país, Dojd, era bloqueada por el regulador ruso de telecomunicaciones, y la última emisora de radio liberal dominante, Eco de Moscú, dejó de salir al aire por primera vez desde 1991. Rusia se hunde aún más en la oscuridad.

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

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