Sábado, 6 de septiembre de 1975. Al filo de las once de la noche, desde el Estudio 1 de Prado del Rey se emite (obviamente en directo) el programa Directísimo. En ese momento, José María Iñigo da paso a un invitado muy especial. Se llama Uri Geller, es de origen israelí, y sus primeras palabras son “Durante este programa van a ocurrir muchas cosas extrañas”. Inmediatamente solicita al público que entreguen a las azafatas relojes que no funcionen y cualquier objeto metálico de cocina, cubiertos, cucharillas, lo que fuera.
En un par de minutos, sobre la mesa del programa reposa un montón de quincalla. El mago coge una cucharilla con dos dedos y frota la zona del mango más cercana a la ancha y curvada…. Pasan unos segundos –en los que Geller habla e Iñigo traduce– y ¡la cucharilla se parte en dos! A continuación toma en una mano uno de los relojes estropeados, lo frota con la otra y ¡el reloj comienza a funcionar de nuevo! Entre el asombro del público, el milagroso invitado pide que los espectadores de TVE hagan lo mismo en sus casas y llamen al programa si obtienen éxito.
Minutos después, el presentador afirma que la centralita de Prado del Rey está colapsada por miles de llamadas. En las casas, en los bares, solo se habla del fenómeno. Al término del programa tienen que dar un rodeo con Uri Geller, porque cientos de personas se arremolinan ante las verjas metálicas que dan acceso a las instalaciones. Es la noche más triunfal y recordada de José María Iñigo y su Directísimo.
Pero la historia había empezado antes, diez años antes, cuando un joven bilbaíno llega a Madrid para hacer carrera como comentarista musical. Pronto se percata que la notoriedad no será fácil para alguien de provincias en una capital dominada por profesionales que llevan mucho tiempo al frente de sus espacios en radio y prensa. Vuelve a Bilbao, vende su coche y con el dinero viaja a un Londres que, en esos sesenta, es la capital mundial de la música que gritan los jóvenes.
Allí, vive como puede –mal–, hasta que se entera se entera de la actuación de un gitano catalán en el London Palladium. Se presenta a Pedro Calaf (más conocido como Peret), y sirve al grupo de guía durante su estancia. Antes de regresar, Peret le presenta y recomienda al director de la discográfica CBS, llave que le abre una pequeña rendija en la mítica BBC. (Iñigo me ha demostrado, en los muchos años que hace que le conozco, que es un hombre inteligente, pero sobre todo muy, muy listo. Al parecer, se las ingenió para que la cadena británica le abriera los micrófonos de la SER, y que sus intervenciones en la radio española le ensancharan la rendija en Londres).
Fuera así, o no, antes de cumplirse los dos años de emigración vuelve a Madrid, pero ya por la puerta grande, y se convierte en el comentarista musical de moda. Lleva el pelo largo, chaquetones de inspiración militar y se escuda tras un bigote que se descuelga por la barbilla. Ante el micrófono es muy directo, duro y hasta cruel con lo que no le gusta. También escribe en Mundo Joven, donde conoce a Manu Leguineche, Pilar Miró, Jesús Torbado y un largo etcétera de periodistas que tendrán importancia en su carrera.
Curiosamente, a televisión no llega por ninguno de ellos, sino por su paisano y alférez en la mili, el cineasta Pedro Olea, que le reclama para hacer un programa, muy del momento, que se va a llamar Último grito. El espacio se emitirá en UHF (tal y como se denominaba a la segunda cadena), y en él está de guionista otro hombre de cine, Iván Zulueta. El espacio es demasiado iconoclasta para una España (y una televisión) franquista y desaparece de la noche a la mañana, no sin haber dejado muestra de unos intentos vanguardistas y hasta surrealistas, y de una innovación que le llevó a la muerte. Poco después presenta Ritmo 70, con dirección de Pilar Miró, un espacio mucho más convencional que pasa por la primera cadena sin hacer ruido, ni dejar memoria.
Nace 'Estudio abierto'
La gran oportunidad le llega, de nuevo, en la segunda cadena, creada por Salvador Pons, y que era el laboratorio de nuevas producciones de TVE. La iniciativa era del argentino Solly y su primer realizador, el francés Pierre Baldie. Consistía en trasladar a la televisión en España un formato original de Estados Unidos que desarrollaban con éxito, entre otros, Johnny Carson. La idea, tan sencilla como eficaz, era crear una sucesión de entrevistas y actuaciones musicales de modo que a lo interesante sucediera lo divertido, todo marcado por la personalidad del conductor del espacio. Para ese papel se elige a José María Iñigo, que tiene como coordinador a Tomás Zardoya y como equipo de guionistas a Manu Leguineche, Jesús Picatoste y Julián García Candau.
El programa se va a llamar Estudio abierto, y va a ser el primer talk show que se haga en España; por el desfilan personajes populares, primero de España y luego de todo el mundo: Sara Montiel, Carmen Sevilla, Fernando Fernán Gómez, Antonio Gala, Vargas Llosa, Montserrat Caballé, Kubala, Miguel Muñoz, Santana… El presupuesto (un millón de pesetas) enseguida se queda corto y hay que aguzar el ingenio para conseguir invitados y actuaciones musicales del extranjero, así que se trae a los más cercanos (Ives Montand o Catherine Deneuve) o a los que pasan por aquí (como Anthony Quinn o Charlton Heston).
Otro tanto se hace con las actuaciones musicales, con la dificultad añadida de que España estaba fuera de los circuitos internacionales de las grandes figuras, así que había que aprovechar que actuaran en París o Roma, que tuvieran un hueco, y que estuvieran dispuestos a cantar en directo, una exigencia fija del programa. Con todo, la clave va a residir en el presentador y en eso –como ya he comentado– Iñigo es muy listo; si en el mundillo musical se hizo un hueco con críticas rotundas y estilo agresivo, para este programa se aleja del modelo de presentadores al uso, que parecen saberlo todo y hablan sin cesar, muy seguros de sí mismos.
Él no; habla pausado, a veces como si no estuviera muy seguro y hace preguntas corrientes, de sentido común, justo lo que se le podría ocurrir a cualquier espectador; incluso cuando el asunto pudiera ser conflictivo lo afronta con suavidad de voz y gesto; ante lo llamativo se asombra, ante la belleza se deslumbra; todo justo como lo haría gente de la calle… Y el truco funciona. Estudio abierto no es un espacio rutilante, pero si una lluvia fina que va calando en cada vez más espectadores, que se asoman a la segunda cadena y se distraen e informan de una manera amena.
Tras las cámaras, las cosas no eran tan pacíficas. Antes y después de cada programa, el propio Iñigo reconoce que había mil y una discusiones: guionistas que clamaban que se “había dejado ir vivo al entrevistado”, guiones con preguntas nunca realizadas, situaciones en directo que se podían haber resuelto de otra manera… Pero José María impone su impronta, y aunque escribe que “el éxito era de todo el equipo” también declara que “eran unos guionistas maravillosos, pero se fueron, y vinieron otros, y yo seguía allí; los guionistas son importantes, pero en televisión el más importante es el que sale en pantalla. Si el presentador no funciona, el programa no va a ningún sitio”.
Estudio abierto, que se había iniciado a finales de 1971 tuvo éxito, tanto que en TVE, decidieron pasar a Iñigo a la primera cadena, pero antes hubo un momento en que todo pudo irse al traste. Fue con la actuación musical de Joan Báez. La musa de la canción comprometida del momento iba a cantar No nos moverán y antes dijo unas palabras para dedicar la canción a “una mujer que había hecho mucho por la libertad de la gente: Dolores Ibárruri, La Pasionaria”. El presentador recordaba años después la que se montó con llamadas de teléfono, protestas y amenazas… que al final se quedaron en nada, pero que mantuvo en vilo a todo el equipo durante un tiempo.
El triunfo llega con 'Directísimo'
Ya en la primera cadena, Iñigo presenta un espacio de mediodía, Hoy 14-15, que propicia el salto al espacio principal de la noche de los sábados: Directísimo. El programa no es, en realidad, sino una reedición de su antecedente del UHF, pero ahora goza de un presupuesto bien distinto, que le permite elevar el nivel de los invitados. Entre los nuevos guionistas está el escritor Jesús Torbado (que firma con el seudónimo de Andrés Carro), Victorino del Pozo y Alejandro Heras Lobato; en el control está uno de esos realizadores sin nervios, pero pleno de nervio, que ya había estado en la última etapa de Estudio abierto, y que se llama Fernando Navarrete; de coordinador sigue Tomás Zardoya y en la producción Fernando Somoza.
Por el programa desfilan todas las glorias nacionales del mundo de los toros, el fútbol o el espectáculo: desde Luis Miguel Dominguín, o Paco Camino y Palomo Linares (que protagonizan un áspero enfrentamiento ante las cámaras), a los porteros del Atlético de Madrid y Real, Reina y Miguel Ángel, que minutos antes habían protagonizado la tanda de penaltis con que se decidió la final de Copa. La sala de invitados de Prado del Rey se convierte en un lugar interesante para los periodistas en la noche del sábado; por allí desfilan Gina Lollobrigida, encandilada por la presencia de un jovencísimo Miguel Bosé, la esplendorosa Úrsula Andress, el doctor Barnard, autor del primer trasplante de corazón, la elegante y bella Jacqueline Bisset, Johnny Weismuller, el mítico “Tarzán”, poco antes de su muerte, o una deteriorada Rita Hayworth, a la que costó Dios y ayuda mantener lejos del alcohol las horas previas a la entrevista...
El nuevo presupuesto permite incluso que veamos por primera vez en directo a Diana Ross con The Supremes o a Ike y Tina Turner. Pero la noche del sábado en la primera cadena supone casi veinte millones de espectadores y el equipo busca personajes sorprendentes que ofrezcan a la audiencia algo más; ya en el primer programa apareció un francés autodenominado “Conde de Saint Germain”, que transformó plomo en oro, sin que los especialistas que acudieron a Prado del Rey fueran capaces de dictaminar el presunto truco. Pero nada se acercó, ni de lejos, a la repercusión que tuvo la intervención de Uri Geller, que relataba al principio.
El impacto fue de tal calibre que movilizó al propio presidente de la Asociación Española de Parapsicología, Ramos Perera, junto a los magos Ballesteros y Juan Tamarit en una especie de “cruzada” para desmontar los supuestos trucos del israelí. Los periódicos más importantes dedicaron al suceso grandes espacios y en El Corte Inglés, donde firmó ejemplares de la autobiografía que había venido a publicitar, se formó uno de los mayores tumultos que se recuerdan.
Directísimo se emite durante dos temporadas, con la única excepción del sábado 8 de noviembre de 1975. Esa noche me encuentro con Iñigo en uno de los pasillos, ya maquillado, pero con una expresión rara. Me dice que ha recibido orden de despedir a los invitados previstos y que haga el programa solo con la parte musical. Las instrucciones han sido escasas, “me dicen –comenta– que el programa se puede interrumpir en cualquier momento; al parecer, Franco está en las últimas”.
Tras varios retrasos, el espacio fue definitivamente cancelado, aunque como sabemos la muerte se anunció doce días después. Por cierto que, pasados unos meses, en marzo del 76, visitó el programa el Nobel ruso Alexander Solzhenitsyn, exiliado en Suiza, que protagonizó unas declaraciones muy polémicas, ya que comparó la esclavitud a la que estaban sometidos los soviéticos con la libertad de que se disfrutaba en España, a la que profetizó volvería a caer en el totalitarismo. Esta fue, con seguridad, la entrevista más famosa ya que fragmentos de la misma fueron reclamados por más de cuarenta televisiones de todo el mundo.
Tras este programa, Iñigo se hace cargo de Fantástico, un programa ómnibus para la tarde del domingo, al que sucede Fiesta, un típico espacio de variedades que se realizaba desde las instalaciones de la sala madrileña Florida Park, y que se vendió a varios países de América. Fue un paréntesis de regreso a lo estrictamente musical antes de la resurrección del antiguo Estudio abierto que se continuó hasta 1985 y que finalizó de manera abrupta, y con acusaciones de censura. José María Iñigo, omnipresente en TVE durante casi veinte años, desaparece de esa pantalla.
“Nunca estuve en nómina –comentaba un par de años después de su salida–; lo malo de TVE es que paga muy mal a las estrellas, y a las no estrellas, y cuando no les interesas te echa. Parece increíble, pero yo empecé cobrando casi lo mismo que al marcharme: cuarenta y cinco mil pesetas por dirigir cada programa y cincuenta mil por la presentación; eso era todo”.
Han pasado casi treinta años y salvo colaboraciones esporádicas –como los últimos festivales de Eurovisión– Iñigo no ha vuelto a TVE, ha seguido su carrera en activo en emisoras de radio, programas en cadenas de televisión privadas y autonómicas, docenas de libros y la dirección de varias revistas, aunque siempre guarda un hueco para intervenir en uno de sus espacios favoritos: No es un día cualquiera, de RNE, junto a Pepa Fernández.
Sábado, 6 de septiembre de 1975. Al filo de las once de la noche, desde el Estudio 1 de Prado del Rey se emite (obviamente en directo) el programa Directísimo. En ese momento, José María Iñigo da paso a un invitado muy especial. Se llama Uri Geller, es de origen israelí, y sus primeras palabras son “Durante este programa van a ocurrir muchas cosas extrañas”. Inmediatamente solicita al público que entreguen a las azafatas relojes que no funcionen y cualquier objeto metálico de cocina, cubiertos, cucharillas, lo que fuera.