Literatura americana
El aullido indio de Allen Ginsberg
Uno no quisiera haber sido la abuela de un beatnik. Aunque la de Allen Ginsberg habría tenido al menos el consuelo de que su nieto, a diferencia del de Mss. Burroughs, no mató a su mujer jugando a ser Guillermo Tell con una considerable cogorza encima. El propio Allen se daba cuenta de la esquizofrenia de su vida y de la de sus colegas, y por eso comenzó su opus magna, Aullido Aullido(que llegó a ser prohibida), con una sentencia que resume a esa generación que abrió un camino de libertad en medio del tupido follaje moral de los 50 a costa de su propia salud mental: “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura”. Como pasó, entre otros, con su admirado Jack Kerouac, quizá la referencia beat más inmediata.
La vida de Ginsberg bailó siempre entre la entrega a una poesía modernista, romántica y cruda aderezada con experimentos psicotrópicos, con el compromiso menos lisérgico y más prosaico. Así, durante años alternaba la publicación de libros como Muchos amores, donde narraba sus relaciones homosexuales con el también poeta Neal Cassidy, o Kaddish, con su compromiso político en causas como la defensa de los homosexuales en la Cuba de los primeros años del castrismo o la pacificación de la Nicaragua de Daniel Ortega asediada por la Contra. Tuvo el honor –para algunos dudoso– de ser uno de los pocos norteamericanos que tenía prohibida la salida de su país por sus críticas contra su Gobierno, algo que compartía con el político Ralph Nader o el periodista Walter Cronkite.
Este hecho da una idea de los tiempos esquizofrénicos que vivía Estados Unidos, que desembocarían en los desmesurados 70 y su shakesperiano presidente Richard Nixon. ¿Cómo pudo retirarse el pasaporte al periodista que anunció la muerte de Kennedy como si hubiera muerto nuestro entrañable abuelo, el que nos daba cien pesetas para chuches y gusanitos? Claro, Vietnam, que “fue lo que tuvimos en vez de infancia”, según la demoledora sentencia que Michael Herr inmortalizaría en su crónica Despachos de guerra. No le perdonaba el atribulado Lyndon Johnson su visión crítica.
De origen judío, Ginsberg estuvo fuertemente influido por las ideas que le inculcó Rinpoche, un budista tibetano, maestro y amigo de su intensa vida, al que conoció en Nueva York. Del consumo del peyote, la ayaguasca y el LSD nacieron algunos de los poemas más recordados e influyentes del siglo pasado, aunque todo el abuso de drogas con objetivos experimentales opacó la que quizá fue la obsesión más presente en su vida: sus viajes oníricos, con visiones propias que comenzarían con su temprana visita a la India, a principios de los 60. De aquel viaje nació Diarios indios, por primera vez traducido al castellano por Daniel Ortiz Peñate y publicado por la editorial Escalera, y del que infoLibre publica hoy un adelanto en exclusiva.
Diarios indios saldrá a la venta el próximo 10 de abril.