Documental
Reconstruyendo el 'caso Asunta'
Caso Asunta. Esas palabras, vacías antes de septiembre de 2013, están hoy llenas de significado. Suenan a informativo de mediodía, caras demacradas, detalles judiciales, grabaciones filtradas y la imagen borrosa del cuerpo de una niña de 12 años arrojado en la cuneta de una vía rural. Lo que la verdad esconde, serie documental de Atresmedia estrenada el miércoles en Antena 3 y disponible en su web, quiere volver a vaciarlas. Empezar de cero. Desde la llamada al 112 que, a las 01.40 de la madrugada del 22 de septiembre, anunciaba: "Hemos encontrado aquí una niña y creemos que está muerta". Pero , ¿qué va a construirse sobre ese solar vacío? ¿La terrorífica historia de una niña sometida a sus padres psicópatas? ¿Un relato del sufrimiento de los inocentes y la corrupción del sistema judicial? Ninguna de esas cosas.
La serie dirigida por Elías León Siminiani podría haberse presentado como una arriesgada y densa película documental de más de tres horas... si no estuviera dividida en tres capítulos y pensada expresamente para el prime time televisivo (la hora de su estreno era las 22.40 y competía con Perdóname, señor, nueva apuesta de ficción de Telecinco). En ella se deshilvana el ovillo del caso Asunta caso Asunta, cada acontecimiento de su línea temporal, cada elemento del proceso, cada pista. Desde los primeros pasos de la investigación —la llegada de los agentes al camino del municipio de Teo, en A Coruña, donde apareció el cadáver— hasta la condena en firme por asesinato para Rosario Porto y Alfonso Basterra, padres de Asunta, sobre los que pesan 18 años de prisión.
El documental no está solo ejecutado con un rigor periodístico poco visto en los programas de televisión dedicados a sucesos. También está realizado con una maestría cinematográfica poco frecuente. Quizás porque la producción ha sido inusual: los 4 meses de trabajo ofrecidos por la cadena acabaron convirtiéndose en 14. Quizás porque el cineasta, autor de Mapa (2012), no proviene del medio televisivo, sino de las ramas del documental español más narrativamente arriesgadas. Quizás porque han conseguido un acceso significativo —y muy difícil de obtener— a todas las partes del proceso, de la Guardia Civil hasta los padres de la niña, que les ha permitido contar con vídeos de la familia y una detallada reconstrucción de la investigación policial, sumando hasta 400 horas de metraje. Entre sus joyas, dos conversaciones mantenidas con Porto desde prisión y las cartas intercambiadas con Basterra durante un año.
Atresmedia presume de haber inaugurado con esta serie —que en sus próximas temporadas tratará otros crímenes célebres de las últimas décadas— el género true crimetrue crime en España. Pese a tratarse de un reclamo publicitario, no deja de tener parte de verdad. La productora Bambú, una de las más poderosas de la televisión nacional, emula a sus homólogas estadounidenses, que en los últimos años han reavivado el género con productos como Making a murderer (disponible en Netflix) u O.J.: Made in America, que pese a ser realizado para televisión —se emitió en cinco partes— ganó el Oscar en su categoría. No es un género fácil. Corre el riesgo de contaminarse, por ósmosis, del amarillismo tertuliano. Pero también ha dado, a través de su larga historia, grandes piezas cinematográficas que trascendían la intimidad del delito para convertirse en ensayos sociales.
León Siminiani ha mencionado una película perteneciente a esta categoría como referente para su trabajo: The thin blue line, de Errol Morris, estrenada en 1988. El documental, considerado una joya de la cinematografía, analizaba el caso de Randall Dale Adams, acusado y condenado en 1976 por la muerte de un policía. En esta primera temporada, Lo que la verdad esconde sigue a rajatabla las premisas de aquella obra maestra: entrevistas con personas directamente relacionadas con el caso —excluyendo las opiniones de expertos tan frecuentes en los programas matutinos—, rigor en la presentación de pruebas, claridad en su explicación al público, y unas reconstrucciones filmadas con gusto —muy lejos de las secuencias algo cutres rodadas por los programas de sucesos para rellenar minutos de emisión—.
Las reconstrucciones de Lo que la verdad esconde son, sin duda, uno de los grandes logros de la producción. La mirada de León Siminiani hace hablar a los espacios vacíos del crimen. La habitación de Asunta en el apartamento de Porto, que conserva todos sus enseres pero guarda también las alfombras de la casa, habla de la brutal ausencia de la niña. Las tomas cenitales —usadas también eficazmente en Making a murderer— invocan la lejanía, la imposibilidad de concebir un crimen que sin embargo ocurre. El calabozo en el que estuvieron encerrados los dos progenitores pone rostro a las conversaciones que mantienen durante las largas horas de encierro y que son grabadas por los agentes. El singular estilo del cineasta, en un contexto que produce material seriado y de consumo fácil, contribuye a que el público formatee su memoria del caso.
Pero hay una diferencia sustancial que separa The thin blue line de El caso Asunta. El primero, rodado 12 años después del proceso judicial, pretendía denunciar la condena de un hombre inocente y dedicaba su relato a señalar los fallos del sistema judicial. Lo mismo ocurría en Capturing the Friedmans —otra de las referencias de Siminiani—, de Andrew Jarecki, que criticaba el acoso mediático y los dudosos interrogatorios policiales causantes de una "histeria colectiva" que llevó a Arnold y Jesse Friedman a la cárcel por abuso de menores. Making a murderer carga contra los montajes policiales, y O.J.: Made in America, contra los juicios-espectáculo y el poder de la fama que ponen a O. J. Simpson en libertad. ¿Cuál es la apuesta de Lo que la verdad esconde?
A juzgar por el primer episodio, el cineasta, el productor Ramón Campos y la investigadora Ana Sanmartín se mueven en el difícil territorio de la ambigüedad, con el añadido de que han rodado poco después del cierre del proceso judicial. Plantean cuestiones que no han sido resueltas totalmente durante el juicio —cuyo cierre definitivo depende solo del Tribunal Constitucional—, como la presencia de semen en la camiseta de la niña o los testimonios que la situaban, poco antes del crimen, en lugares muy alejados entre sí con minutos de diferencia. Pero también señalan las numerosas contradicciones de los padres, como el cambio en las declaraciones de Porto, que aseguró que había dejado a Asunta en su apartamento para luego decir que se la había llevado en coche con ella, o la compra de Orfidal que el padre suministraba a la niña.
El Tribunal Constitucional cierra la puerta al recurso de Rosario Porto por el asesinato de Asunta
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Si la serie carga contra algo, es contra el simplismo y el sensacionalismo de la cobertura mediática, que siguió el caso minuto a minuto. Si la prensa acusó a Rosario Porto de reírse durante el registro de la casa de Teo, los creadores contextualizan esas imágenes tachadas de frívolas con el testimonio de abogados y agentes de la Guardia Civil que estaban presentes en esos momentos. Si los periódicos publicaron segmentos de las conversaciones grabadas entre los procesados, el documental las muestra con mucha más extensión. Contra todo pronóstico —Bambú es conocida por producciones comerciales como Velvet, y Antena 3 contribuyó al ruido mediático de aquellas semanas—, Lo que la verdad esconde no busca contentar al público. De hecho, en ocasiones contradice temerariamente sus deseos.
Lo que la verdad esconde no produce indignación contra el sistema judicial; si acaso, una sospecha de cierta laxitud. No convierte a los condenados en unos mártires; la sombra que cae sobre ellos es demasiado espesa. Lo que la serie produce es una inmensa sensación de vacío. El que genera el derrumbe de los juicios apresurados y lo inexplicable de las muertes violentas. El que queda en una habitación abandonada.