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Cultura

Banksy o la paradoja de la crítica al capitalismo

El cuadro de Banksy que se destruyó parcialmente de manera automática tras su subasta en Sotheby's.

Romaric Godin (Mediapart)

Banksy es hoy más que un artista reconocido. Es una estrella cuyo carácter misterioso refuerza aún más su atractivo. Es buscado, sus obras son buscadas, y cada uno de sus actos se convierte en un acontecimiento. Cuando el artista de Bristol pintó, el pasado junio, sobre los muros parisinos, la efervescencia llenó toda la capital francesa. Pero Banksy es también un rebelde que se quiere crítico con el capitalismo. Su último golpe de efecto ha sido, desde este punto de vista, la destrucción parcial de su obra Niña con globo, algunos minutos después de su adjudicación por 860.000 libras en la sede del célebre grupo Sotheby's, que reúne a sociedades internacionales de casas de subastas de arte. 

Banksy reivindicó el asunto: subió, así, un vídeo mostrando que había integrado en el marco una trituradora "por si la obra se vendiera en una subasta", precisaba. Banksy había, por tanto, preparado el golpe tiempo atrás, con la ambición de destruir una obra que, escapándosele, se convertía en un objeto de especulación. Un acto de desafío a la lógica capitalista de creación de valor a partir del arte. El artista británico se valió de una cita (modificada) de Picasso: "El deseo de destrucción es también un deseo de creación". La función del acto de Banksy está clara: mostrar la superioridad del acto creador sobre el acto mercantilista; el primero puede destruir la mercancía por elección propia, el segundo no puede permitírselo. 

Sin embargo, Banksy perdió su apuesta. La tela, triturada solo en parte, vale más ahora, según los expertos. Su valor está reforzado por la reivindicación del artista y por los vídeos de la trituradora. La feliz propietaria de la tela puede ya hacer valer que posee, no solo la obra de Banksy, sino la prueba de su acto destructor. Y esta destrucción da precisamente más valor a la obra. Ya puede, por tanto, agradecérselo al artista: cuando decida revender la obra, podrá embolsarse una voluminosa plusvalía.

 

Este episodio ha conllevado varias reflexiones interesantes, pero plantea una cuestión central en economía, la de la creación de valor. Banksy ha creado valor pese a sí mismo. Su acto de destrucción de valor, el que quería aniquilar el bien vendido para aniquilar el interés de la transacción, fracasó porque el proceso de creación de valor no reside ya hoy en el mero proceso de intercambio. 

Frente al nihilista, nihilista y medio. El capitalismo moderno es mucho más nihilista que su crítica: ha adquirido la capacidad de hacer millones con nada o casi nada. La negación de la mercancía deviene ella misma mercancía. Podemos incluso estimar que si la trituradora hubiera finalizado su labor, el precio de la obra no habría hecho más que aumentar, y que las tiras de la tela habrían valido cada una las 860.000 libras de la obra entera. 

Si la voluntad de Banksy era realizar un acto de protesta y de destrucción del valor, ha fracasado porque su obra no le pertenece. Pertenece a un mercado capaz de transformar todo en dinero y de crear valor a partir de la negación misma de lo que es una transacción comercial. La abstracción de las relaciones mercantiles es tal que, ahora, el valor viene de la destrucción misma del valor. El economista Joseph Alois Schumpeter se ve tomado aquí por sorpresa: su "destrucción creativa" tan apreciada por las autoridades suponía que lo que, no teniendo ya valor, se destruía, debía ser reemplazado por una producción nueva que contuviera más valor. La nueva destrucción creativa sostiene que el producto destruido vale él mismo más que el que le precede. 

Si, como subraya con razón Jean-Marc Vittori en Les Échos, el acto de Banksy ha querido mostrar que el mundo se autodestruye, ha mostrado en realidad todavía más: ha mostrado que el capitalismo es capaz de revalorizar hasta el infinito esta destrucción. El mundo está así, lo sabemos, amenazado por el cambio climático, pero este cambio climático es en sí mismo una manera de ganar todavía más. Se encontrarán por tanto maneras de hacer de esta destrucción una fuente de valor. Algunos ven incluso en esta capacidad una oportunidad para salvar el planeta gracias al genio creador del capitalismo. Es posible, pero el caso Banksy subraya otro escenario: el de un valor creciente al filo de la destrucción, volviendo esta destrucción más necesaria para el funcionamiento del sistema capitalista. Esto lleva a la necesidad de no confundir, como se hace hoy demasiado a menudo, creación y extracción de valor

Este episodio llega en el momento justo, es decir, en el momento en que, el lunes 8 de octubre, el comité del Banco de Suecia acaba de atribuir a Paul Romer y William Nordhaus el premio a menudo denominado el "Nobel de economía". Ambos han tratado de defender la idea de un crecimiento que resista a sus límites naturales: como subraya Antonin Pottier en Alternatives économiques, para Nordhaus el calentamiento climático óptimo es de ¡3,5ºC! La destrucción de la obra de Banksy muestra que una buena pequeña idea (la trituradora en el marco) puede, como dice Paul Romer, crear un gran valor, de forma que incluso su propia destrucción (como la que intervendría en caso de calentamiento a 3,5ºC) puede ser óptima. Es esta misma lógica la que puede llevar al planeta a su pérdida, en nombre de la idea de que todo lo que crea valor es bueno por naturaleza

Pero el episodio de Banksy enseña una segunda lección, que vuelve la primera todavía más inquietante. Es que el capitalismo moderno no puede ya ser criticado, porque su crítica se convierte ella misma un agente de creación de valor. Cuando Banksy pinta sobre un muro parisino la imagen de un hombre que ofrece a su perro la pata que acaba de cortarle, la antigua presidenta del Medef [la organización patronal Movimiento de Empresas de Francia] Laurence Parisot juzga la obra "extraordinaria" y ve en ella una relación entre el hombre y el animal, incluso cuando se trata de una alegoría de la alienación capitalista descrita por Marx. La crítica del capitalismo se ha vuelto imposible al volverse incomprensible. No hay captación o, como se podía decir en otro tiempo, perversión del arte por el dinero. Hay simplemente una incapacidad de percibir lo que puede ser una crítica al funcionamiento del capitalismo, que se ha convertido en natural. Laurence Parisot no critica el capitalismo ante la obra de Banksy, critica al hombre, porque el hombre es intrínsecamente capitalista. 

En el capitalismo moderno, es imposible no aceptar la ley del capital. Toda crítica se hace por tanto en ese marco estrecho y se traduce forzosamente en una creación de valor, que escapa a quien la crea porque pertenece ya a un sistema que le niega el derecho a cuestionarlo. Y demuestra que es capaz de negárselo dando valor a su crítica. Por tanto, aniquilándola. Banksy ha experimentado esta prisión mental, donde su acto altamente anticapitalista se ha convertido en el súmmum del capitalismo moderno

Pero no hay mal que por bien no venga. Para quien sabe verlo, este acto ha desvelado el mecanismo de la destrucción que vendrá: el avance ciego de un sistema capaz de alimentarse de todo y de nada y del que la humanidad se ha convertido en prisionera. 

  Traducción: Clara Morales

El mercado del arte reconoce a Banksy, que ya se cotiza como Picasso, Warhol y Monet

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