Cultura

'Diario de Wuhan', una luz en el apagón

El presidente de China, Xi Jinping, en Wuhan.

A finales de enero, llegaban desde China unas imágenes que parecían de ciencia ficción: desde sus balcones, los ciudadanos de Wuhan compartían gritos de ánimo. Llevaban una semana encerrados en casa para luchar contra el nuevo coronavirus que se había cobrado ya decenas de vidas, nadie podía saber que pasarían así más de dos meses. Detrás de alguna de esas ventanas estaba la escritora Fang Fang, autora de más de un centenar de libros. El 25 de enero, dos días después de que se decretara el confinamiento de la ciudad, Fang resucitó su cuenta en la plataforma Weibo: "Quizás sí debería escribir acerca de lo que está sucediendo", decía en esa primera entrada. Ahora, Seix Barral publica en español el resultado de 60 días de escritura constante, un testimonio que supera las 450 páginas. Los lectores españoles conocen bien el extraño encierro del que Fang hablaba; son los mismos que entonces veían aquellos vídeos de Wuhan como si provinieran de otro planeta. 

Cuando Fang Fang (Nankín, 1955) comenzó a escribir lo que acabaría convirtiéndose en Diario de Wuhan, jamás pensó que aquellas notas llenas de desconcierto, escritas a vuelapluma, acabarían imprimiéndose. Pero han llegado ya, de hecho, al mercado anglosajón: la traducción está disponible en Estados Unidos desde mediados de mayo. En realidad, la escritora ni siquiera sabía si ese particular blog encontraría lectores: desde la primera entrada, Fang se queja de la censura de Weibo, una web que acata los controles informativos del Gobierno chino. "Si los que estáis conectados podéis verlo en línea", pide en esa primera prueba, "por favor, dejad un comentario para que sepa que ha llegado". Los miedos a la censura y a los ataques del Gobierno y de sus defensores crecen a medida que pasan los días. Pero también crecen sus seguidores, que llegan a contarse por millones

Frente a la envarada comunicación gubernamental y frente a las informaciones de los medios oficiales, el blog de Fang Fang brilla como un testimonio directo y sin dobleces de lo vivido en el interior de la ciudad. En otra circunstancia, en otro país, quizás el relato de la escritora hubiera sido uno más de entre los 10 millones de habitantes de la ciudad. Pero su franqueza —"A lo mejor soy una vieja, pero nunca me cansaré de decir lo que pienso", escribe— la convierte en una voz discordante frente a las alabanzas al ejecutivo. "Los funcionarios chinos siempre han dejado que las directivas escritas dirijan su trabajo: en cuanto los apartas del guion, no saben qué hacer", lanza en uno de los primeros días. Su testimonio pone en cuestión la narrativa construida en torno a la eficacia china, con sus hospitales construidos en tiempo récord y su control de los contagiados a través de códigos QR, que ha triunfado también en el extranjero.

La escritora cuestiona casi en directo las decisiones de los responsables tanto en la provincia como en Pekín. Critica que se silenciara a los primeros trabajadores sanitarios que dieron la voz de alarma sobre el nuevo virus, critica a los expertos que viajaron a Wuhan y que menospreciaron el problema y critica un sistema burocrático que propicia la mentira mientras esta agrade a los poderosos. A lo largo del libro, mientras recibe noticias del exterior —un conocido enferma, otro muere— recuerda en varias ocasiones a los expertos que viajaron a Wuhan a principios de enero y consideraron que el virus "No Se Transmite Entre Personas" y que "Se Puede Controlar y Prevenir" —las rabiosas mayúsculas son suyas—. "Las palabras vacuas acerca de la corrección política que no buscan la verdad en los hechos conducen al desastre; prohibir que la gente diga la verdad y prohibir a los medios informar de la verdad conduce al desastre", denuncia en una de las primeras entradas. 

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Fang Fang detalla en su diario una situación que puede resultar familiar para los lectores occidentales y que está muy lejos de la imagen de organización y eficacia que ha tratado de transmitir el Gobierno de Xi Jinping: escasez de material médico de protección y de mascarillas —la escritora cuenta cómo los ciudadanos airean y planchan las suyas para volver a usarlas—, saturación de los hospitales, con enfermos que fallecen en apenas horas por falta de atención, instrucciones administrativas contradictorias e informaciones caóticas... Y, en medio de todo eso, la organización de los vecinos, que se reúnen para comprar comida por Internet en grandes cantidades o para cocinarse los unos a los otros. "Aunque a muchos os pidan que escribáis artículos celebrando los grandes logros del Gobierno", pide a sus compañeros escritores en otra entrada del blog, "espero que antes de tomar vuestra pluma seáis capaces de pensar por unos instantes a quién deberíais estar celebrando realmente. Si vais a adular a los funcionarios, por favor, ahorrároslo". 

También menciona varias veces a Li Wenliang, oftalmólogo en el Hospital Central de Wuhan que dio la voz de alarma a través de la aplicación WeChat, una especie de Whatsapp, sobre un nuevo patógeno similar al SARS. La policía le obligó a firmar un atestado en el que confesaba haber extendido rumores falsos e ilegales en Internet. El 7 de febrero, Li fallecía por complicaciones derivadas del coronavirus. En su relato, Fang Fang habla con distintos médicos que, siempre desde el anonimato, le dan noticias desde el frente y, a través de ella, a sus lectores. Estos sanitarios informan sobre la llegada de enfermos o los detalles que se van conociendo de la enfermedad, pero también de las dificultades, en un primer momento, para informar a sus superiores y a los responsables políticos de la realidad. Uno se muestra especialmente crítico con sus compañeros: "¿No hay un problema de base cuando todo el mundo sabe que algo está mal pero no se atreve a alzar la voz? ¿Por qué los directores de hospitales no permiten hablar a los médicos?".

Con el tiempo, se ha confirmado que los sistemas de emergencia puestos en marcha tras el SARS no funcionaron por la connivencia entre dirigentes hospitalarios y autoridades locales, temerosas de llegar a Pekín con malas noticias. En otros momentos, el blog de Fang Fang ofrece informaciones incompletas o inexactas, pero este es un buen ejemplo de lo que sus lectores encontraron en él: información desde el terreno, en un lenguaje sencillo y sin control gubernamental. Pero, junto a sus charlas con los sanitarios, sus reflexiones sobre la responsabilidad de los mandatarios y sus denuncias de censura, el público recibía, además, algo igualmente valioso: la preocupación de la escritora por la salud de su hija, sus dificultades para caminar durante el tiempo prescrito por el médico, su pereza, su desesperación o sus antojos culinarios. Compañía. La misma compañía que quizás encuentren en Diario de Wuhan los lectores españoles. El miedo de Fang Fang, su desconcierto y su rabia han resultado ser experiencias universales. Y su testimonio suena por momentos tan familiar como el de la vecina de arriba. 

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