Tecnología digital
Cuando la tecnología se alía con la especulación: la fiebre del NFT revoluciona (¿solo?) el mundo del arte
¿Qué tienen en común un collage digital, el último disco de Kings of Leon, y un juego online de colección de gatos? Por un lado, que son objetos intangibles, fácilmente replicables con apenas unos clicks. Por otro, que han conseguido movilizar millones de dólares, gracias a la especulación que permite la criptología: la capacidad que ofrece la tecnología del blockchain –responsable del Bitcoin– para garantizar la autenticidad y propiedad de un bien digital, y que se materializa en los conocidos como Non Fungible Tokens o token no fungible (NFT, por sus siglas en inglés).
Luz Parrondo, responsable del Departamento de Finanzas y Control de la UPF Barcelona School of Management, desarrolla en conversación con infoLibre el funcionamiento de estos activos, y su relación con la tecnología: “Cuando hablamos de blockchain hablamos de tokenización, que tú en la red tengas la representación digital de algo que existe en la realidad”. “Esta representación puede ser una moneda o un pago, como el Bitcoin. Pero esta tecnología también puede transferir otro tipo de activos, como pueden ser representaciones digitales de cualquier cosa. Y tú en la red puedes hacer transferencias, en este caso, de obras de arte”, detalla la experta.
Esta herramienta permite otorgar una representación digital a una obra de forma unívoca. El cuadro estaría representado por un código que no solo lo identifica, sino que contiene toda la información relativa a la obra: quien lo hizo, que pintura se empleó, que técnica…, argumenta la profesora. "Blockchain se utiliza para la trazabilidad. Al final lo que tienes son unos indicadores que lo que hacen es referenciar algo en el mundo físico”, incide.
David Arroyo Guardeño, científico titular en el Instituto de Tecnologías Físicas y de la Información del CSIC, analiza esta tecnología. “Los NFT surgen vinculados con blockchain, en concreto como parte de los smart contract o contratos inteligentes de la plataforma Ethereum. Dentro de este campo tuvieron lugar los Cryptokitties, y desde entonces han ido evolucionando”, desarrolla en conversación con infoLibre.
El principio de la tecnología Blockchain consiste en grandes cadenas de información que, una vez validadas por el resto de usuarios de la red, no pueden ser modificadas sin cambiar el conjunto de la información. "En el caso de los NFT, es una variante de los smart contract, que permite vincular la propiedad de un recurso digital al propietario del token”, detalla Arroyo.
La naturaleza de estos NFT sería la misma que la que tiene un cromo, una pintura o cualquier objeto que tenga un valor por sí mismo, frente a una divisa con la que se pueden realizar transacciones, ya que el código tendría como propósito servir como un certificado de autenticidad: un Da Vinci puede ser replicable y cada uno puede tener uno en su salón, pero sólo quien posea la propiedad del original es capaz de auditarlo por su valor en el mercado en base a su especulación.
“Llega un momento en el que este código, este NFT, lo utilizas para indicar la propiedad”, señala Parrondo. “Se comienza a comerciar y transaccionar este elemento digital, y no hace falta que se mueva. Es como las obras de arte, que muchas veces no salen del almacén mientras cambia de propietario, porque es una especulación, una forma de inversión. Por lo que el cuadro en sí mismo pierde importancia”.
Y es en esa especulación donde entra el juego el mercado que se está generando alrededor de esas figuras, y que plantea dos debates: por un lado, la burbuja financiera en torno a estos tokens tokensy el debate ético detrás de su autoría, y la gran huella ecológica que deja.
El artista digital Beeple vendió su obra Everydays: The First 5000 Days –un collage en formato jpg– por 69 millones de dólares en una subasta, mientras que la banda estadounidense Kings of Leon ha recaudado más de 2 millones de dólares en otra subasta por la venta de varios de estos tokens por el lanzamiento de su último disco –uno de ellos por 151.000 dólares, que incluía extractos e imágenes de la grabación del disco–. El disco se encuentra en todas las plataformas, mientras que la obra de Beeple –una mera imagen– se puede encontrar en las líneas de este texto. Incluso TheNew York Times ha vendido un artículo por 560.000 de dólares –cuyos beneficios se destinaron a causas benéficas–. Todos son fácilmente reproducibles, pero el valor no está en la obra en sí misma, sino en la especulación que ofrece ese certificado único.
“Lo interesante es la especulación o la inversión. El hecho de saber que ese NFT que representa esa obra va a ir subiendo de valor. Hay un momento en el que ya no sabes si le estás dando valor al NFT en sí mismo o al cuadro”, explica Parrondo. “Una vez que está digitalizado, parece que la obra pierde importancia porque ya puedo transferir el NFT”.
Pero aunque esta tecnología ofrezca esa trazabilidad, aún no es capaz de determinar la autoría original detrás de cada obra. Al servir únicamente de certificado, se abre el debate sobre la posibilidad de robar contenidos de terceros y venderlos como activos. “Blockchain no es magia y no adivina quién miente. Este problema de entrada en la información se soluciona en muchos sectores a través de otros mecanismos. Tiene que haber unas medidas auditadas que garanticen que eso es cierto. La primera subida debe estar regulada y verificada. Si tu subes basura, basura para siempre”, desarrolla Parrondo, que insiste en la idea de que la herramienta permite afianzar el trabajo de los expertos y verificadores, pero no sustituir su figura. “Es trazable, pero no es auténtico. Lo que garantiza es que no se pueda modificar ese NFT una vez creado”.
Arroyo incide en la naturaleza de herramienta para la trazabilidad que supone blockchain: “A ver si se va a confundir el medio con el fin. Es un medio para garantizar algún tipo de funcionalidad precisa en el ecosistema digital. Puede agilizar fases del proceso de notarización, pero no la reemplaza. Tiene que haber una actividad pericial, que se sepa que la información que está escrita pertenece a esa persona”.
El experto incide en los problemas de autoría de estas obras relacionadas con el NFT, y también apunta a la especulación. “Pensar que alguien tenga capacidad de atribución en lo relativo a la propiedad de un activo digital, y que eso va a impedir su reproducción, es un poco ingenuo. No aporta mayores garantías que los sistemas clásicos de protección de los derechos de autor, y lo que facilita es cierta corriente de especulación, y solo hay que ver las cifras que se están manejando”.
Sin embargo, queda hablar del elefante en la habitación. Y es que la tecnología de blockchain, junto al auge de la minería –el término que se utiliza para describir el proceso descentralizado de generar y validar los bloques de información, piedra angular del sistema– ha levantado las alarmas en torno a su impacto en el medio ambiente.
Un estudio de la Universidad de Cambridge estima que el consumo eléctrico anual del Bitcoin supera al de Argentina. Ethereum, la criptografía detrás de la mayoría de estos NFT, consume anualmente lo mismo que Libia, y deja la misma huella de carbono que Costa de Marfil, según el portal Digiconomist.
Arroyo analiza el impacto de estos NFT en la red. “Estos tokens generan un problema en el ecosistema blockchain, porque generan un tráfico que afecta a la capacidad de trazar operaciones en Ethereum, que ha llevado a negar servicios en ocasiones”.
Este consumo excesivo se debe a lo que se conoce proof of work o prueba de trabajoproof of work, y es el mecanismo que tienen las criptodivisas para garantizar que el sistema sigue siendo descentralizado, y que no puede ser acaparada por un único agente. De este modo, el sistema requiere una cantidad de esfuerzo –en este caso, un gran número de operaciones informáticas– para validar cualquier bloque, a cambio de una recompensa, generalmente parte de la criptodivisa.
Arroyo explica en detalle cómo funciona este proceso. “Tanto Ethereum como Bitcoin están basados en un procedimiento de validación de la escritura que exige la resolución de un problema matemático de un alto coste computacional, conocido como proof of work, y es la forma que tiene el sistema para garantizar que los actores no monopolizan esa escritura. Ese desafío tiene un alto coste energético, y es el que ha hecho que se dispare el consumo”.
Así es como funciona la minería en Bitcoin. Cada 10 minutos, el sistema genera una carrera contrarreloj para ver quién es el primero en completar esa prueba de trabajo, y así obtener criptodivisa como recompensa. Este proceso ha llevado a la creación de auténticas granjas de minería: naves industriales llenas de ordenadores y tarjetas gráficas que realizan todo los procesos necesarios para completar esa prueba. El resultado es una escasez en el mercado de estos componentes, y una astronómica factura eléctrica, que se ve compensada por la criptodivisa. A la hora de escribir este artículo, un Bitcoin equivale a 45.555 euros.
“Estas granjas están localizadas en un mismo espacio, que es básicamente Asia, y en concreto China”, señala Arroyo, que critica la aparente centralización del modelo alrededor de estas estructuras. “También hay una dependencia tecnológica. Si China prohibiera estas granjas, se desequilibraría todo el sistema blockchain. Y uno de los principales elementos que justifican esta tecnología es esa descentralización y que nadie haga acopio. Y de facto lo que ocurre es que esto no es así”.
Parrondo también señala la insostenibilidad de este sistema, del que se plantean algunas soluciones. “El proof of work no es muy viable a largo plazo, pero no es la única manera de validar el blockchain. La descentralización suena a democrático, pero el problema es que el sistema de incentivos es costoso. La forma alternativa sería centralizarla. Algunas empresas no utilizan la red pública, sino una privada. Cuando menos descentralizada, el consumo es menor, porque no estás utilizando a los mineros”.
Algunas redes están experimentando por otros modelos, como el proof of stake o prueba de participación: en lugar de una carrera contrarreloj en la que todos participan, el proof of stake asigna la tarea de forma aleatoria entre los participantes de la red, favoreciendo a aquellos agentes que tengan mayor peso en la red y más criptodivisas, en una forma de descentralizar parcialmente el modelo.
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Pero Arroyo se muestra algo escéptico a este modelo, y apunta a otras alternativas. “Este stake hace que haya una recentralización, pero esa recentralización ya existe de facto. Hay iniciativas, como la de IOHK, ubicada en Edimburgo, que emplea su propio sistema blockchain, Cardano, que también emplea la proof of stake. Pero su manera de desplegarla tiene asociada la descripción y concreción de un esquema de gobernanza muy clara. Se busca que existan procedimientos lo más escalables posibles”, apunta el experto. “Son propuestas que, como criptógrafo me parecen mucho más creíbles y solventes. Lo importante es que exista una gobernanza, que los que intervengan en el ecosistema avalen a los que tienen mayores privilegios”.
Aun con estos retos por delante, Parrondo cree que esta tecnología podrá tener más aplicaciones en el futuro. “Aparte de este boom, creo que la tecnología ofrece una serie de utilidades que pueden perdurar en el tiempo. Se transfieren también derivados financieros, y te da las mismas facilidades, más trazabilidad y seguridad”. Dentro de las posibilidades más inmediatas, se baraja que un porcentaje de la reventa de una obra repercuta directamente en el artista, por lo que también se vería beneficiado de esa transacción.
Pero Arroyo se muestra más crítico contra este auge de al criptología y los sistemas descentralizados, que relaciona con el escepticismo institucional tras la crisis del 2008. “La descentralización, al igual que la regulación, per se no es buena. Será buena cuando esté bien articulada, si no será tan desastrosa como un sistema vertical. Al final se ha propiciado una intervención por parte de actores interesados, que hace que haya una suerte de banco central, al que no podemos ni nombrar ni pedir responsabilidades. Prefiero tener capacidad de, a través de los mecanismos democráticos que tenemos, influir en quién está controlando por una institución que se supone que está velando por que no haya malas prácticas. Eso no ocurre en los entornos desregulados”.