Ideas Propias

Los otros MENAs

Miguel Lorente Ideas Propias

Cada uno de los “Machistas Españoles No Arrepentidos”, o sea, los “MENAs” adultos, cuando llevan a cabo la violencia de género, nos cuestan al año 50,8 millones de euros, es decir, que cada maltratador nos cuesta al mes 4,2 millones de euros. Pero de estos “MENAs” adultos no habla la ultraderecha, a pesar de que son muchos más que de los que sí habla,

Es lo que nos dice la información preliminar del reciente informe del Instituto para la Igualdad de Género de la UE (EIGE), Los costes de la violencia de género en la Unión Europea (2021), que será publicado en su totalidad el próximo mes de agosto.

Espero que la ultraderecha y sus aliados llenen las calles de carteles indicando el dinero que nos cuesta cada machista maltratador y el silencio de los demás, una cantidad que se resta a todas las necesidades de una sociedad en cualquiera de sus ámbitos (sanidad, educación, cultura, ciencia, investigación, economía...), siempre grave, pero mucho más en mitad del impacto generado por la pandemia.

Pero de estos otros “MENAs” no hablan, y cuando lo hacen es para presentarlos como víctimas de las circunstancias, y pedir que se les guarde un minuto de silencio junto al de las mujeres que han asesinado.

Y aunque la referencia al dinero siempre resulta efectista por su parte, como se puso de manifiesto en el cartel que prepararon en la campaña de las elecciones de la Comunidad de Madrid, y como repiten insistentemente para referirse a las medidas a favor de la igualdad y contra la violencia de género como “chiringuitos”, en realidad, cuando se habla de todo el dinero que cuesta la violencia contra las mujeres ellos no se preocupan, porque lo entienden como una inversión necesaria para mantener su orden y su estructura machista que da privilegios y oportunidades a los hombres en todos los ámbitos sociales, para que sean ellos los que tengan más trabajo, más salario, más puestos de responsabilidad y dirección, más reconocimiento... y al mismo tiempo que ese abuso social, familiar y cultural se traduzca en más impunidad y en más culpabilización de las mujeres por lo que hacen o dejan de hacer.

El machismo no tiene chiringuitos porque el machismo es “el chiringuito de todos los chiringuitos”, y no necesita crear estructuras específicas para reforzar el modelo con el que premiar a los hombres dándole más valor a su identidad masculina, a su criterio, palabra y capacidad, para luego proporcionarles más oportunidades laborales, salario y menos precariedad. No tienen nada que crear porque ya lo tienen todo en su propia condición masculina.

La repercusión práctica de esta construcción es que, mientras que los hombres están en nómina del machismo, las mujeres permanecen anónimas, relegadas a esa posición secundaria vinculada al hogar y lo doméstico de la que salen bajo el riesgo de sufrir violencia en los espacios públicos. fundamentalmente como violencia sexual, y en los lugares de trabajo (acoso sexual, por razón de género, por razón de sexo...), pero con la trampa de que si permanecen en esa posición doméstica también sufren la violencia, hasta el punto de que el 58% de todos los homicidios que sufren las mujeres en el planeta son femicidios en el contexto de las relaciones de pareja y familiares (Naciones Unidas, 2019).

Y todo ello transcurre entre el silencio de la pasividad y la invisibilidad del anonimato, por eso la sociedad machista actúa como una sociedad anónima (S.A.), porque se comporta como una empresa en la que cada hombre, según el puesto de trabajo que ocupe, desarrolla sus funciones para contribuir a la consecución del objetivo de la desigualdad social, la discriminación de las mujeres, y el sometimiento a sus roles, tiempos y espacios. Y a cambio de todo ello cobran sus beneficios a nivel material, moral y social.

Son los “MENAs” adultos, los “Machistas Españoles No Arrepentidos”, que no sólo no renuncian a la injusticia social creada, sino que se rebelan contra cualquier iniciativa que pueda cuestionarla y modificarla. Por eso actúan contra todas aquellas personas que sitúan al margen de su modelo, y por ello necesitan mandar mensajes de odio para cohesionar a sus seguidores alrededor de las ideas y valores que mantienen su orden y normalidad. Esa es la razón por la que un cartel electoral con una mentira dirigida contra los menores migrantes se acepta y, en cambio, un cartel contra la violencia de género en la campaña del Ayuntamiento de Córdoba sobre el 25N se retira, por poner en las palabras de un niño que de mayor no quería ser como su padre maltratador.

Los dos carteles hacen referencia a menores, uno a los menores migrantes, el otro a los menores víctimas de la violencia de género. El primero miente en los datos y transmite una imagen que no se corresponde con la realidad de la mayoría de los menores migrantes, el segundo recoge la realidad de la violencia de género y manda un mensaje necesario para evitar que en el futuro los hijos reproduzcan la violencia de los padres y las hijas la asuman como algo normal en las relaciones. Bien, pues el primer cartel sobre los menores migrantes se considera adecuado y se respalda por la justicia, mientras que del segundo se dice que criminaliza a “los hombres” y se retira de la campaña.

Eso es el machismo (que es cultura, no conducta) y su capacidad de dar significado a la realidad, porque quien lo hace son los “MENAs adultos”, esos “machistas no arrepentidos” que harán todo lo que puedan para mantener sus privilegios bajo la aceptación generalizada de la sociedad, hasta el punto de estar dispuestos a pagar por cada maltratador 4,3 millones de euros al mes, que es lo que nos cuesta la violencia de género en todas las consecuencias que produce, concretamente 87,5 euros diarios por cada maltratador de los 1.643 que maltratan cada día.

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Pero para ellos no son costes, es inversión.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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