Los libros
‘Las chicas’, de Emma Cline
Las chicasEmma ClineTraducción de Inga PellisaAnagramaBarcelona2016
En una ocasión, en plena adolescencia, leí un consejo en la revista Súper Pop al que vuelvo siempre que hablo sobre lo turbia que es a veces esa etapa. Decía algo así como que si querías que un chico te besara, debías untarte los labios con una piruleta para que tuviesen un aspecto jugoso. Me causó tal desagrado que, más de una década después, volví a recordarlo de manera vívida cuando leía las primeras páginas de Las chicas (Anagrama), el sonado debut literario de Emma Cline. Su protagonista, Evie, antes de acabar seducida por el encanto de la secta de un tal Russell Hadrick (inspirado en Charles Manson), chupaba pilas viejas debido a un supuesto poder para generar la dieciochoava parte de un orgasmo. La adolescencia es un páramo por el que las chicas transitamos escuchando chorradas de este tipo.
La de las pilas no es una anécdota trivial en un libro que se ha presentado como el nuevo acercamiento a uno de los crímenes más sangrientos de la crónica negra norteamericana: el asesinato de siete personas a manos de La Familia Manson en plena resaca del verano del amor. Entre las víctimas, se encontraba la actriz Sharon Tate, esposa de Roman Polanski, embarazada de ocho meses. A pesar de todo el potente dispositivo publicitario (en el que se subrayaba esta fuente de inspiración), lo más interesante de Las chicas reside en la magistral habilidad de Cline para recrear el desconcierto, la ansiedad, la incomprensión, la inseguridad, la necesidad de encajar y las ganas de experimentar de una chica de 14 años.
La novela presenta a Evie en dos etapas diferentes: más o menos en la actualidad, cuando es una mujer madura que lleva una vida de bajo perfil en una casa prestada; y en 1969, el año en el que empezó a visitar el rancho en el que se refugiaban los miembros de la secta, que ocupa el grueso de la obra. Todo el libro gira en torno a las mujeres que desfilan por el relato de Evie: qué dicen o piensan, cómo se visten y se comportan. Los personajes masculinos aparecen como meras comparsas en la narración. Mientras Tamar, la joven novia de su padre se define con precisión, de él apenas se puede decir más que es un tipo malencarado e interesado. “Las opiniones desmesuradas de Tamar, esa vida suya que era como un programa de televisión sobre el verano”, escribe Cline. Tampoco Russell, el gurú del rancho, tiene mayor protagonismo; así como Mitch Lewis, inspirado en Dennis Wilson de The Beach Boys, que mantuvo cierta relación con el clan Manson.
Quizás por este aspecto, la inversión del punto de vista habitual cuando se habla de este pasaje de la historia norteamericana, se haya catalogado a Las chicas como un libro feminista. En parte, resulta liberador y muy estimulante que Cline haya optado por situar el foco en Evie, se detenga en el comportamiento de los personajes femeninos y que la protagonista se sienta totalmente fuera de lugar cuando se trata de seguir ciertos patrones de comportamiento. Sin embargo, lo que hace Cline es recrear con gran acierto la sensación de incomprensión, incomodidad o humillación que sentimos las mujeres cuando nos enfrentamos a situaciones machistas. Algo cotidiano. Por eso, como indicó en una entrevista en el diario El Español, la escritora californiana asegura que su feminismo "nace de observar el mundo" más que de una inmersión en la teoría de género.
Esta tendencia a adjetivar la literatura escrita por mujeres remite a la crítica que muchas feministas lanzan respecto al concepto de literatura universal. Recientemente, lo volvía a recordar la escritora Jenn Díaz en un artículo para la revista Jot Down, en el que decía que nadie valora en reseñas, críticas o artículos sobre libros de autores varones el rol del hombre-personaje (en concreto, cita la obra de Karl Ove Knausgård); mientras que, en el caso de las mujeres escritoras, cuando deciden optar por un punto de vista femenino y personajes mujeres, son catalogadas, en el mejor de los casos, de feministas —por no entrar en las categorías de "literatura para mujeres", "literatura femenina" o "light"—. Es decir, la exploración de la intimidad masculina no se destaca en cuanto a valor literario, por entenderse como universal.
Volviendo al argumento de Las chicas, la adolescencia es una etapa en la que se definen muchos conceptos, entre ellos, el amor. Por eso, Evie recuerda que se vestía “para generar amor” y perdía el tiempo en absurdos consejos de revistas para jóvenes. Sin embargo, pese a su esfuerzo, al final todo le resulta confuso y frustrante: “Eso era parte de ser una chica: conformarse con cualquier respuesta que una obtuviera. Si te enfadabas, estabas loca; si no reaccionabas, eras una zorra”. Evie se acerca al rancho de Russell, en parte, porque sus recién divorciados padres, ensimismados en sus nuevos horizontes vitales, no le prestan demasiada atención. Necesita el amor que pide con su vestimenta. El gancho es Suzanne, la más fiel seguidora del líder espiritual, un ser vaporoso y esquivo, con cara postadolescente, melena descuidada y una forma de actuar lisérgica. Evie se enamora de ella con esa ingenua e incomprensible admiración que sienten los jóvenes hacia los que los superan en unos años. Sin embargo, pese al interés de Cline por ahondar en las emociones de sus personajes femeninos, el carácter de Suzanne se narra, puede que pretendidamente, de manera desdibujada. Entendemos la desazón de Evie hacia Suzanne, pero no el por qué, pues la pasión parece nacer sólo de razones superficiales.
La crítica ha sido bastante unánime a la hora de valorar el notable talento estilístico de la escritora californiana. Sin embargo, algunos como James Wood, de The New Yorker, han opinado que esa habilidad termina por empañar el fondo de la novela. “Es un acelerado debut literario y comercial, cuyo estilo, al final, parece limitar su riqueza y profundidad”. Se refiere a la gran cantidad de breves oraciones cargadas de sonoridad y contundencia que plagan Las chicas:
“Mi madre hablaba de los hombres con los que salía, después de mi padre, con el optimismo desesperado de los cristianos renacidos”.
“Nuestro amor mutuo no tenía límites, el universo entero era una colchoneta”.
“Julian descansaba el brazo sobre los hombros de Sasha con el aire adulto de un hombre que regresara de las minas”.
En ese mismo artículo, Wood añadía que el dominio de este tipo de frases en la narración provoca que las ideas queden suspendidas en el relato. “La forma de una novela es la acumulación de sus frases; en este caso, el tempo de las frases se convierte en un tempo tartamudo de la forma”, subrayaba. En la misma dirección se expresó también Dwight Garner en The New York Times. Según el crítico, a pesar de haber disfrutado de la primera parte de la novela, según iba avanzando en el relato, éste perdía interés. “La narración se vuelve vaga e inconexa, como si estuvieses leyendo un poema”. Más adelante, Garner concretaba lo que podría ser una clave de este efecto: “Cline intenta exprimir demasiado el significado de cada momento”. Lo cierto es que la parte más brillante de la novela es el arranque, cuando la autora presenta a la Evie anterior a la secta, la adolescente perdida que chupaba pilas intentando disfrutar de la dieciochoava parte de un orgasmo.
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Las expectativas sobre Las chicas eran muy altas, en buena medida por los dos millones de dólares que pagó Random House, el sello que ha publicado la novela en Estados Unidos, por el manuscrito de Cline (que por entonces tenía 25 años) en una puja con otras editoriales. Además, los derechos ya están vendidos para una adaptación cinematográfica que producirá Scott Rudin (productor, asimismo, de La red social o No es país para viejos) y la obra se ha traducido a 35 idiomas. Al reclamo inicial de los dos millones de dólares y el precoz talento de Cline, se unió también el morbo que aún genera el tema de Manson y sus acólitos. No obstante, la sensación que queda tras leer Las chicas es que no es la gran novela sobre el sangriento declive del verano del amor, sino que se recuerda más como una buena novela acerca del complejo paso de la juventud a la edad adulta.
*Saila Marcos es periodista de Saila MarcosinfoLibre.