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Club de lectura

Yo, mi carne

La escritora Marta Sanz.

Abril Gómez de Enterría

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En el encuentro que mantuvimos con Marta Sanz en la librería madrileña Enclave de Libros charlamos en torno a Clavícula, una narración ecléctica en la que se combinan muy diversos géneros y recursos a partir de los cuales la autora aborda aquello que le duele.

Marta Sanz (Madrid, 1967) es licenciada en Filología y doctora en Literatura Contemporánea con una tesis sobre la poesía de la Transición y el decenio previo y que dio lugar a la antología Metalingüísticos y sentimentales. Autora de numerosas novelas entre las que destacan La lección de anatomía y Daniela Astor y la caja negra, en 2016 obtuvo el Premio Herralde de Novela con Farándula. Ha publicado los poemarios Perra mentirosa / Hardcore, Vintage y Cíngulo y estrella, numerosos relatos en diversas antologías, el estudio literario No tan incendiario y el ensayo Éramos mujeres jóvenes. Colaboradora habitual en diversos medios con artículos culturales y reseñas, es una prescriptora literaria de prestigio.

Clavícula comienza con un dolor y con la fractura que lo sigue y se hace visible a los ojos de todos. A partir de este texto autobiográfico, pudimos profundizar en algunos de los temas que también nos presentaba Natalia Carrero en Yo misma, supongo. Resulta curioso comprobar cómo desde estilos, géneros, protagonismos y voces narrativas muy diferentes Natalia y Marta comparten preocupaciones y dolores y, con ello, dan lugar a obras fragmentarias y nada convencionales que pueden situarse en los extremos de un continuo. Así, si Natalia nos presentaba una ficción con una alta carga introspectiva que podía ser confundida con la autoficción, Marta nos ofrece en Clavícula una autobiografía que pone el foco en el cuerpo para marcar el límite entre el dentro y el fuera y que puede ser leída como un texto de ficción escrito en primera persona. Ambas confiesan estar cansadas de hacer ficción de la propia vida y encuentran distintas soluciones para denunciar no solo el patriarcado que condiciona la situación de la mujer —escritora, pero no en exclusiva ya que puede referirse casi a cualquiera de nosotras— sino, sobre todo, su relación con un sistema económico que da lugar a unas condiciones materiales e históricas que oprimen de una forma particular a la mujer (aunque no solo).

 

Para Marta Sanz el cuerpo puede ser leído como un texto y juega un papel fundamental en la construcción de la identidad personal y la narración de la propia experiencia vital. Así lo evidencia toda su obra literaria y por eso no sorprende que Alberto García Teresa, en A pesar del muro, la hiedra, le dedique el poema que comienza diciendo: "Nos han presentado la perfecta separación de los cuerpos". En este caso, Marta nos presenta un cuerpo roto, coherente con la estructura que da a Clavícula, a través del cual intenta explicarse el origen de un dolor que responde a muchos otros, a la vez que reivindica el derecho a la queja. Nos habla de la relación entre escribir y padecer y lo hace en oposición a todo un sistema que pone en un altar la idea de la felicidad y nos anima continuamente a que nos mantengamos pasivos, sumisos e incluso agradecidos ante las circunstancias adversas que nos rodean.

La tertulia comenzó con un comentario de Marta acerca de la aliteración que suponía hablar de Clavícula en Enclave; aliteración a la que volvimos al cierre del encuentro, cuando nos habló de que "hay un aire de los tiempos" y se refirió a novelas como La trabajadora de Elvira Navarro y a la obra de Jeanette Winterson, quien construye un juego de palabras muy similar —de clavícula con clave— al que ella realiza en uno de los fragmentos de Clavícula. La conclusión de Marta, que podría resumir también la relación que se estableció entre las lectoras y ella, fue concisa: "Estamos pensando en lo mismo".

En opinión de nuestra interlocutora —que como refleja en La lección de anatomía se resiste a autodenominarse escritora y prefiere hablar de sí misma como constructora, en oposición a quienes se consideran creadores o productores—, los libros conectan de una manera muy directa con la experiencia personal. Así, mientras hay autores que entienden la ficción pura como una máscara, otros prefieren acogerse a la metáfora del espejo o, como es su caso, a la de la carne. Marta nos habló de la relación directa de su obra con la idea arriba mencionada de que el cuerpo es un texto y el texto es un cuerpo, y explicó que el empleo que hace de la fragmentariedad no la vincula con la superficialidad de la escritura posmoderna.Si bien en origen el posmodernismo llevó a la toma de conciencia de que los lenguajes y los objetos culturales tienen valor ideológico —análisis que suscribe—, también resultó en una crítica a todos los metalenguajes como visiones globales explicativas de la realidad y en un desprecio a la razón ilustrada que fomenta la visceralidad y coloca todos los discursos al mismo nivel —deriva que no puede obviarse y que la autora no comparte—. Como autora feminista y materialista, a Marta le interesa mucho la carne —el cuerpo está presente en toda su obra—, así como la relación entre la mujer y las instituciones: el sistema de salud, el matrimonio, etcétera.

Nos explicó que Clavícula es el resultado de las tensiones que le generó haber sido premiada con el Herralde, cuando se vio sometida a un escrutinio público y se convirtió en un foco de atención al que no estaba acostumbrada. Así, pasó a ser uno de sus personajes, el Daniel Vals de Farándula, y profundizó en cuestiones como hasta qué punto se puede o no hacer la crítica desde la centralidad del sistema o si es posible hacerla desde la posición de privilegio que te puede dar un determinado éxito. Le costó asumir que el éxito no tiene por qué ser un error y entretanto somatizó la situación de privilegio provocada por un sentimiento de culpa que suele estar muy presente en las mujeres de izquierdas. Nos confesó que este análisis lo realizó a posteriori, porque en el momento de la somatización se centró en intentar describir el miedo y la incertidumbre que se producen cuando experimentamos por primera vez, siendo adultos, un dolor que no hemos sentido nunca; miedo que desencadenó otros muchos: a la muerte, a la enfermedad, al propio dolor..., pero también un miedo social y político que se suma a la raíz física y metafísica del dolor.

Cuando comenzó a escribir los textos que dieron lugar a este libro, Marta utilizaba la escritura como herramienta terapéutica en un intento de poner orden en la desarticulación y el desconcierto que le generaba el dolor. Tardó muy poco en escribirlo, aproximadamente los seis meses que duró el proceso de somatización, y en un momento dado se produjo el salto literario, cuando se dio cuenta de que esos dolores podían ser compartidos con todas las víctimas del capitalismo avanzado y muy concretamente con las mujeres —por la heteropatriarcalidad del discurso médico y por la autoexigencia que nos imponemos, al hilo de lo cual se refirió a la historiadora Mary Beard que en Mujeres y poder defiende que lo que tenemos que reformular es el concepto de poder—, y fue consciente de que detrás del texto podría haber un lector con el que establecer un proceso de comunicación. A partir de entonces, sin apenas corregir los textos ya escritos, comenzó el proceso de composición de la obra literaria: estableció una estructura y un orden.

Marta nos explicó que el libro tuvo el efecto terapéutico "egoísta" que perseguía al principio, pero también el fraterno-comunitario gracias a la relación generosa que se ha establecido con los lectores, pues su escritura y publicación ha resultado a la vez una herramienta de conocimiento y de comunicación. Además, nos explicó que aunque se había sentido muy apoyada por su entorno más próximo durante el proceso, cree que sus amigos lo han entendido mejor con el libro ya publicado. Marisa R. nos contó cómo al principio se enfadaba con la narradora y se preguntaba "¿Por qué no sale de sí misma y lo comenta con otros, que es la solución?", aunque le reconciliaba la declaración de amor que también transmite el texto; ante esto Marta se alegró de la capacidad del libro de provocar malestar en forma de rabia o enfado, porque el propio libro parte también de esta premisa. Por su parte, Beatriz hizo una certera crítica a una sociedad que a menudo no nos permite sacar hacia fuera el malestar y Marta explicó que, además de ir hablándolo con amigos más adelante, afortunadamente el propio libro es una forma de contarlo.

Tras una intervención de Pino, Marta describió la relación entre fragilidad y salud en el sentido de que ella cuando escribió sanó, y subrayó la utilidad de la palabra escrita y la palabra literaria en un contexto social en el que ambas están desprestigiadas. Nos explicó que de la palabra literaria le interesa su capacidad para transmitir la verdad —aunque sea una verdad subjetiva—, la autenticidad frente a la verosimilitud. Entonces nos habló del discurso de un grupo de juristas catalanas que denuncian cómo los jueces a menudo desestiman los testimonios de mujeres maltratadas por considerar que "no son verosímiles", cuando lo que tienen que ser es verdaderos. Recuperando la idea de que estamos pensando en lo mismo, cabe mencionar el texto dramático de Nina Raine que se ha representado esta primavera en el CDN bajo el título Consentimiento, en una versión de Magüi Mira. Después volvimos a tratar la capacidad terapéutica de la escritura a través de la experiencia personal de las lectoras y Marta recomendó la lectura de La conciencia de Zeno, de Italo Svevo, donde el autor lleva la técnica de los diarios psiquiátricos a la novela y la utiliza como un recurso literario.

Según nos confesaba la autora, la mayor alegría que le ha dado la publicación de Clavícula es la oportunidad de salir de los cenáculos literarios, pues ha podido participar en encuentros celebrados en hospitales o en la sede la Plataforma Seguimos Viviendo, una asociación de afectados por el síndrome tóxico del aceite de colza establecida en el barrio de Vallecas. Al hilo de esto, Pino compartió con las lectoras su experiencia trabajando en las Unidades del Síndrome Tóxico, agradeció a Marta que diera voz a los afectados y explicó que se trata de un tema obviado incluso en publicaciones específicas sobre la salud en Vallecas.

Marta se detuvo después en las particularidades del libro, una obra literaria aparentemente desestructurada y que recoge una miscelánea de géneros, registros y tonos; y explicó que en un texto literario el cómo se dicen las cosas es indisociable de lo que se está diciendo. Comentó que todo lo que se cuenta en el libro es verdad —una verdad tamizada por el filtro de la subjetividad, en ese momento muy vulnerable—, así como que en el momento de escribirlo solo se veía capaz de construir textos fragmentarios. Además, explicó que Clavícula es, como decía Edurne Portela en una reseña, una reivindicación del derecho a la queja desde la crítica a una sociedad en la que parece que todo tiene que ser "buen rollo" y donde quejarse está mal visto. Reivindicó la legitimidad de hacerse visible en una época «poco fotogénica» y tratar también de visibilizar a otras que nunca van a poder tomar la palabra. Explicó que sus autobiografías tienen que ver con lo común y no con lo individual, y subrayó la necesidad de la fraternidad, de sentirnos parte de un nosotros, que hace de esta obra un canto de amor a quienes la han comprendido y apoyado, así como un canto al sistema público de salud y una denuncia de su precarización —nos recomendó ver la película The party, de Sally Potter—, y confesó que pese a las circunstancias decidió no hacerse un seguro privado. Finalmente, describió el libro como una novela materialista en la que la protagonista no puede aferrarse a la espiritualidad, porque es atea, ni al sentido de perduración de la especie, pues no ha tenido descendencia.

Ante la pregunta de Inés sobre el impacto del libro y su comentario sobre la manera en que conectó con él a través de la fragilidad de la narradora y las experiencias compartidas, Marta respondió que en esta ocasión ha encontrado más empatía, sobre todo porque ha llegado a un mayor número de lectores como consecuencia del funcionamiento de la industria del libro. Sin embargo, citando a José María Guelbenzu, explicó que conoce su campo cultural y el espacio que ocupa el campo literario dentro de este, así como que es consciente de que la repercusión de ambos en la sociedad es cada vez menor.

Hablamos acerca de la decisión de la autora de no utilizar la ficción, pues entiende que esta no es obligatoria en un texto literario y que en los buenos textos la ficción es real en cierta medida porque construye la sentimentalidad y la manera de ver el mundo. Así, Marta defendió la idea de que la literatura no tiene por qué utilizar la imaginación desde un punto de vista temático y se refirió a El paseo, de Robert Walser, donde el lenguaje literario permite dibujar esas pequeñas cosas de la cotidianidad que nos pasan desapercibidas. En el caso de Clavícula, Marta ha decidido legitimarse como escritora no interponiendo una máscara entre ella y el lector, sino encontrando una forma de escribir que expresa aquello que quiere transmitir.

Además, afirmó que Clavícula no solo debe interesar a las mujeres y habló de la necesidad de que, frente a lo masculino entendido como lo universal, la condición humana se rellene con asuntos que tengan que ver también con estas. Emilia subrayó la ternura expresada por parte del entorno de la autora y coincidió en que el libro trata cuestiones universales, no solo propias de mujeres, pues el envejecimiento es un tema tabú y poco investigado también —y más, si cabe— en el caso de los hombres. Pino describió el libro como un abanico que abre y cierra y se mostró muy sorprendida por lo presente que está el debate entre la realidad y la ficción; mientras que María Luisa señaló el acierto de la autora de emplear la metáfora del Bósforo de Almasy, extraída de El paciente inglés, ante lo cual Marta nos contó que el primer lugar en el que oyó hablar del hueco supraesternal fue en Sospecha, de Hitchcock.

Al preguntarle sobre el límite entre lo psicológico y lo físico, Marta aseguró que según su experiencia se trata de facetas indisolubles, pues en su caso lo físico repercutía en los psicológico —y viceversa—, y a su vez todo tenía que ver con lo social. Por otro lado, nos explicó que a lo largo del proceso que dio origen al libro descubrió "la intrínseca intolerancia española a la psiquiatría y a los psicólogos", completamente opuesta a la relación que se establece con estos profesionales en otros países de Hispanoamérica como Argentina. Al preguntarle por su propia relación con ellos, explicó que nunca ha ido al psicólogo ni al psiquiatra, pero que sí ha podido conocer a Mariano, el psicólogo al que menciona en el libro. Ante la pregunta de Marisa T. sobre el doctor Bartoldi, personaje de su novela Black, black, black, Marta nos explicó que es un personaje ficticio que hace un guiño al editor Constantino Bértolo; y al mencionar la novela nos explicó cómo con la construcción de una de sus protagonistas, Luz Arranz, presentó a una mujer menopáusica cuyo proceso se ha acabado pareciendo misteriosamente al que ella misma ha experimentado. Por otro lado, la búsqueda que subyace a Clavícula, en la que Marta trata de encontrar el origen de su dolor, me recordó a un relato poco conocido de Emilia Pardo Bazán titulado "La cabeza a componer" incluido en el volumen Poshumanas de la Antología de escritoras españolas de ciencia ficción realizada por Lola Robles y Teresa López-Pellisa.

Pudimos comentar la relación entre Clavícula y otras obras de Marta. La relación con Farándula es total, porque en el momento de escribir Clavícula se sentía como Daniel Vals; en ambas, en un caso desde el exceso y en el otro de una forma mucho más austera, refleja una experiencia biográfica, se quita la máscara y nos habla de la precariedad de los trabajos culturales. En cuanto al ensayo Éramos mujeres jóvenes, que engancha también con La lección de anatomía y combina elementos autobiográficos con otros fragmentos más documentales y analíticos, estaba escribiéndolo cuando apareció el dolor, por lo que además de tener temas en común ambos libros conversan inevitablemente desde tonos muy diferentes.

Después nos habló sobre la relación entre Clavícula y otro tipo de textos autobiográficos: las novelas de duelo. Explicó que su obra es muy diferente porque en ella habla de vivos y aunque trata temas tristes a la vez está lleno de vitalismo, como sucede en Sarinagara, de Philippe Forest. Aprovechó para recomendarnos otras dos novelas de duelo: Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente, y Ordesa, de Manuel Vilas; así como la novela sobre la memoria histórica Maquis, de Alfons Cervera.

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Por último, hablamos de Amor fou, que estaba revisando cuando apareció el dolor. Escrita en 2004 y publicada en Miami en 2013, Marta nos explicó que se trata de una obra de muy difícil publicación en España porque "cuenta que el emperador está desnudo" y se dirige a un lector muy activo, crítico y literario; de manera que más allá de una posible censura ideológica podríamos hablar de la censura económica que subyace a esta. En ella pone el dedo "en todas las llagas de la democracia" y refleja situaciones que están ocurriendo en la actualidad, a la vez que impugna tanto el canon de la realidad como el de la literatura. Recientemente, Anagrama ha publicado el texto revisado por la autora, con prólogo de Isaac Rosa.

En este momento Marta Sanz no escribe más que artículos y colaboraciones para distintos medios, pues se está dedicando a viajar para promocionar la novela, participando en congresos, ferias, clubes de lectura y tertulias literarias, así como a impartir clases. Finaliza la tertulia con una constatación: le sigue doliendo la clavícula porque sus condiciones objetivas no han cambiado. Seguro que muchas nos sentimos identificadas con ese dolor.

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