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Verso Libre

Lo que nos jugamos en Madrid

Luis García Montero nueva.

El orgullo de ser una alimaña. El orgullo de ser analfabeto. Empiezo esta columna con dos endecasílabos, dos versos de 11 sílabas, que en este caso están acentuadas en la tercera, la sexta y la décima. Lo digo con ánimo de molestar. Por desgracia hay muchos vecinos y vecinas que se ponen nerviosos cuando en las reflexiones se aporta la meditación propia de la cultura. Poco acostumbradas a pensar un mundo complejo, hay personas que sólo se sienten identificadas en su pureza instintiva e ideológica con los tonos del picha, coño, teta y culo. Nada más sospechoso que un intelectual.

Conviene tomarse en serio que hayamos creado sociedades en las que vivan tantas personas orgullosas de ser analfabetas. Educación y cultura, ¿para qué? Quien habla bien y grita poco es que no vale o quiere engañarnos. Asistimos hace muy poco a la invasión del Capitolio por un gentío disfrazado de búfalo. Es un problema grave para los demócratas que no quieren caer en el paternalismo de las élites y que no se contentan con despreciar a los energúmenos. ¿Qué estamos haciendo mal?

La respuesta es larga y profunda, pero también hay errores que saltan a la vista. El maltrato de la educación pública, la precaria inversión, los mecanismos que conducen esa poca inversión a colegios que cultivan el elitismo o el sectarismo, crean una dinámica por la que los no educados para ascender y mandar sienten rechazo de la cultura y la educación. En sociedades serviles y tradicionales, la ignorancia provocaba humillación, obediencia. Las sociedades democráticas que no se toman en serio la igualdad generan, por el contrario, orgullos heridos y odios ante el propio desamparo.

La falta de educación facilita que algunos manipuladores distorsionen la realidad, los datos y las palabras. La sociedad democrática, en un proceso que avanzó desde el Humanismo a la Ilustración, definió la libertad como un derecho comprometido con la sociedad. El Estado democrático, gracias a su contrato social y su contrato pedagógico, se entendió a sí mismo como un marco ordenado de convivencia en el que los ciudadanos y las ciudadanas puedan ejercer en condiciones de igualdad la libertad de sus conciencias. Subrayo ciudadanos y ciudadanas porque la incorporación de la mujer a los derechos democráticos es una conquista reciente e imprescindible para que la libertad y la igualdad caminen de la mano dentro de una convivencia justa.

Cuando se pierde la dimensión social de la palabra libertad y se olvida la convivencia, todo deriva en la ley del más fuerte y el orgullo de ser una alimaña. Las alimañas suelen tender a la violencia y el machismo. Los que nos educamos junto a un edificio de la Sección Femenina, territorio de doña Pilar Primo de Rivera, sabemos hasta qué punto es estrategia del mundo machista otorgarle a la mujer el privilegio de defender los discursos caseros contra la igualdad, el feminismo, el respeto al otro y la convivencia. Mujeres y hombres orgullosos de ser alimañas fomentan el odio, el racismo, el autoritarismo, la mentira calculada, y aprovechan la ignorancia y el miedo para romper la convivencia democrática.

Madrid lleva muchos años en manos de políticos que fomentan el orgullo del analfabetismo y de la fiereza. Ahora nos jugamos en Madrid lo mismo que hace unos meses se jugó EEUU en la campaña de Trump: el peligro de seguir degradando la igualdad y la democracia bajo el mando de consignas manipuladoras o darle una nueva oportunidad a la política, y no sólo para que despreciemos a las alimañas, sino para que hagamos ejercicio de conciencia ante los propios errores. No es un problema menor el de nuestras sociedades: ser un sinvergüenza reconocido o una sinvergüenza reconocida no quita votos, sino que los atrae, sobre todo cuando una campaña calculada de imagen disfraza al listillo o la listilla de tonto o de tonta, de cordera o de fiera en la ley de la selva.

Votar es como alquilar una casa

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Algo más se juega Madrid. La clamorosa corrupción que marcó el pujolismo pujolismo en la política catalana animó a que sus descendientes escogiesen el camino del independentismo para ocultar sus robos. En vez de asumir que estaban hundiendo la sanidad pública y la educación catalana, empezaron a gritar: "España nos roba". En Madrid, había un sistema de corrupción muy parecido, por lo que a la derecha le convino alimentar la batalla y empezar a ofender a los catalanes para ocultar sus propios robos. Una condesa consorte pidió a los madrileños que dejaran de consumir productos catalanes por amor a España mientras, según parece, hacía negocios con un cuadro de Goya a espaldas del patrimonio artístico nacional.

La dinámica ha sido muy grave para la política española y está en la raíz, más que el recuerdo de Franco, de los brotes identitarios de la extrema derecha. La imagen de Madrid y Cataluña ha quedado dañada. Ahora el problema se agudiza en Madrid. La insolidaridad de las autoridades de Madrid en medio de la pandemia, dinamitando las políticas comunes contra el virus y haciendo una irresponsable demagogia electoralista en nombre de la libertad del más fuerte, puede dar algunos votos de ignorantes y alimañas, pero está haciendo que Madrid deje de ser la capital de España en el sentimiento de muchos españoles. En Andalucía, en Extremadura, en Galicia, en muchos lugares de España, personas muy convencidas de su nacionalismo español se sienten cada vez más lejos de Madrid. Y eso, además de un problema político que agrava la articulación territorial, es para mí una tristeza.

Y déjenme que acabe con algunos endecasílabos más. Democracia es saber movilizarse. Ser libre es respetar instituciones. Abstenerse es igual que suicidarse. Votar, votar…, benditas elecciones. De verdad que Madrid es otra cosa. De verdad que Madrid es otra cosa.

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