Qué ven mis ojos
Balas y navajas contra la democracia
“Lo que nos enseña el fascismo es que un pobre diablo puede desatar un gran incendio”.
La única duda, en estos momentos, es si la sonrisa de Isabel Díaz Ayuso y la de Rocío Monasterio son la misma en dos bocas diferentes o hay algo que las distinga, podría encontrarse en ellas un matiz ideológico, moral, programático, expresivo... Pero el caso es que ahí está, formando parte de su vocación despectiva hacia el rival transformado en enemigo, que es como las personas sin naturaleza democrática ven al adversario, no como alguien a quien superar sino como alguien a quien destruir, y aparece, por ejemplo, cuando se comenta en su presencia que al candidato de Unidas Podemos a la Comunidad de Madrid le han enviado una carta con balas y amenazas, como si la política y las guerras entre bandas mafiosas fueran también cosas iguales, y tanto una como la otra componen el mismo gesto irónico, despectivo, verbalizado con esa clase de condenas generales sobre la violencia que dejan entrever que ambas son comprensivas con esta en particular y, sobre todo, con que se ejerza contra Pablo Iglesias.
Esa es la clave, el eje del mal alrededor del que gira todo este aquelarre: que se ha instalado en el discurso público y en algunos medios de comunicación y que viene a decir que contra el ex vicepresidente del Gobierno todo vale, nada tiene límites, de manera que se puede recurrir al acoso continuado de su domicilio, la descalificación bárbara, el acoso judicial que no sirve, por el momento, más que para hacerles perder a los tribunales el tiempo que no tienen, la calumnia repetida una y otra vez o el recurso a estas alturas ya casi circense de emparentarlo con el terrorismo que algunos parecen echar de menos como otros añoran la dictadura, o con ciertos regímenes autoritarios, algo a lo que recurre, sin que a sus dirigentes se les caiga la cara de vergüenza, tal vez porque no la tienen, una ultraderecha al parecer financiada por el Irán de los ayatolás.
El resultado de esa campaña furiosa es que la gente más básica, alguna de la que está más frustrada y tiene menos luces, se la cree y hace de hilo conductor de la violencia: “A Iglesias había que mandarlo al otro barrio y su mujer que se baje un poco más las bragas”, declaraba, por llamarlo de alguna manera, una simpatizante de Vox durante una manifestación. Ese es el nivel. Ese es el peligro que demuestra que siempre que los extremistas participan en unas elecciones, se presentan a ellas contra la democracia. Y por supuesto que hay personas que van envueltas en banderas de las que son indignas: España es mucho mejor que la gente de esa ralea, de esa mala índole.
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El tono ha subido y los radicales con aroma de golpistas han sacado lo peor que había dentro del Partido Popular, que da bandazos, a merced del oleaje de la actualidad y en manos de un secretario general que lo lleva derecho hacia los arrecifes. Pablo Casado es una imitación de líder, un jefe sin recursos ni discurso, que va a la deriva, superado una y otra vez por los acontecimientos, sin capacidad de acción ni de reacción, hasta el punto de estar en manos de la presidenta de la Comunidad de Madrid, un personaje que en cualquier otro país de Europa habría dimitido o ya estaría siendo juzgada después de lo que hizo en la primera ola de la pandemia y de tomar la decisión de prohibir llevar a los hospitales de la región a los ancianos infectados de coronavirus en las residencias geriátricas. Que después de eso siga en la brecha, se ofrezca como salvadora y como ejemplo, resulta inaudito. Que él la use como tabla de salvación mientras ella juega a ignorar a sus adversarios en la lucha por la Asamblea de Madrid y a hablar sólo de tú a tú con Pedro Sánchez, una estrategia que consiste en serrarle al propio Casado las patas de la silla de su despacho, deja claro quién es, hasta dónde llega y qué busca cada uno de ellos.
Las continuas mentiras de Ayuso, más descaradas según le van subiendo las encuestas, su manipulación flagrante de los datos, sus disculpas increíbles y sus sumas mal hechas a propósito deberían pasarle factura y, muy probablemente, haberla apartado de la primera línea, pero muy al contrario, en estos momentos hay quienes la consideran la gran esperanza del Partido Popular e incluso una firme aspirante a llegar a La Moncloa. Esa mujer que llama “mantenidos" a quienes recurren a las "colas del hambre"; que ha atacado a los inmigrantes por tierra mar y aire; que ha derrochado una fortuna injustificable en su sanatorio Isabel Zendal y que deja tras de sí muchas dudas con respecto a su manejo de las instituciones, sus fondos presupuestarios y sus cajas fuertes, se muestra segura de la victoria hasta el punto de negarse a asistir a más debates que el celebrado en Telemadrid, sin duda porque cree que no los necesita para ganar. "Mantenidos y subvencionados" son los socios de su familia, la empresa de su hermano, que recibió setenta mil euros de contratos otorgados a dedo”, le dijo el propio Iglesias, y ella volvió a sonreír. Se entiende su prepotencia, porque algo debe de pasar en Madrid cuando todos los números, de los sanitarios a los económicos, la suspenden, menos uno: el de intención de voto, donde los sondeos le son favorables. El mensaje es demoledor: hagan lo que hagan, si lo hacen los míos los apoyaré igual.
Para rematar el personaje, hay que tener en cuenta el lema que ha elegido para esta campaña y que plantea un enigma: ¿son así de cínicos o de verdad confunden el neoliberalismo con la libertad? Y en lo que se refiere a su socia de Vox, lo raro no es que nadie quiera sentarse a la misma mesa que ella, sino que antes lo hayan hecho todos. Ya lo dijo el propio Pablo Iglesias, que alertó sobre el peligro de hacerle concesiones a los golpistas, cuando regresó en solitario a la SER, tras haberse marchado de allí un par de días antes, por las provocaciones de la candidata de la ultraderecha, que le pone paños calientes a las balas y la intimidación de los matones. Puede que sean ridículos, pero no olvidemos que una de las lecciones del fascismo es que un pobre diablo puede desatar un gran incendio. Para demostrar que las llamas se extienden, la ministra de Industria, Reyes Maroto, ha recibido ya otro anónimo, esta vez con una navaja salpicada de rojo. Me temo que quienes se reían con la grabación en la que al parecer un guardaespaldas de Santiago Abascal disparaba contra fotografías de diferentes miembros del Gobierno, volverán a sonreír. Igual que Ayuso si gana estas elecciones y se apresura a rehacer su alianza con la ultraderecha, que sólo está aquí para dinamitar nuestro sistema, para envenenar los ríos de tinta y vulnerar nuestros derechos. Eso es lo que está en juego el cuatro de mayo.