Todo lo que el rey olvidó en su discurso (y queríamos oír) Marta Jaenes
El mundo no se va a la mierda
El mundo se va a la mierda. Es la frase que de una forma u otra se lleva repitiendo en los últimos meses. La cumbre del clima no lo dijo de una forma tan clara, ni siquiera los que se subieron al escenario para cantarle las cuarenta a los mandatarios, pero el mensaje estaba ahí: no hay vuelta atrás, nos hemos cargado el planeta y esto ya no tiene remedio.
Con la pandemia, la idea se ha hecho más evidente: cuando necesitábamos intentar ir todos a una aquello se desmadró y el mensaje que nos enviaban algunos era ése, “el mundo se va a la mierda”. El individualismo se ha convertido en la religión de muchos, yo a lo mío y los demás que hagan lo que quieran. Es un poco el lema de los antivacunas, de los que desprecian las normas, de los que se saltan los confinamientos, de los que piensan que su derecho a ______ (rellenen el espacio con lo que quieran: “pasármelo bien”, “ir de viaje”, “dejar de llevar mascarilla”, “dejar de pagar impuestos”, y un largo etc.) está por encima de cualquier otro derecho. Es un sálvese quien pueda porque a mí, lo que te pase, me da igual.
"El individualismo se ha convertido en la religión de muchos, yo a lo mío y los demás que hagan lo que quieran".
Los políticos también tiran últimamente del mismo mensaje. Lo dicen aquí en el Parlamento y fuera: este país, tal y como va, se pierde. Todo va mal y poco o nada se puede hacer por cambiar el rumbo, excepto votarme a mí.
El último en sumarse a esta retahíla de pesimismo ha sido la película que va a estrenar hoy Leonardo Di Caprio. Es una sátira precisamente de ese “ya no hay nada que hacer”, hemos perdido el tren y sobre todo por culpa del pasotismo de quienes tenían que tomar decisiones, a quienes les tocaba coger las riendas y tomar decisiones. La trama va sobre unos científicos que descubren un meteorito que impactará contra la tierra y son incapaces de convencer a quien corresponde que hagan algo, “¿para qué si todo se va a la mierda?”. Un poco lo que escuchamos día sí y día también en la vida real.
Bueno pues ya está bien. Ya está bien de enviar una y otra vez este mismo mensaje derrotista, pesimista, apocalíptico. Ya está bien. No es justo y no es justo especialmente para nuestros hijos. Los veo dejarse la piel en buscarse una salida laboral en este mundo tan jodido, hincando codos como jabatos, intentando dar lo mejor de sí mismos y, ¿para qué? ¿para que les repitamos una y otra vez que da igual lo brillantes o lo que puedan aportar porque total, esto se va a la mierda? Oiga, pues no. Igual no. Igual son ellos los que nos salvarán de ese apocalipsis inevitable al que todos nos quieren empujar.
Hay una generación que ha visto cómo su juventud ha tenido que reinventarse para poder adaptarse a esto. Sacar un curso adelante, algunos final de etapa, con la EVAU encima, sin saber qué iba a pasar, dando clases a trompicones con el formato online. Otros, con la beca ya concedida, a punto de volar para poder empezar a construir su futuro, encerrados en casa, con los sueños aparcados, y volviendo a buscar otra ilusión con la que poder crecer.
No podemos hacerles eso. No podemos decidir que para ellos ya no hay futuro. Luego les pediremos que respeten las normas, que acepten la autoridad de quienes les piden que las acaten, que cumplan con lo pactado. ¿Para qué? ¿Para decirles inmediatamente después que no nos importa lo que puedan aportar porque total, esto se va a la mierda? Pues no. Me niego. Confío en esa generación, confío en el talento que puedan aportarnos, en que ellos sean más hábiles, inteligentes e incluso generosos para encontrar una salida a este callejón sin salida. Sí, y además creo, espero, no equivocarme.
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