Esta semana la Real Academia Sueca de las Ciencias ha anunciado los premios Nobel de ciencia. La investigación médica, física y química han pintado los titulares de las portadas de los periódicos de medio planeta. Es una de esas ocasiones en las que el ciudadano ajeno a la ciencia se entusiasma con una investigación como cuando su equipo gana el Mundial. Estos días en las quinielas de nobeles sonaba con fuerza un español. La ilusión se disparó, pero no pudo ser.
El científico patrio con papeletas para ser el próximo nobel científico es Francis Mojica, microbiológo de la Universidad de Alicante. Él descubrió un mecanismo del sistema inmunológico de las bacterias que ha revolucionado los laboratorios de todos los puntos del globo. Las bacterias insertan en su genoma fragmentos de ADN de los virus que les han atacado a modo de vacuna contra una futura infección.
A partir de sus hallazgos dos científicas, las químicas Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier crearon en 2012 la herramienta de edición de genomas CRISPR. Gracias a este método es posible manejar el ADN para modificar los genes, introducir o corregir mutaciones. En definitiva, son una especie de tijeras moleculares que permiten reescribir a voluntad el mensaje de la vida. Antes de su aparición había que diseñar una técnica concreta para cada experimento particular.
Sus aplicaciones son innumerables. Mejora de cultivos en agricultura, prevención de enfermedades mediante la creación de mosquitos que no transmiten la malaria o el dengue y la corrección de enfermedades en humanos a través de la edición del genoma de los embriones. Esta última utilidad ha resultado la más polémica y está en pleno desarrollo.
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Dice Mojica que es demasiado pronto para que le den un Nobel a CRISPR y, humilde, tiende a pensar que él se quedaría fuera, pero tenemos tantas ganas y orgullo por nuestros científicos que los periodistas le hemos frito a llamadas estos días. Como si fuera Iniesta.
Sería el primer nobel en química o el tercero en medicina. Españoles tan solo hay dos científicos premiados, ambos en la categoría de medicina. El navarro Santiago Ramón y Cajal fue el primer español en ganarlo en 1906. Por describir la anatomía de las neuronas y su mecanismo de conexión, la sinapsis. Severo Ochoa lo mereció en 1959. Él es el padre de la biología molecular. Fue él quien dio los primeros pasos sólidos hacia la descripción de los seres vivos desde el punto de vista más íntimo y difícil de observar y comprender a primera vista, el bioquímico y genético.
La CRISPR ya ha despegado y a lo largo de este año veremos cómo coge altura y estabiliza su vuelo. Si llega alto, quizá el año que viene tengamos la tercera copa, digo, el Nobel, en nuestras manos.
Esta semana la Real Academia Sueca de las Ciencias ha anunciado los premios Nobel de ciencia. La investigación médica, física y química han pintado los titulares de las portadas de los periódicos de medio planeta. Es una de esas ocasiones en las que el ciudadano ajeno a la ciencia se entusiasma con una investigación como cuando su equipo gana el Mundial. Estos días en las quinielas de nobeles sonaba con fuerza un español. La ilusión se disparó, pero no pudo ser.