Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Y este antifeminismo ¿de dónde sale?
El 75% de los votantes de Se acabó la Fiesta, la agrupación electoral del agitador ultra Alvise, son hombres de 18 a 44 años, según la encuesta preelectoral del CIS. Varones que en las elecciones generales del año pasado votaron a Vox, procedentes de las periferias de grandes ciudades y zonas con niveles muy altos de desempleo. Hasta que no analicemos los sondeos postelectorales no tendremos una fotografía exacta de sus electores, pero de momento se pueden sacar algunas conclusiones. La más importante es que entre esos 800.000 votos hay un ejército misógino de hombres muy enfadados que han encontrado en sus mensajes antifeministas un potente argumento al que aferrarse. Pero ¿de dónde salen?
Echemos la vista unos años atrás. El 8 de marzo de 2018 España protagonizó una huelga feminista histórica. Ese día nos convertimos en uno de los epicentros de la lucha por la igualdad. Un ejemplo internacional, un modelo a seguir. Miles de personas salimos a la calle para gritar contra la violencia, la desigualdad y la opresión que sufrimos las mujeres. En aquellos días, costaba encontrar a alguien que dijera que no era feminista, aunque ni siquiera supiera bien lo que significaba el término. ¿Qué ha pasado en estos seis años para que el discurso antifeminista haya calado tanto? ¿Para que sea, incluso, un motivo de orgullo? ¿Para que haya hombres que alardeen de ello sin ningún tipo de pudor a pesar de atentar directamente contra los derechos humanos?
Un mensaje negacionista que, por cierto, corroboran los datos: 1 de cada 4 jóvenes cree que la violencia machista es un invento ideológico. Varones que piensan que, aunque está mal, siempre ha existido y por lo tanto es inevitable. Jóvenes que dicen que es algo habitual en la pareja o que, si es de baja intensidad, no es un problema.
Las mujeres hemos dado grandes pasos en nuestros derechos en las últimas décadas, al menos de manera formal. Es innegable, ahí están las leyes, aunque lo cierto es que a día de hoy sigue costando encontrar algún indicador que nos hable de igualdad real. Pero de un tiempo a esta parte, el machismo, que siempre se reinventa, ha instaurado la idea de que hombres y mujeres partimos de la misma casilla de salida y encontramos los mismos obstáculos en nuestros caminos. Por lo tanto, el mensaje que ha llegado a muchos es que cualquier logro a nuestro favor es innecesario y discriminatorio para ellos.
Sería injusto decir que es sólo una crisis de masculinidad de hombres desubicados ante los avances en igualdad. A eso hay que unirle la precariedad laboral, motivada por las políticas neoliberales y el desmantelamiento del Estado del bienestar que se acrecentó desde la crisis de 2008 y más tarde con la pandemia. Jóvenes hartos de un sistema que parece expulsarles una y otra vez. El caldo de cultivo perfecto para los movimientos populistas que han sabido reclutar a hombres convencidos de que han perdido sus privilegios en detrimento de las mujeres, de las personas migrantes o del colectivo LGTBI. Lo vimos con Trump en Estados Unidos o con Bolsonaro en Brasil. Lo vivimos con la irrupción de Vox en las instituciones de España en 2018. O con Milei convertido en presidente de Argentina hace tan sólo unos meses.
Este ejército misógino campa a sus anchas en la machosfera, un agujero negro cibernético en el que captan a otros hombres que culpan a las mujeres de sus frustraciones. No es ninguna broma: muchos de estos falsos gurús tienen millones de seguidores
De forma recurrente oigo estos días una pregunta: ¿cómo es posible que el discurso de Alvise haya llegado a tanta gente si no ha salido en los medios de comunicación tradicionales? No lo ha necesitado. Su nicho de mercado está en Telegram, las redes sociales e internet. Las activistas feministas llevan años alertando de ello. Cuenta la escritora Laura Bates en su libro Los hombres que odian a las mujeres que esta comunidad misógina campa a sus anchas en la machosfera, un agujero negro cibernético en el que captan a otros señores que culpan a las mujeres de sus frustraciones (sólo tienen que repasar el perfil de cualquier activista feminista para ver la cantidad de odio y violencia que recibe en sus publicaciones).
Hombres que se sienten víctimas de las leyes de igualdad —¿recuerdan a los que repetían sin descanso que tras la aprobación de la ley del sólo sí es sí habría que firmar un contrato antes de mantener relaciones sexuales?—, que señalan a las mujeres por no querer acostarse con ellos, que se dedican a hacer caja dando consejos de seducción basados en el acoso o lanzan mensajes reaccionarios convertidos en coaches del fitness. No es ninguna broma: muchos de estos falsos gurús tienen millones de seguidores.
Mentiría si dijera que no me preocupa el auge de la ultraderecha en la Unión Europea, sobre todo en países como Francia o Alemania. También en España, donde un propagador de bulos sin programa político machista y racista como Alvise (que, por cierto, lleva años criticando la política de subvenciones y ahora recibirá un millón de euros tras su éxito electoral) ha conseguido más votos en algunas comunidades que Sumar, el partido que forma parte de la coalición de Gobierno.
Es una advertencia: su mensaje cala. Ante eso, las mujeres feministas ya hemos demostrado que somos dique de contención ante los ultras. Seguiremos siéndolo. Son nuestras vidas las que están en juego.
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