La vieja Europa vuelve a las andadas: los lectores de Stefan Zweig gritan de entusiasmo. Extra, extra, las clarisas de Belorado rompen con su santidad. Lo que nos faltaba: cismas en la España vaciada. Dicen haber llegado «a la conclusión empírica» de que llevamos sesenta y pico años sin papa de Roma. ¿El Vaticano II? Un «conciliábulo plagado de herejías». Lo explican todo en un tochazo de setenta páginas, agilísimo de leer.
Latrocinio y apostasía. Caray. De Juan XXIII en adelante, todos usurpadores. Me pregunto si las reverendas madres llevarían mucho con la mosca tras la oreja o si alguna, una buena mañana en mitad de los salmos, dio un respingo en el coro y dijo: coñe, ¡que nos la han colado! Qué quieren que les diga, me inquieta el fenómeno fan con Pío XII; no solo por su tibieza con los muchachuelos de las esvásticas, sino porque es un raro signo de la Providencia que tu cadáver reviente como un ciquitraque en mitad del entierro.
¿Se saben la historia? A Pacelli (apellido secular del mozo) le daba canguelo lo del embalsamamiento, así que su médico personal (oftalmólogo de carrera, estafador por vocación) le ofreció una alternativa: lo meterían en aceite (como a las conservas) y luego lo forrarían con celofán. Contra todo pronóstico, la ocurrencia del ingenioso tanatopractor produjo un efecto indeseado: el cuerpo del vicario de Cristo se hinchó como un odre y, luego, catapúm. Los soldados de la guardia de honor se desmayaban del pestazo y los monseñores vomitaban por los rincones. Olor a santidad, eau de toilette.
Los fascistas podrán fundar una asociación de majorettes para desfilar al paso de la oca, pero siempre actúan por su cuenta y riesgo
Volvamos. Huyendo de impostores, las sores han jurado obediencia a un tal Pablo de Rojas, obispo de sí mismo, príncipe elector del sacro imperio, grande de España y archipámpano de las indias. Qué humilde: servidor, ya puestos, se hubiese proclamado emperador interplanetario, patriarca de las iglesias meridionales, caballero jedi y la reencarnación del mismísimo Buda. Caramba con el olfato de las monjas truferas: si las dejan, en una semana se sacan la suscripción al Fórum Filatélico. Para atajar los rumores maliciosos, las doñas han abierto un Instagram para contar su versión de los hechos. Miren, aclárense: o al tradicionalismo o a las redes sociales; no se puede estar a todo.
Mientras tanto, en Eslovaquia casi cantan magnicidio. Un espontáneo le dijo al primer ministro ven, ven y le metió cuatro tiros en la barriga. Operación bikini, que se acerca el verano. ¿El criminal? Un tesorito: poeta amateur, novelista autopublicado y, de profesión, segurata. Recién traído del Renacimiento, oiga, un hombre de armas y letras. Los medios nos tranquilizan con el arrullo habitual: lobo solitario, cánido autónomo. Los fascistas podrán fundar una asociación de majorettes para desfilar al paso de la oca, pero siempre actúan por su cuenta y riesgo. Lo de juntarse con los colegas para estirar el brazo y maldecir gitanos no creo que tenga relación con estos aislados episodios homicidas.
El panorama resulta esperanzador. Los chiflados de la teoría del reemplazo estarán contentos: los pérfidos sarracenos ultrafecundos no consiguen despojarnos de nuestras inveteradas costumbres occidentales y católicas. Para rematar con un florón, sugeriría unificar las tramas. Raro será que el obispastro inventivo no se haya otorgado la dignidad de archiduque.
La vieja Europa vuelve a las andadas: los lectores de Stefan Zweig gritan de entusiasmo. Extra, extra, las clarisas de Belorado rompen con su santidad. Lo que nos faltaba: cismas en la España vaciada. Dicen haber llegado «a la conclusión empírica» de que llevamos sesenta y pico años sin papa de Roma. ¿El Vaticano II? Un «conciliábulo plagado de herejías». Lo explican todo en un tochazo de setenta páginas, agilísimo de leer.