El Gobierno le mete un gol a la oposición aprovechando su punto flaco: la comprensión lectora. Pérfidos, ¡malandrines! Borja Sémper –el poeta, el moderado– dice que la triquiñuela es indigna. Los ciento treinta y siete diputados piden a sus asesores hora en la óptica: es indignante que el Congreso no les pague las gafas de leer.
"Lo que Pedro Sánchez considera una vitoria no es más que una derrota para la democracia y la decencia", ha tuiteado Feijóo. Por eso votamos a favor, le ha faltado añadir. El tuit va acompañado de dos fotos del heroico orador estirando el brazo (como si se fuera a arrancar por seguiriyas), una de su mano agarrando fuertemente el pomo de una barandilla (lo juro) y otra ovacionando a Marimar Blanco, prima donna de la chirigota que han parido las lumbreras de Génova. Se abre el telón y el presidente del Gobierno, en la tribuna, trata asuntos migratorios. De repente, la senadora irrumpe en el Congreso de los Diputados. (En Madrid, todo está muy mal indicado). La bancada popular aplaude con solemnidad. María del Mar, fingiendo demencia, hace como que su partido no ha votado en bloque la ley de la que tanto abjuran. "Txapote se va a comer las uvas en su casa mientras mi hermano está bajo tierra". Desde su escaño, el portavoz Tellado agita fotos de socialistas asesinados. Elegantísimo todo.
No es buena idea dejar la política antiterrorista en manos de las víctimas de ETA. Respeto, dignidad y justicia, pero hasta ahí. No es ninguna excentricidad: no dejamos que los afectados por cualquier otro crimen decidan la pena de sus victimarios: en eso se sustenta nuestro sistema de justicia. Y, puestos a pedir, sería maravilloso que aquellas víctimas que ostentan cargos de representación pública recordasen que el escaño no es una compensación por sus sufrimientos. Para concluir el bochornoso sainete, un vocero del partido ha asegurado que pelillos a la mar. Quien la hace no la paga: "son nuestras costumbres y hay que respetarlas", ha declarado. Por más que busco, la senadora desubicada tampoco dimite en protesta. Qué papelón.
Con tanta sobreactuación, otra oportunidad perdida para discutir si el punitivismo exacerbado tiene sentido tras la rendición de ETA. Porque todo el asuntillo viene detonado por la aplicación de una directiva europea que dice (¡atentos!) que hay que descontar los años de prisión que, por esos delitos, los reos hayan pasado en cárceles de países de la Unión.
No es buena idea dejar la política antiterrorista en manos de las víctimas de ETA. Respeto, dignidad y justicia, pero hasta ahí. No es ninguna excentricidad: no dejamos que los afectados por cualquier otro crimen decidan la pena de sus victimarios
Antes de que lo interrumpiesen, Pedro Sánchez hablaba de las bondades de la inmigración: Marlaska, en su escaño, afilaba unas concertinas. Por lo visto, los migrantes vienen a tener hijos y a trabajar. El discursito me crispa, porque estamos a dos pasos de resucitar a Rousseau y pregonar las virtudes del buen salvaje. Miren, la gente emigra porque en sus países las pasan canutas; y sería razonable que los acogiésemos porque son seres humanos y tienen dignidad, no porque nos vayan a pagar las pensiones o porque sean seres de luz que vienen a traernos el bien, la bondad y la belleza. El asunto, sin duda, es complicado, pero sería muy de agradecer que los partidos dizque de izquierdas se dejaran de milongas y dejasen de tratar al prójimo como una fuerza de trabajo que, para colmo, tiene que repoblar los páramos del interior.
Por cierto, la semibaja sigue tramitándose. Mónica García está dispuesta a estudiar la "reincorporación paulatina". ¿Sumar? Ciudadanos 2.0. Entre tanto, el Consejo de Ministros hace horas extras: una cónyuge está en peligro y no hay que escatimar esfuerzos en su rescate. Pedro Sánchez prepara otra cartita a la ciudadanía. Para aliviarle el sofoco, Pilar Alegría y Óscar Puente han iniciado el protocolo Goodbye Lennin. ¿Primer paso? Tergiversar los dictámenes de la Audiencia de Madrid. Lo mismo lo han entendido mal: la falta de comprensión lectora acabará con nuestra democracia.
¡Caramba! ¡Salta la noticia! Parece que, finalmente, empurarán a Ábalos con todo el peso de la ley. Con lo modosito que parecía. No descartemos que su inmolación sea un último sacrificio por el sanchismo, otra astuta maniobra para distraernos del Begoñagate.
El Gobierno le mete un gol a la oposición aprovechando su punto flaco: la comprensión lectora. Pérfidos, ¡malandrines! Borja Sémper –el poeta, el moderado– dice que la triquiñuela es indigna. Los ciento treinta y siete diputados piden a sus asesores hora en la óptica: es indignante que el Congreso no les pague las gafas de leer.