Cada día de confinamiento escuchamos o leemos veinte veces eso de que “en las situaciones más difíciles es cuando aparece lo mejor y lo peor de nosotros mismos”. No lo discuto, aunque uno tiende a pensar que en realidad lo que asoma de cada cual es lo de siempre, lo que ya era o demostraba ser. Otra cosa es lo que percibimos en circunstancias tan tremendas como las que atravesamos, más allá de postureos, vanidades o ataques espontáneos de solidaridad coyuntural. Al grano: mientras seguimos sufriendo el goteo de víctimas mortales por el coronavirus y observamos esperanzados cómo las medidas tomadas empiezan a doblegar la maldita curva, hay quien considera oportuno aprovechar aguas tan revueltas para intentar pescar en interés particular o grupal, político o mediático.
No insistiré sobre la envidiable capacidad de predicción a posteriori, tan extendida como inútil (ver aquí o aquí). Sólo quiero poner hoy el foco en algunos ejemplos que van más allá de la simple egolatría, porque no sólo advierten que todo lo que nos ocurre era evitable (lástima que lo digan ahora y no hace meses) sino que plantean consecuencias políticas de calado, en absoluta coherencia con lo que a sus autores les viene interesando desde tiempos muy anteriores al coronavirus.
Que el Partido Popular o Vox o Ciudadanos, con matices no poco importantes, consideren que la gestión del Gobierno de Pedro Sánchez es un desastre e intenten transmitir que la derecha habría sido mucho más eficaz ante una pandemia global no deja de tener su lógica partidista y legitimidad democrática. Independientemente de que a uno le puedan parecer miserables y hasta ofensivas para la inteligencia determinadas reacciones, y de muy escasa responsabilidad esas tácticas cortoplacistas que manejan a la vez el “tiendo la mano al Gobierno” y el “váyase, señor Sánchez” o “despida al señor Iglesias” o ambas cosas a a la vez. Ha habido errores de gestión, es evidente, y decisiones muy poco compartidas o mal comunicadas por el Gobierno, y todo eso debe criticarse y analizarse con rigor. Pero aquí se trata de algo más que el necesario y legítimo ejercicio de control al poder. Aquí se está tratando de forzar un cambio del poder salido de las urnas aprovechando la crisis socio-política provocada por la epidemia.
Y no me refiero sólo a la estrategia indisimulada de los principales partidos conservadores de oposición y a sus potentes baterías mediáticas. Conviene leer atentamente a quienes mucho antes de surgir esta pandemia ya remaban desde otros ámbitos por soluciones políticas que en ningún caso permitieran un gobierno de izquierdas en España. El pasado lunes 23 de marzo escribía Juan Luis Cebrián en El País una página titulada Un cataclismo previsto, en la que utilizaba un informe de septiembre de 2019 del Banco Mundial y de la ONU para acusar de “negligencia” a “los diversos ministros de Sanidad y sus jefes” por no haber tomado las medidas adecuadas “a fin de conjurar lo que ya se describía como una acechanza cierta”. Se desconoce por qué alguien con la influencia y la agenda de Cebrián no impulsó desde septiembre de 2019 una campaña mundial para exigir a los gobiernos de todo el mundo, desde China a EEUU pasando por Italia, España, Corea del Sur, México o Ecuador que se prepararan para lo peor e intentaran evitarlo. Aunque tiene razón en la conveniencia de hacer mucho más caso a las alertas que lanzan a menudo la ONU, la OMS, la OCDE u otras organizaciones internacionales ninguneadas. ¡Ojalá tuvieran consecuencias los informes que elaboran no sólo sobre salud, sino sobre desigualdad, pobreza, cambio climático, evasión fiscal, etc, etc!
Pero Cebrián elabora una conclusión política específica para España a raíz de la supuesta insolvencia de los gobiernos de todo el mundo: “La impresión dominante es que el Gobierno es prisionero en sus decisiones de los pactos con sus socios de Podemos y los independentistas catalanes y vascos. En una palabra, la conveniencia política prima, incluso en ocasiones tan graves como esta, sobre la protección de la ciudadanía”. ¡Acabáramos! El gran problema y motivo de la falta de previsión y de la gestión lenta, opaca e incluso dudosamente constitucional que, según el autor, el Gobierno ha hecho de la pandemia es la presencia de Unidas Podemos en el Ejecutivo y las vías de diálogo abiertas para buscar solución a la cuestión territorial.
Cinco días después, el exdirector de El País Antonio Caño daba hilo a la cometa con otro artículo (ver aquí) que arrancaba describiendo los peligros de caer en la trampa de elogiar el autoritarismo del régimen chino por su victoria (también tardía) contra la pandemia para pasar –sin demasiada solución de continuidad– a denunciar que en España “los más oportunistas han tratado de aprovechar el virus para derribar al jefe del Estado o hacer la revolución”. Con esto del confinamiento uno debe de andar muy despistado, perdiéndose intentos de golpe y revoluciones proletarias donde sólo había visto la exigencia de que el rey actual aclare con absoluta transparencia el presunto latrocinio cometido por el rey anterior, su padre. ¿Y adónde nos lleva este clima de revuelta antisistema que el autor percibe donde uno sólo divisa calles vacías y una inmensa mayoría encerrada disciplinadamente, que sólo asoma cada tarde al balcón para aplaudir a los profesionales que se juegan la vida en primera línea por todos los demás? ¡Acabáramos! “Han crecido –sostiene Caño- los partidos del sistema: PSOE, que ha entendido –aunque no lo admita públicamente– (sic) el error tan grave que cometió con la elección de sus socios de Gobierno y de mayoría…”, y PP y Ciudadanos, por supuesto. Conclusión: “La nación requiere un empuje unitario que sólo es posible si las principales fuerzas defensoras del sistema se empeñan de forma conjunta en esa misión”. En cristiano: la solución política que exige esta crisis es un Gobierno apoyado por PSOE, PP y Ciudadanos que excluya a Unidas Podemos y cualquier apoyo de los nacionalistas.
Faltan un cuarto de hora y un editorial conjunto de la prensa “del sistema” para extender al máximo la urgencia de que se forme un llamado “gobierno de concentración nacional”, que en realidad sería el mismo que patrocinaban poderes mediáticos y financieros en 2016, cuando se exigía a Pedro Sánchez no entenderse ni con Podemos ni con el independentismo. ¿Quién está aprovechando en realidad la crisis del coronavirus para extraer beneficios políticos o económicos a sus intereses particulares o grupales?
Cada cual es responsable de su crédito periodístico a la hora de utilizar expresiones como “la impresión dominante es…” o “el PSOE ha entendido aunque no lo admita públicamente…”. Quizás los firmantes posean datos demoscópicos tan amplios o tal multitud de fuentes a las que uno no llega que incluso acierten, o quizás simplemente se dediquen a darse la razón a sí mismos en lo que con tanta virulencia defendieron en su día. En cualquier caso, no debería menospreciarse el movimiento de fondo en el que confluyen posiciones políticas de la derecha, mensajes de perfiles no poco relevantes en el panorama mediático y quejas nada disimuladas desde poderes económicos o financieros. Todos claramente preocupados no tanto por la tardanza del Gobierno en tomar medidas drásticas para frenar la expansión del coronavirus, sino más bien por el marcado cariz de protección social a los sectores más débiles afectados por esta megacrisis.
Sí, el Gobierno de Pedro Sánchez ha cometido errores, y es urgente que se esfuerce en lograr mayores consensos previos con el mundo empresarial, sindical y político a la hora de adoptar decisiones clave para afrontar los efectos de la pandemia. Y sí: Unidas Podemos debe tener muy claro que la prioridad no es colgarse cada cual méritos exclusivos en medidas concretas sino fortalecer la responsabilidad de Estado y una gestión eficaz y realista. Pero que nadie se equivoque: una epidemia que se cobra miles de vidas humanas no debe atropellar de paso la fortaleza democrática. Quien reivindica lo que significaron en la transición los Pactos de la Moncloa debería recordar que no se firmaron excluyendo a la izquierda por mucho que lo exigieran los franquistas. Si se trata de sumar, sin renunciar en absoluto a la conciencia crítica que exige una mínima calidad democrática, sumemos, pero no aprovechemos el sufrimiento que afecta a millones de españoles para imponer el dibujo político que a uno se le antoja.
Cada día de confinamiento escuchamos o leemos veinte veces eso de que “en las situaciones más difíciles es cuando aparece lo mejor y lo peor de nosotros mismos”. No lo discuto, aunque uno tiende a pensar que en realidad lo que asoma de cada cual es lo de siempre, lo que ya era o demostraba ser. Otra cosa es lo que percibimos en circunstancias tan tremendas como las que atravesamos, más allá de postureos, vanidades o ataques espontáneos de solidaridad coyuntural. Al grano: mientras seguimos sufriendo el goteo de víctimas mortales por el coronavirus y observamos esperanzados cómo las medidas tomadas empiezan a doblegar la maldita curva, hay quien considera oportuno aprovechar aguas tan revueltas para intentar pescar en interés particular o grupal, político o mediático.