Con lo barato que se venden los abrazos y los apretones de mano en política ha sido curioso observar gestos tan auténticos como la mano flácida con que Carvajal saludó a Pedro Sánchez, el abrazo fantasma de Feijóo a lo Biden para festejar el triunfo de de la Eurocopa o los abrazos que negaron los consejeros de Vox a Abascal tras anunciar que los allí presentes se quedaban sin cargos. La cosa va de desplantes a lo grande.
Estos días de julio, los abrazos del oso de Ayuso, experta en estrujar a sus rivales con toda su alma, cerrando incluso los ojos y apoyando la cabeza en el hombro han pasado a segundo plano. Tampoco los abrazos que Juan Genovés pintó en 1976 como símbolo de reconciliación son ahora tendencia, se lleva justo lo contrario. Y en eso el jugador de Leganés se ha llevado la palma agitando deporte y política.
Carvajal, que nació en un barrio que votó al PSOE en las últimas elecciones generales, se ha lanzado de cabeza al fango con el saludo flojo al presidente del Gobierno. Queriendo mostrar rechazo con el apretón de pez muerto se ha convertido en un personaje tan influenciado por la crispación que ha optado por imitar a sus referentes ultra, convencido de que en su lugar hubieran hecho lo mismo. Aprovechar el foco que le da la camiseta de la selección española para buscar tan solo el aplauso de una parte de aquellos a los que representa, no ha sido la decisión más inteligente. Dani no ha sabido medir, lo que viene a reforzar el falso estereotipo de que a algunos futbolistas les falta un hervor. Menos mal que está Lamine para demostrar que además de piernas, tienen cabeza.
Otro al que han querido hacer un desaire es a Abascal. El pobre buscaba la complicidad de los suyos. Le bastaba un gesto, por ejemplo, un abrazo en plan "tío, estamos contigo", pero la frialdad de los consejeros le desconcertó. Qué derecho tenían aquellos a los que había designado, no por ser la mejor opción sino por ser potencialmente los más agradecidos, a negarle un abrazo, como hizo el torero Vicente Barrera, hasta entonces vicepresidente de la Generalitat valenciana. Qué se creía. Si pasó de coordinador del Vox en Ontinyent a ocupar el puesto de Carlos López Juberías, que había sido condenado por violencia de género, fue por el jaleo que se armó. “Llegué de imprevisto, igual que me voy”, dijo tras su cabreo televisado.
Aprovechar el foco que le da la camiseta de la selección española para buscar tan solo el aplauso de una parte de aquellos a los que representa, no ha sido la decisión más inteligente. Dani no ha sabido medir, lo que viene a reforzar el falso estereotipo de que a algunos futbolistas les falta un hervor
El problema es que los consejeros de Santi han tocado más poder en un año que el líder y acatar las órdenes no se lleva ya tan bien. Por eso algunos le han hecho una peineta. Menos García Gallardo, los otros tres de Castilla León se negaron a dimitir, hasta que Mañueco se deshizo de un par y se quedó con el único que no era militante. O el consejero del Mundo Rural en Extremadura, que se tuvo que afiliar deprisa y corriendo para ocupar el cargo al que ahora se ha encadenado. Mola más que se te cuadren al pasar que tener que cuadrarte tu ante los señoritos para los que trabajaba como gestor de fincas de caza hasta que Vox le dio la oportunidad que ahora le quería quitar.
Aunque lo más refrescante y divertido ha sido el abrazo fantasma de Feijóo. Una sensación como cuando en misa vas a dar la paz al de tu izquierda con la mano ya extendida y resulta que se ha girado a la derecha. Eso mismo le pasó en la plaza de Colón al líder popular. Fue meter Oyarzabal y abrazar torpemente al alcalde, que había organizado zona Vip para que la cúpula del PP se distanciará del populacho que seguía en la calle el partido. Acto seguido se giró para abrazar a un colega imaginario con los brazos abiertos, como habría hecho Biden sin complejos. Demostrando que uno mismo se basta solo a la hora de escenificar que le han hecho un desplante.
Con lo barato que se venden los abrazos y los apretones de mano en política ha sido curioso observar gestos tan auténticos como la mano flácida con que Carvajal saludó a Pedro Sánchez, el abrazo fantasma de Feijóo a lo Biden para festejar el triunfo de de la Eurocopa o los abrazos que negaron los consejeros de Vox a Abascal tras anunciar que los allí presentes se quedaban sin cargos. La cosa va de desplantes a lo grande.