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Economistas frente a la crisis

Cuatro años de crisis

La canciller alemana, Angela Merkel.

Josep Borrell

Hace pocos días celebramos, aunque realmente no haya nada que celebrar, el cuarto aniversario del comienzo de la crisis del euro. En efecto, fue el 16 de octubre del 2009 cuando el recién elegido primer ministro griego Giorgos Papandreu puso fuego a la mecha de la crisis declarando que su país tenia un déficit publico tres veces superior al 3% permitido (después resultó que era cuatro veces superior).Y, lo que es peor, que había estado falseando las cifras casi desde su adhesión al euro.

Eso convirtió a Grecia en el culpable ideal. En su comportamiento concurrían todos los temores que Alemania manifestó sobre la viabilidad de una unión monetaria que incorporase a los países del Sur, a los que consideraba incapaces de mantener la disciplina fiscal y los niveles de competitividad exigidos.

Así nació una narrativa de la crisis del euro basada en que el problema era exclusivamente de falta de disciplina fiscal. Y, en consecuencia, la terapia debía consistir en políticas aceleradas de vuelta al equilibrio presupuestario que han producido la espiral recesiva que sufrimos en media Europa.

Si la crisis hubiese empezado en Irlanda, que se vio afectada pocos meses después, esta narrativa no se hubiese podido mantener porque Irlanda no tenia ningún problema fiscal. En realidad, antes de la crisis tanto Irlanda como España tenían superávits fiscales y sus niveles de endeudamiento eran la mitad del de Alemania. Sus problemas eran otros: pérdida de competitividad, insostenibles burbujas inmobiliarias e hipertrofia del sistema financiero.

En Grecia el déficit creó la crisis; en España fue al revés, la crisis creó el déficit. Pero un mal diagnostico que condujo a una terapia parcialmente equivocada ha convertido la crisis fiscal de un pequeño país en una crisis existencial del proyecto europeo. Un proyecto que necesita encontrar una nueva razón de ser para legitimarse ante los ciudadanos .Esa razón ya no puede encontrarse en la historia para evitar reproducir los errores y los horrores del pasado. La nueva narrativa que justifique la integración europea tiene que encontrarse en la solución del mayor problema que tiene la pequeña (demográficamente) Europa, que es el de hacer frente a la globalización.

Pero los europeos se enfrentan en orden disperso a las nuevas condiciones de la economía globalizada. Algunos países, como Alemania, han encontrado su hueco en la globalización porque su capacidad de producción industrial se corresponde con la demanda del mundo emergente. Otros países, como el nuestro, no están en la misma situación y tienen que hacer frente a la crisis sin poder contar con las herramientas clásicas de la política económica como son la devaluación de la divisa y el recurso a la política monetaria para ganar competitividad.

Paradójicamente, el euro que fue concebido como una forma de embridar el poder político de una Alemania reunificada la ha convertido en la potencia política y económicamente dominante. La Alemania reunificada ha sacado buen provecho de su posición geográfica central y de la mano de obra bien formada y barata de la Europa Central y del Este para desplegar allí parte de su capacidad productiva e insertarse mejor en el mercado mundial. Así, Alemania ha reforzado su posición competitiva mientras que otros países no han podido equilibrar la deriva de sus costes salariales unitarios mediante el ajuste de los tipos de cambio.

El euro, que debía haber sido una restricción que impulsara reformas que aumentasen la competitividad de las economías de los países del sur de Europa, produjo un boom económico que parecía hacer inútiles esas reformas. Hasta que llegó la crisis.

Y la crisis ha permitido a Alemania imponer sus puntos de vista en materia de gobernanza económica, que se sintetizan en el tríptico estabilidad, competitividad, austeridad. El problema es que así no se están resolviendo los problemas de excesivo endeudamiento y la caída de la actividad y el empleo están amenazando con provocar la implosión de la zona euro más que avanzar en la construcción europea.

Desde el pasado verano se argumenta que los datos económicos del segundo trimestre, y ahora para España el avance del tercero, indican que se está saliendo de la recesión. En julio se echaron las campanas al vuelo porque por fin, después de seis trimestres de caída, se había producido un ligero crecimiento del PIB de la eurozona. Técnicamente tenían razón porque una recesión se define como dos trimestres consecutivos de caída del PIB y por tanto un trimestre mínimamente positivo significa que la recesión se ha interrumpido. Que no es lo mismo que acabado. Ahora vuelve a pasar lo mismo en España, cuyo crecimiento fue todavía negativo en el segundo trimestre pero que ahora, después de nueve trimestres de caída, parece que será del 0,1 % en el tercero, en buena parte debido al buen comportamiento del sector turístico.

También se dice que el FMI concede una mejora a la economía española ya que considera que se cumplirá el objetivo de déficit, ¡pero no este año sino en el 2014! (5,8 %). En cambio en el 2013 no se cumplirá el objetivo de déficit que quedara “solo” dos decimas por encima del 6,5 % exigido por la UE .Cierto que ni en Madrid ni en Bruselas hace tiempo que nadie cree ni espera que ese objetivo se vaya a cumplir. Y tanto mejor para la economía española por que si el rigor fiscal fuese todavía mayor la recesión sería peor.

Después del 2014, el FMI estima que la senda de reducción del déficit se quiebra de manera que en el 2016 estaríamos todavía en el 4% en vez del 2,8% exigido. Para entonces la Deuda publica habrá alcanzado el 105% y con tendencia a seguir subiendo. Si el objetivo de las políticas de austeridad era reducir el déficit y el endeudamiento publico, estas previsiones demuestran su absoluto fracaso.

Puede que este año el crecimiento sea algo mejor, en realidad el decrecimiento menos malo, porque en vez de caer el 1,6% el PIB caería el 1,3%. Y el 2014 en vez de estar estancados creceríamos un 0,2%. Mejor que nada, pero desde luego nada para echar las campanas al vuelo. Nuestro problema no es un problema de decimales en las estimaciones de un año. A medio plazo, hasta el 2018, y a ver quien se atreve a estimar nada mas allá de este horizonte, solo creceríamos un 1%. Y así es normal que la variable más relevante, el paro, no dé ninguna señal de mejorar. Al contrario, el FMI empeora las previsiones de hace seis meses y espera que se pierdan otros 123.000 empleos con una tasa que se resiste a caer por debajo del 27%.

En la EPA del tercer trimestre, recién publicada, la tasa de paro ha bajado por debajo del 26% pero es casi un punto porcentual mayor que hace un año y su disminución se debe sobre todo a la caída de la población activa. Y los resultados que ofrece son menos favorables de lo que parece. En datos desestacionalizados, el empleo baja el 0,42% en vez de subir y el paro aumenta el 0,21% en vez de disminuir.

Como cada trimestre, hemos publicado en este blog un análisis detallado de la EPA y a él me remito. Solo añadir que la desigualdad en la distribución de la riqueza se ha convertido en la más amplia de Europa. La crisis está cambiando la estructura social de España.

En resumen, cuatro años después nos hemos instalado en una crisis crónica. El euro ha salido de la fase aguda de su crisis y ya nadie espera la implosión de la moneda única. Lo salvó el BCE cuando el presidente del BCE, Mario Draghi, anunció que haría lo necesario para evitar su implosión. Que traducido al Román paladino quiere decir que compraría toda la Deuda española e italiana (en el mercado secundario, eso sí) para romper la especulación. Desde entonces no le ha hecho falta actuar, nuestras primas de riesgo han caído fundamentalmente porque apareció el prestamista de última instancia que le faltaba al sistema para garantizar su estabilidad.

Si Trichet hubiese osado, o le hubiesen dejado, decir lo mismo en la primavera del 2010, cuando se dio el primer rescate a Grecia y España tuvo que aplicar de urgencia un plan de ajuste que se llevó por delante al entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, nos hubiéramos ahorrado la crisis. Estas son las consecuencias de los fallos de diseño del euro.

En España sufrimos una grave y creciente crisis de demanda. Nuestra competitividad coste ha mejorado mucho y las bajadas de salarios han sido decisivas para ello. Pero no ha mejorado lo bastante, nos dicen en el FMI, mirando de nuevo a los salarios, cuando en realidad los márgenes de los exportadores han crecido con la crisis. Nuevas vueltas de tuercas a los salarios no harían sino deprimir más aun la demanda interna y con ella el empleo. Y el círculo vicioso seguirá girando y ahogando todavía más a nuestra economía y a nuestra sociedad.

La caída de la demanda interna no la puede compensar el notable aumento de las exportaciones. De la misma manera que la solución a una gran economía continental como la europea no puede basarse en las exportaciones, porque el mundo no es lo bastante grande como para encajar un superávit estructural de la eurozona del orden del 2,5% que es lo que tendría si todos los países siguiesen las pautas exportadoras de Alemania.

La recuperación de la economía europea, que también se había anunciado a bombo y platillo en julio pasado, se muestra igualmente renqueante. La eurozona decrecerá este año un 0,4 % y ello gracias a que el ajuste fiscal ha sido al final menor de lo inicialmente exigido.

Los dos años de plazo adicionales dados a los países periféricos para reducir el déficit han sido fundamentales para que las cosas no vayan peor. Pero la mayor facilidad fiscal no ha venido acompañada de una mejora en las condiciones crediticias. Europa sigue enferma de sus bancos y seguimos sin saber la gravedad del mal que sufren. Y este está siendo ya el mayor lastre para la recuperación de una economía a la que se le han parado todos sus motores, salvo el de la exportación, y que no puede funcionar sin crédito

La recuperación será lenta y frágil en toda la zona euro. Las exportaciones, el motor esencial de la economía alemana, flaquean, sobre todo las que se dirigen a los demás países europeos que representan todavía la tercera parte del total. Este año Alemania crecerá alrededor del 0,5% y el 2014 podría crecer por encima del 1% si el nuevo gobierno Merkel se decide a incrementar las inversiones en infraestructuras y crea un salario mínimo legal.

A pesar de los incipientes signos de recuperación la economía de la eurozona es todavía un 3% mas pequeña que en el primer trimestre del 2008.

Y han sido las exportaciones las que la han mantenido a flote. Se puede decir que la Eurozona ha hecho free riding sobre el crecimiento de la economía mundial. Su balanza por cuenta corriente ha pasado de un déficit de menos del 1% del PIB a un superávit del 2,5% en el 2013. Alemania es el único país que no ha contribuido a la reducción de los desequilibrios globales .Si las reformas estructurales en los países del sur generan también grandes superávits comerciales, la zona Euro tendría un superávit comercial mayor que el de China.

Probablemente este superávit exterior no pueda continuar, un 2,5% o un 3% de superávit comercial es demasiado grande para la economía mundial sobre todo si, como parece, la fiesta también se ha acabado en casa de los emergentes. La recuperación será lenta y la crisis duradera si no se produce un cambio en las políticas aplicadas hasta ahora.

---------------------------------------------Josep Borrell, ex Presidente del Parlamento Europeo y catedrático de economía, es miembro de Economistas Frente a la CrisisUna versión parcial de este artículo se publicó en sistemadigital.es

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