Una mili en Liubliana

No fue José María Aznar quien tomó la iniciativa de eliminar el servicio militar obligatorio en España. Su programa electoral de 1996 recogía una reducción progresiva del tiempo de “mili”, pero no su supresión inmediata. Fue Jordi Pujol, a la sazón president de la Generalitat de Cataluña y líder de CiU, madre de Junts, quien le exigió terminar con la mili como condición para apoyar la investidura del líder conservador. Y así fue. CiU sumó sus votos a los del Partido Popular, Aznar fue investido como presidente del Gobierno y a los tres años, en 1999, la mili, que había sido uno de los más formidables medios de cohesión social y patriótica en el franquismo, desapareció por siempre.

Los nacionalistas repudian cualquier servicio a una nación que consideran extraña. Les repateaba que, a cuenta del erario español, un recluta catalán, pobre o rico, pudiera relacionarse de tú a tú en Cartagena con un soriano, o que a Tarragona llegara un autobús de soldaditos extremeños, canarios o asturianos.

Por esa misma razón, yo firmaría ahora mismo un servicio social o militar —sería bonito poder elegir— para las españolas y los españoles desde los 16 años. Me habría gustado que mis hijos e hijas pasaran un año en Eslovenia, en Francia o Irlanda. Aprendiendo una lengua común y habilidades prácticas que podrían ponerse al servicio del continente. Relacionándose con otros chavales europeos. Hoy la distancia física y cultural que separa Varsovia de Lisboa es menor que la que separaba a Cádiz de Bilbao en los años 60. Y esos jóvenes, antes de tomar la decisión de ir a la universidad, ponerse a trabajar o aprender un oficio, madurarían mucho eligiendo ciudad de destino, sometiéndose a una disciplina de servicio y compartiendo vivencias con otros chicos y chicas europeos. No es una quimera: se hace ya en las universidades con el mayor pegamento que tenemos para los jóvenes, que es Erasmus.

Me habría gustado que mis hijos e hijas pasaran un año en Eslovenia, en Francia o Irlanda. Aprendiendo una lengua común y habilidades prácticas que podrían ponerse al servicio del continente

Claro que para que tal cosa fuera posible deberíamos contar con un espacio de defensa europeo, hoy muy precario por no decir inexistente. Uno de los elementos constitutivos del sueño europeo es una defensa común. Que el continente que ha sido escenario de los más brutales enfrentamientos entre naciones vecinas contara con fuerzas, recursos y estrategias de seguridad conjuntas sería un hito de gran inspiración.

Aunque estamos muy lejos aún de lograrlo, en unas pocas semanas hemos dado un salto de décadas en el sentimiento europeísta y en el ánimo para trabajar juntos. Los mafiosos Trump y Putin han suscitado la duda sobre la utilidad de la OTAN y la certeza de que Europa debe avanzar en su propia defensa y procurar su propia seguridad. Se habla hoy de un ejército común europeo como nunca se había hecho. Más que proponernos gastar por gastar, estaría bien que se explicara que esas nuevas partidas militares se integrarán para reforzar los lazos entre los países hermanos de Europa.

Por si hubiera alguna duda de la bondad de la unidad de Europa en materia de seguridad y de defensa, obsérvese que sus detractores son, precisamente, los nacionalistas de la extrema derecha europea, los Vox y Orbán y LePen de turno. Los lamentables aliados de los locos de Mar-a-Lago y el Kremlin.

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