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La emancipación y la lectura

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Vuelvo al asunto de mi último Verso libre. Insisto en el poder simbólico de los libros, la lectura, el pacto entre el autor y el lector, el significado ético de habitar en un relato, en la palabra todavía, en un futuro abierto que nos viene desde el ayer. Hoy es siempre todavía, escribió Antonio Machado.

¿Ayer? ¿Qué dimensión le damos al tiempo? La historia se ha instalado en el tiempo del riesgo, en ese vértigo que es el juego de la especulación. El olvido trabaja en los pliegues de la prisa. Una memoria borrada suprime muchas responsabilidades. Lo que ocurrió hace un año, cinco meses, tres días, pertenece a un pasado remoto. El Fondo Monetario Internacional otorga a la cultura milenaria griega muy pocos días para tomar decisiones y provoca el error. ¿A favor de quién? Del tiempo del riesgo, de la especulación que lo devora todo, incluso las palabras ahora y presente que alcanzan prestigio a costa de debilitarse y perder territorio para su significación. Ya no alcanzan a contener más que unos segundos precarios. Disuelven su historia en un plis-plas.

Como el tiempo de la lectura es distinto, me atrevo a aconsejar para esta Feria del Libro una novedad de hace cinco años. Se trata de un libro de Edward W. Said, el filólogo norteamericano de origen palestino:

Humanismo y crítica literaria. La responsabilidad pública de escritores e intelectuales (Debate, Madrid, 2008). Propongo una meditación sobre esta frase: “La realidad de la lectura es, ante todo, un acto de emancipación e ilustración humana, quizá modesto, pero que transforma y realza nuestro conocimiento en aras de algo diferente del reduccionismo, el cinismo o el estéril mantenerse al margen” (pág. 91).

Reduccionismo, cinismo y marginalidad, tres palabras que definen nuestro presente. Pensar en la lectura como una alternativa supone, en efecto, un acto de emancipación. Devolverle al tiempo un ritmo humano, que no pare el reloj, pero que tampoco disuelva el pulso de la sangre y de la realidad en el vértigo de la especulación, supone tomar distancia ante las formas actuales de relación con la economía, el pasado, el futuro, la política, los valores jubilados y los continuos descubrimientos del mar Mediterráneo.

El pensamiento reduccionista, sin matices, en blanco y negro, se acomoda al ritmo de los titulares, a la noticia prefabricada para el consumo fácil. Los dogmas son la prisa de las ideas, dividen el mundo en el sí y el no, en el bueno y el malo. Todo lo convierten en una caricatura sin preguntas, la escenificación de una libertad sin consistencia en la que es mucho más fácil el decir que el pensar. La dinámica invita a decir lo que no hemos pensado antes que a pensar lo que vamos a decir. Hay incluso quien opina que ser libre significa hablar mucho sin tener opiniones propias.

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Por eso cobra tanto prestigio el cinismo en un presente de plis-plas. Todo es relativo, nada tiene importancia, nada nos va a engañar, la inconsistencia de cualquier idea permite que nos riamos mucho mientras se quedan las cosas como están. Es una traición al humor que siempre tuvo la capacidad de provocar la sonrisa, la risa o la carcajada para poner las cosas del revés. El poder ha aprendido la lección del cinismo. Más que argumentar hoy sus iglesias, sus dogmas, la legitimidad de sus injusticias, prefiere ridiculizar las alternativas, las ilusiones que pueden llegar a compartirse, el crédito de un relato diferente. El ventilador del cinismo lo ensucia todo e impone la fatalidad de la corrupción común. Mejor no aspirar a nada, quedarse al margen.

Es estéril mantenerse al margen. Una versión más del individualismo posesivo, una nueva sacralización del egoísmo como perspectiva única para fundar la subjetividad. La palabra libertad pierde la dimensión social de su diálogo con la vida y se encierra en la ley del más fuerte. ¿Contrato social? No gracias. Pacto de lectura, ya tampoco. Mejor una prisa que nos convierta en tierra, polvo, humo, sombra, nada.

Contra este vértigo, la lectura es, según el maestro Edward W. Said, un modesto ejercicio de emancipación e ilustración.

Vuelvo al asunto de mi último Verso libre. Insisto en el poder simbólico de los libros, la lectura, el pacto entre el autor y el lector, el significado ético de habitar en un relato, en la palabra todavía, en un futuro abierto que nos viene desde el ayer. Hoy es siempre todavía, escribió Antonio Machado.

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