El desastre que viene Luis Arroyo
2021: el año en que nos precipitamos declarando finales
En tiempos de turbopolítica hacer balance es permitirse el lujo de pensar con sosiego y perspectiva. Hacerlo con honestidad supone también considerar las valoraciones; no sólo los hechos sino la forma en que fueron leídos y el estado de ánimo y opinión que crearon. A ello vamos.
Apenas había comenzado el año contemplamos en directo un rocambolesco asalto al Capitolio que, más allá de los efectos prácticos que tuviera –ninguno–, nos puso sobre aviso de las profundas brechas que existen en Estados Unidos. 83 millones de votantes de Trump ya avisaban que el triunfo de los demócratas no era el fin del trumpismo. Sin embargo, nos precipitamos en ver signos contrarios. Un año después, comprobadas las dificultades del nuevo Gobierno para sacar adelante sus planes, constatada la torpeza en operaciones como la retirada de tropas de Afganistán y confirmado el despiste que denotan movimientos como la Conferencia de las Democracias con una selección interesada de invitados, quedan pocas dudas de que nos precipitamos al ver en la victoria de Biden un giro rotundo de la política estadounidense. Nada que ver con Trump, por supuesto; pero no es el fin del trumpismo, como lo atestigua la profunda polarización social, el racismo rampante o el eco que encuentran las promesas proteccionistas de la ultraderecha.
En Europa la salida de Merkel y la configuración del nuevo Ejecutivo germano con la coalición de socialdemócratas, liberales y verdes confirma un nuevo momento caracterizado por la fragmentación política, el crecimiento de la complejidad, o como se califica en este artículo, la “democracia Spotify”, con un menú de opciones personalizadas al gusto del votante. El próximo año le tocará elegir a Francia, y será el momento de testar hasta dónde esta fragmentación es capaz de impactar en sistemas mayoritarios. Esta mayor pluralidad ha llevado también a precipitaciones como la que empujó, tras las elecciones alemanas, a un cierto entusiasmo ante el supuesto regreso de la socialdemocracia en Europa, que produjo análisis exultantes y renovó ilusiones. Sin embargo, una observación atenta permite comprobar que no es tanto el crecimiento de la socialdemocracia, sino la debilidad de los conservadores y la aparición de nuevas fuerzas que dividen el voto, lo que ha permitido gobiernos socialistas, casi todos en coalición o gobernando en minoría con fuertes apoyos de fuera. Nos precipitamos de nuevo, por tanto, al proclamar el fin de la crisis de la socialdemocracia. Cosa distinta es que los conservadores también estén perdidos en su travesía por el desierto. Son los viejos paradigmas los que están en crisis y por los laterales surgen opciones que no por nuevas han de ser buenas, pero tampoco lo contrario.
Sin duda, el mayor ejemplo de precipitación lo ha representado la gestión de la pandemia. En España el Gobierno ha decretado su fin en varias ocasiones –verano de 2020, verano de 2021…– y nos hemos agarrado a ese hierro ardiendo buscando un salvavidas que nos librara de la pesadilla. Ya en octubre de 2020 nos sorprendió una tercera ola, y ahora, en las navidades del 2021, nada menos que la sexta. La sociedad española ha pasado de la fatiga al desconcierto pandémico y los gobiernos dan signos de agotamiento, presos de la contradicción de tener que insuflar aire a la economía -¿quién se atrevía a cerrar restaurantes y centros comerciales en vísperas de Nochebuena?– o, por el contrario, aplicar a rajatabla el principio de cautela provocando una paralización casi total del país. Todo esto, ante un virus en muchos aspectos aún desconocido. Se precipitaron algunos decretando el fin de la pandemia y otros creyendo que, efectivamente, ya había llegado el día después.
De la mano de la pandemia viene la crisis de la economía. Si 2021 empezó con buenas noticias y previsiones de crecimiento históricas, el fin de año ha llevado a rebajar las expectativas y, pese a estar creciendo y conseguir niveles de generación de empleo mejores que antes de la crisis de 2008, la realidad ha quedado por debajo de las previsiones –casi dos puntos–. Nos precipitamos, de nuevo, al dar por terminada la sangría económica y bautizar en septiembre el curso entrante como el de la recuperación imparable.
No todas las equivocaciones a las que empuja la precipitación son negativas. En la política española, la actitud de bronca permanente por parte de la derecha y las desavenencias habituales entre los socios del Gobierno han llevado con excesiva ligereza a pronosticar rupturas de la coalición, adelanto de elecciones generales, bloqueo en el Congreso e incapacidad para gobernar. No sé lo que pasará en el futuro, pero a día de hoy el Gobierno ha conseguido sacar adelante dos Presupuestos Generales del Estado y ya se han alcanzado 13 acuerdos de carácter económico y laboral entre Ejecutivo, sindicatos y patronal, con el broche final de la reforma laboral.
La principal lección que nos deja 2021 es la necesidad de asumir con honestidad la provisionalidad de todo conocimiento, afinar los instrumentos de análisis
Sin duda, son muchos más los acontecimientos que han marcado estos doce meses. Aquí he subrayado tan sólo unos cuantos casos, clarísimos, de cómo el momento de turbopolítica nos lleva a precipitarnos en la interpretación de los hechos en un contexto de enorme complejidad, fragmentación y cambio constante. Como estos balances de fin de año deben de servir para algo más allá que para poner en limpio el listado de acontecimientos, aprendamos de lo vivido, no sea que volvamos a precipitarnos extrapolando, por ejemplo, resultados electorales, o entendiendo que los grandes problemas como la pandemia, la reconstrucción económica o el cambio climático están en vías de solución. En esta frenética película los constantes giros del argumento son los propios de una producción con múltiples guionistas, que, interactuando de forma permanente, son capaces de lo peor y lo mejor.
A mi entender, la principal lección que nos deja 2021 es la necesidad de asumir con honestidad la provisionalidad de todo conocimiento –como bien sabe la ciencia–, afinar los instrumentos de análisis para poder conocer con profundidad, y dotarnos de una enorme cautela a la hora de dar por superados acontecimiento o etapas históricas. El mundo del conocimiento, del análisis y del pensamiento necesita de conceptos para poder explicarse. Agotada la modernidad, acudimos a la post-modernidad para dar cuenta del fin de los grandes relatos que explicaran el mundo. Cuando constatamos que tampoco los ejes postmodernos describen la situación actual ni nos ayudan a saber dónde queremos llegar, buscamos ansiosos una nueva idea fuerza que usar como etiqueta que exprese el sentir de los tiempos.
Mi deseo para 2022: no nos precipitemos. Observemos el día a día con la curiosidad de una niña para encontrar las preguntas que nos lleven a descubrir dónde estamos y dónde queremos ir.
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